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martes, 23 de enero de 2018

UN DÍA EN EL ATARDECER DEL MUNDO


"Una mañana a fines de septiembre de 1955 un hombre bajó de un taxi frente a un hotel en Nueva York, pagó al conductor y depositó tres bultos en la acera"

Así comienza está hermosa novela de William Saroyan, una novela más de sentimientos que de hechos, una suerte de relato autobiográfico en el que realidad y ficción se mezclan para construir una instantánea en la vida de un hombre, de un escritor... endeudado y en crisis, de un padre ausente, de un amigo lejano, de un hombre en la encrucijada.
No pasan grandes cosas, en esta novela, aparentemente no pasa nada importante en esta semana en Nueva York pero Yep Muscat desgrana sus sentimientos, uno a uno, y cuando termina nos hemos "enamorado" de este armenio tranquilo e insomne y nos gustaría seguir leyendo.
Hasta ahora sólo había leído a William Saroyan en La comedia humana pero gracias a la reedición de Acantilado y a mi biblioteca, creo que seguiré leyendo a este autor.
Me ha gustado, mucho!

Sinopsis (Ed. Acantilado)
Yep Muscat, afamado escritor armenio en horas bajas y endeudado, regresa a Nueva York para intentar vender sus obras y visitar a su ex mujer, una actriz segundona de Broadway, y a sus dos hijos. A lo largo de una ajetreada semana se reunirá con productores y agentes literarios que en su día confiaron en su talento y hoy recelan de él, regresará a los hoteles de su juventud, ahora en franca decadencia, y se reencontrará con un amigo de la adolescencia que ha hecho fortuna. Todo parece invitar a Muscat a refugiarse en su pasado, salvo la mágica compañía de sus hijos, Rosey y Van, que lo arraigan al presente. Por contraste con el escenario de la bulliciosa Nueva York de la década de 1950, la trama de las relaciones humanas, que Saroyan urde con maestría, emerge como el verdadero hogar de unos personajes que a pesar del desarraigo han logrado construir una singular familia. Escrito con una depurada prosa, Un día en el atardecer del mundo es una emotiva ficción autobiográfica que nos devuelve al mejor Saroyan.

Un día en el atardecer del mundo (fragmento)
"Dentro de ocho horas habré estado en Nueva York dos días enteros. He obtenido un contrato en toda regla con “El mundo vivo”, pero el dinero irá íntegro a la oficina de impuestos. Me he entrevistado con Larry Langley, con su hermano Walter y con Adolph Zamlock y les veré de nuevo a las diez de la mañana. He visitado la oficina de Baragaray, y Jessica me ha comunicado que le diría que me llamase, cosa que aún no ha hecho. He visto a los niños. He llevado a su madre a “El Marocco”. Zak ha venido a la ciudad y nos hemos encontrado, después de veinte años. El doctor Levy me ha extraído el diente muerto. Harry Hyan me ha telefoneado para decirme que Jack Bloom quiere comprar Los vagabundos. He paseado por el Bowery en compañía de Zak. He visto y pateado las mismas calles por las que paseó mi padre en 1905. Zak ha cantado una canción. Hicimos una carrera en plena calle y, a pesar de su ventaja inicial, logré vencerle. Hemos ido al barrio chino. Allí, encontramos un restaurante. Un escritor surgió de las brumas del pasado. Nos hemos sentado a su mesa y he conocido a la hija de un gran autor. Después, he venido al hotel, he intentado dormir y me he despertado al cabo de cinco minutos. Laura ha llamado para decirme que el chico estaba enfermo. He hablado con el niño y está bien. Los “Yanks” llevan dos partidos ganados y los “Dodgers” uno. Después de veinte años, vuelvo a encontrarme en el “Great Northern”. Bert, el mozo de equipajes, aún está aquí y presenta el mismo aspecto de siempre, actúa como siempre, pero no es el mismo. No he escrito ni un cuento. No he escrito ni un poema. No he escrito nada, excepto algunas cartas. He llamado a Leonard Lyons, quien me ha puesto en contacto con un revendedor de entradas que podía mucho dinero por dos localidades para el partido de mañana. Mi maxilar me duele y me palpita. No puedo dormir. Cuando era niño, deseaba que me llegasen esos momentos de serenidad. Aquí tengo uno, al fin, y no me cambiaría por nada ni por nadie en el mundo, vivo o muerto.»
Tales pensamientos duraron el tiempo que tarda en consumirse un cigarrillo. "


domingo, 6 de agosto de 2017

LA COMEDIA HUMANA


Hoy recomendamos un libro para soñar, una fábula amable que hará las delicias de los aficionados al cine de los años 40, de los aficionados a las películas de Capra.
Através de los ojos de Homer McCauley veremos un mundo irreal, pero mucho mejor que el real, a veces, vale la pena soñar¡
Para los que no conozcan a William Saroyan escritor norteamericano de origen armenio, les dejamos uno de sus cuentos, que les hará reir hasta llorar¡¡¡
http://campus.almagro.ort.edu.ar/admision/articulo/40642/-la-risa-de-william-saroyan

Y para los que quieran empezar con esta novela, un fragmento:

La comedia humana (fragmento)
" Homer miró al anciano para asegurarse de que estaba bien, después fue al mostrador de entregas y cogió el aviso de muerte. Se quedó un momento mirando el telegrama que tenía en la mano, luego abrió el sobre y sacó el mensaje de dentro para leerlo. Volvió a meter el telegrama en otro sobre, lo selló y por fin dio media vuelta y salió de la oficina a la calle bajo la lluvia. El viejo telegrafista se levantó de la silla y siguió al chico hasta la calle. Se quedó allí en la acera y vio cómo el chico avanzaba venciendo la resistencia del viento y de la lluvia. Dentro de la oficina la caja del telégrafo empezó a zumbar, pero el anciano no la oyó. Luego sonó el teléfono, pero el anciano tampoco lo oyó. No entró de nuevo en la oficina hasta que el teléfono hubo dado siete timbrazos.
Quince minutos más tarde, Homer se bajó de su bicicleta delante de una casa grande, vieja y elegante donde se estaba celebrando una fiesta. A través de las ventanas se veía bailar a cuatro parejas jóvenes. El chico se sintió mareado y aterrado. Cogió el camino que llevaba a la puerta y se quedó allí escuchando la música. Movió un dedo hacia el timbre y luego dejó caer la mano.
«Voy a volver a la oficina», se dijo a sí mismo. «Me voy a despedir.»
Se sentó en los escalones de la entrada para pensar. Al cabo de mucho rato se puso en pie, fue de nuevo a la puerta y llamó al timbre. Cuando se abrió la puerta vio a una mujer joven, y sin darse cuenta de lo que estaba haciendo dio media vuelta y echó a correr hacia la bicicleta. La joven salió al porche y lo llamó:
—Pero ¿qué te pasa, chico?
Homer se bajó de la bicicleta y corrió de vuelta al porche.
—Lo siento —dijo apresuradamente—. Traigo un telegrama para la señora Claudia Beaufrere.
—Claro. Es el cumpleaños de mi madre —dijo la joven. Y entró al pasillo—. Madre —gritó—. Un telegrama para ti.
La madre de la chica salió a la puerta.
—Es de Alan, estoy segura —dijo—. Entra, jovencito. Tienes que comer un trozo de mi pastel de cumpleaños.
—No, gracias, señora —dijo Homer—. Tengo que volver al trabajo. —Le tendió el telegrama a la mujer, que lo cogió como si fuera una simple felicitación de cumpleaños.
—No hasta que hayas comido un trozo de pastel y hayas bebido un vaso de ponche.
Agarró a Homer del brazo y tiró de él hasta una sala donde había una mesa llena de pastel, sándwiches y ponche. La música y el baile continuaron. "