Mostrando entradas con la etiqueta William Kotzwinkle. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta William Kotzwinkle. Mostrar todas las entradas

domingo, 31 de diciembre de 2017

EL NADADOR EN EL MAR SECRETO


Dice el autor que escribió este relato (apenas 45 páginas) de un tirón y con lágrimas en los ojos de la primera a la última página.
Yo lo he leído por recomendación de un amigo de LIBROS, también ha sido de un tirón y con lágrimas en los ojos de la mitad en adelante.
Describe Kotzwinkle los sentimientos más profundos del ser humano con una sensibilidad y un pudor que emocionan y estremecen.
Los dos momentos clave en la vida de una persona narrados con un lenguaje poético que sale del corazón del escritor hacia el corazón del lector, sin intermediarios, sin barreras, sin contención!!!!
Muy, muy recomendable!!!
Gracias Miguel.

Sinopsis (Ed. Navona)
Un pequeño libro con el mas grande de los temas: el nacimiento y la muerte.
Decir exactamente lo que pasa seria como parafrasear un poema.

El nadador en el mar secreto (fragmento)
"Se levantó y pasó junto a las otras visitas. Pasillo adelante una vez más, escaleras abajo, los pensamientos se le agolpaban: poner punto final a la tarea, recuperar la libertad.
Cruzó el aparcamiento deprisa y puso en marcha la camioneta. Con un vago recuerdo del paradero de la funeraria, circuló por la ciudad. Ellos se encargarán de todo y así no tendremos que intervenir.
Los quitanieves trabajaban aún y en algunos sitios se veía gente que retiraba a paladas la nieve de las aceras y de las entradas de las casas. Laski dobló una esquina y vio la casona colonial, con una placa en blanco y negro en uno de los grandes y viejos pilares. Era un lugar enorme, con muchas ventanas. Laski miró por la ventana principal y vio un largo recibidor flanqueado por ramos de flores y lámparas con pantallas opacas. El aparcamiento estaba lleno de coches. Había tres limusinas grandes llenas hasta arriba de flores y una cuadrilla de hombres profesionalmente sombríos, vestidos de negro, esperaban junto a la cuarta, que tenía cortinas grises de terciopelo en las ventanillas. Se abrió una puerta lateral del edificio y asomó el extremo de un ataúd hecho de madera oscura, tan pulida que brillaba con fuerza, y decorado con filigranas de plata y oro. Agarrados a los soportes de latón brillante iban los profesionales, con rostros de cera, silenciosos, acarreando el ataúd chillón y gigantesco hacia el coche fúnebre, cuyo conductor abrió con gestos suaves la puerta trasera y les ayudó a deslizarlo hacia el interior, lujosamente protegido por las cortinas. Laski siguió conduciendo, horrorizado. ¿Qué diablos estaba a punto de hacer?
Le temblaban las manos en el volante. Con los ojos en lágrimas, bajó la mirada hacia su cajita de pino, en el asiento contiguo, y apoyó una mano en su superficie, suave y lisa. "