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viernes, 8 de diciembre de 2017

LOS BALDRICH


Los Baldrich tiene, a priori, todo lo que me gusta en una novela, a saber, saga familiar, guerra, postguerra, evolución de un país y una familia, muchos personajes......Por tanto, me la traje de la biblioteca, tan contenta¡¡¡¡ pero...puedo resumir su lectura en una frase "quien mucho abarca, poco aprieta"
Y es que el autor quiere relatar una época a través de una familia pero se pierde en el intento, los personajes quedan desdibujados, las situaciones se pasan con una ligereza que, en algunas ocasiones, desconcierta; se comienza con un narrador omnisciente y se termina con un personaje narrador que no sabemos de donde sale.....
Todo ello trufado de incorrecciones idiomáticas y frases hechas que, la verdad, aburren un poco.
Me han gustado las referencias musicales, quizás porque son las de mi juventud y poco más. Esperaba mucho y ha sido un fiasco.

Sinopsis (Ed. Alfaguara)
Conmovedora historia de una familia en la Barcelona de posguerra, con personajes que permanecen en la memoria del lector”.
(
Rebeca Luna, Servicios Centrales )
Desde muy joven, Jenaro Baldrich tiene claros sus objetivos: formar una familia, fundar un negocio en la maltrecha Barcelona de posguerra y llegar tan alto como le sea posible. Nada impedirá que se dedique a la consecución de su sueño.
Los Baldrich ofrece el retrato certero de una familia acomodada en la que serán los hijos quienes deban buscar, cada uno a su manera, las vías de escape para huir del opresivo hogar familiar antes de que el noble apellido Baldrich acabe con ellos.
La codicia y la incomunicación, pero también la generosidad, el amor y la lujuria dan cuerpo a esta fascinante novela de Use Lahoz que posee la maestría de las grandes sagas clásicas.

Los Baldrich (fragmento)

Cosmopolitismo

1.

Jenaro Baldrich se asomó a la vida en 1920, en Tarragona, en la casa que luego vendería para comprar la de Valldoreix, por no seguir habitando el lugar donde murió su padre, don Eustaqui Baldrich, y donde enfermó su madre, Cinta Campà. Cursó en los Maristas los estudios primarios, mostrándose listo con los curas, trivial en los deberes y en las fotografías aguerrido y complaciente, ya ancho de hombros y de cabeza. Pasó por la infancia copiando lo mínimo de su hermano mayor, Gonzalo Baldrich, mucho más aplicado que él en los estudios. Jenaro aprendió enseguida a tirar piedras contra el muro de las lamentaciones de los gandules, jugando a policías y ladrones, escapando al río a pescar barbos, y faltando en más de una ocasión a la escuela, sin que ello implicara recibir castigo alguno.
Ya desde pequeño su padre le consintió que acompañara a Quimet, el cobrador de la casa, en sus abundantes itinerarios para recaudar los importes de los recibos de la electricidad, negocio controlado por su familia en toda la comarca. El mismo Quimet tenía también una pastelería enfrente de la casa de los Baldrich, donde el pequeño Jenaro ayudaba a elaborar brazos de gitano y bizcochos, panellets y tortells, en mayor medida antes de Navidad y Semana Santa, y allí fue donde aprendió más matemática que en la escuela.
En la oficina habilitada en la trastienda de la pastelería que regentaba Quimet, sobre una mesa recubierta con restos de harina, Jenaro ayudaba a llevar las cuentas a mano, con lápiz y papel, y de vez en cuando se imaginaba pasando calor bajo las faldas estampadas de Petra, la mujer de Quimet, que atendía a los clientes con un catalán lozano, y que movía su peso con maneras rudimentarias, pero que a ojos de un niño sin contacto con mujeres eran lascivas, y suficientes para aprender el arte de la autosatisfacción correspondiente.
Aquella Cataluña que empezaba a abrirse al exterior era, sin duda, un marco próspero para emprender negocios familiares. Tanto esfuerzo había traído como recompensa la Exposición Internacional de Barcelona de 1929, de la que Jenaro Baldrich oyó hablar a su padre y a algunos clientes de la pastelería. Desde niño estuvo en contacto con el mundo de los negocios, así aprendió el valor del dinero: cuando su abuelo le repetía que cuarenta y nueve céntimos jamás llegarían a valer dos reales y su padre, los domingos, le asignaba una perra chica de propina que debía administrar con el fin de comprar pipas para él y para dos amigos que no tenían un padre en situación de dar cinco céntimos a nadie.