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martes, 29 de agosto de 2017

CRÓNICAS DEL MAGO NEGRO


RESEÑADA por Lowf Pk Walter García para LIBROS, el 12 de Agosto de 2013.
Para compensar tanto tiempo sin comunicarme con ustedes, les vengo a sugerir una de mis más recientes lecturas: ''Crónicas del mago negro'', de Trudi Canavan.
En la tierra de Kyralia, los magos del gremio de la ciudad de Imardin predominan como fuerzas del rey, usando a sus magos como su más gran recurso de fuerza. Y para eliminar el crimen de la ciudad con una purga anual.
En esta purga, los magos serán sorprendidos por una chica pobre de las barriadas que se une a sus amigos a lanzarles piedras a los magos que caminan protegiéndose con sus barreras. Pero, para sorpresa también de ella, su piedra atraviesa la barrea. Y desde ahí, comenzará la persecución de una chica con el potencial para la magia, y también iniciará nuestro viaje por la historia de este mundo, su política y su esoterismo.
El primer libro es ''El Gremio de los Magos'', el segundo ''La Aprendiz'' y, el tercero (en el que sigo), es ''El Gran Lord''.
Una ópera épica, sin duda alguna. Aunque un poco tediosa y con descripciones ambiguas, es absorbente. Pero, seamos sinceros, es difícil que un libro no tenga a veces sus partes tediosas.

Sinopsis (Ed. Debolsillo)
Una oportunidad fantástica para conocer la historia de Sonea, una joven aprendiz de mago que ha cautivado a miles de lectores en nuestro país, y a millones en el resto del mundo.
Cada uno de los tres títulos incluidos en este volumen (El gran lord, La aprendiz y El gremio de los magos), nos regala personajes, escenarios y aventuras para que el tiempo se deshaga en nuestras manos, página a página. Atrévete a entrar en un mundo de fantasía y traición.

Las crónicas del mago negro (fragmento)

PRIMERA PARTE


1

La Purga


Se dice en Imardin que el viento tiene alma y que al barrer las estrechas calles de la ciudad se lamenta por lo que encuentra a su paso. El día de la Purga, silbaba entre los mástiles que se mecían en el Puerto, cruzaba en tromba las Puertas de Poniente y aullaba entre los edificios. Entonces, como abrumado por lo que había visto, se transformaba en un leve gemido.
O eso le parecía a Sonea. Mientras una nueva ráfaga de viento frío la azotaba, se envolvió en un abrazo y se apretó la raída capa al cuerpo. Bajó la mirada y frunció el ceño al ver que el sucio lodo le salpicaba los zapatos al andar. La tela que había metido en las botas porque le quedaban demasiado grandes ya estaba empapada, y los dedos de los pies le dolían por el frío.
Percibió un movimiento brusco a su derecha y se hizo a un lado: un hombre con greñas grises avanzaba dando tumbos hacia ella desde una bocacalle y terminó por caer de rodillas. Sonea se detuvo y le tendió una mano, pero el anciano no parecía verla. Se levantó a duras penas y se unió a las figuras encorvadas que caminaban calle abajo.
Con un suspiro, Sonea deslizó la mirada hasta donde se lo permitía la capucha. Había un guardia apostado con desgana en la boca del callejón. Torcía el gesto en una mueca de desdén, observaba distraído a los transeúntes. Sonea lo fulminó con los ojos, pero cuando el guardia giró la cabeza en su dirección, desvió de inmediato la mirada.
«Malditos guardias —pensó—. Así les salgan farenes venenosos a todos dentro de las botas.» El recuerdo de los nombres de unos pocos guardias bondadosos hizo que le remordiera la conciencia, pero no estaba de humor para excepciones.