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domingo, 26 de noviembre de 2017

LA CAÍDA DE LOS GIGANTES


Primer libro de la trilogía The Century.

RESEÑADO por José Gómez para LIBROS, el 11 de Enero de 2015.
Reseña de La Caída de Los Gigantes, de Ken Follet.
Una manera distinta de contarnos la I Guerra Mundial. Leed la reseña completa en el siguiente enlace:
http://miscriticassobrelibrosleidos.blogspot.com/…/la-caída…

Sinopsis (Ed. Plaza y Janés)
Una gran novela que narra la vida de unas familias americanas, británicas, rusas y alemanas con el trasfondo de la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa y los profundos cambios sociales que éstas conllevaron.
"Esta es la historia de mis abuelos y de los vuestros, de nuestros padres y de nuestras propias vidas. De alguna forma es la historia de todos nosotros."
Ken Follett
La historia empieza en 1911, el día de la coronación del rey Jorge V en la abadía de Westminster. El destino de los Williams, una familia minera de Gales, está unido por el amor y la enemistad al de los Fitzherbert, aristócratas y propietarios de minas de carbón. Lady Maud Fitzherbert se enamorará de Walter von Ulrich, un joven espía en la embajada alemana de Londres. Sus vidas se entrelazarán con la de un asesor progresista del presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, y la de dos hermanos rusos a los que la guerra y la revolución les ha arrebatado su sueño de buscar fortuna en América.
Tras el éxito de Los pilares de la Tierra y Un mundo sin fin, Ken Follett presenta esta gran novela épica que narra la historia de cinco familias durante los años turbulentos de la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa y la lucha de hombres y mujeres por sus derechos.


La caída de los gigantes (fragmento)

Iniciación


1


22 de junio de 1911


E l mismo día que Jorge V fue coronado rey en la abadía de Westminster, en Londres, Billy Williams bajó por primera vez a la mina en Aberowen, Gales del Sur.
El 22 de junio de 1911, Billy cumplía trece años. Su padre empleó su técnica habitual para despertarlo, un método que se caracterizaba por ser mucho más expeditivo y eficaz que cariñoso, y que consistía en darle palmaditas en la mejilla a un ritmo regular, con firmeza e insistencia, una y otra vez. El muchacho dormía profundamente y, por un momento, trató de hacer caso omiso de aquellos cachetes, pero los golpes se sucedían incesantes. Experimentó una brusca y fugaz sensación de enfado, pero entonces se acordó de que tenía que levantarse, de que hasta tenía ganas de hacerlo, de modo que abrió los ojos y se incorporó de golpe en la cama.
—Son las cuatro —anunció su padre antes de salir de la alcoba, y acto seguido se oyó el fuerte ruido de sus botas al bajar por los peldaños de la escalera de madera.
Ese día, Billy iba a empezar a trabajar como aprendiz minero, al igual que habían hecho la mayoría de los hombres de su ciudad a su misma edad. Le habría gustado sentirse más ilusionado ante la idea de ser minero, pero estaba decidido a no hacer el ridículo: David Crampton lloró en su primer día en la mina y aún lo llamaban Dai el Llorica, a pesar de que tenía veinticinco años y era la estrella del equipo de rugby local.
Era el día después del solsticio de verano, y la luminosa claridad de los primeros rayos del alba penetraba por el ventanuco del cuarto. Billy miró a su abuelo, acostado a su lado, y vio que tenía los ojos abiertos. Cuando Billy se levantaba, el anciano siempre estaba despierto, invariablemente; decía que los viejos no dormían demasiado.
El muchacho salió de la cama; solo llevaba los calzoncillos. Cuando hacía frío, dormía con camisola, pero aquel año las islas británicas estaban disfrutando de un verano caluroso, y las noches eran suaves. Sacó el orinal de debajo de la cama y levantó la tapa.

lunes, 6 de noviembre de 2017

EL UMBRAL DE LA ETERNIDAD


He pasado un poco más de una semana sumergida en una ración cuádruple de "palomitas históricas" firmadas por Ken Follett, he revivido a través de las vidas de las cinco familias originales (Gales, Inglaterra, Rusia, Alemania y USA) los avatares del último tercio del siglo XX y el principio del siglo XXI.
Casi 1100 páginas de aventuras, espionaje, amor, desamor, política, derechos civiles, más amor..., más desamor, un poco de sexo, drogas y rock&roll......es decir, Follett en estado puro, bestseller puro y duro.
Que puedo decir, entretenido y previsible, fácil de leer y absorbente, "un Ken Follett al año no hace daño".
Os dejo un enlace con los tres primeros capítulos por si os apetece "catar el producto"
http://www.abc.es/cultura/libros/20140914/abci-follett-umbral-eternidad-201409131212.html

Sinopsis (Ed. Plaza y Janés)
Después de La caída de los gigantes y El invierno del mundo llega el final de la gran historia de las cinco familias cuyas vidas se han entrelazado a través del siglo XX.
En el año 1961 Rebecca Hoffman, profesora en Alemania del Este y nieta de lady Maud, descubrirá que la policía secreta está vigilándola mientras su hermano menor, Walli, sueña con huir a Occidente para convertirse en músico de rock.
George Jakes, joven abogado que trabaja con los hermanos Kennedy, es un activista del movimiento por los derechos civiles de los negros en Estados Unidos que participará en las protestas de los estados del Sur y en la marcha sobre Washington liderada por Martin Luther King.
En Rusia las inclinaciones políticas enfrentan a los hermanos Tania y Dimka Dvorkin. Este se convierte en una de las jóvenes promesas del Kremlin mientras su hermana entrará a formar parte de un grupo activista que promueve la insurrección.
Desde el sur de Estados Unidos hasta la remota Siberia, desde la isla de Cuba hasta el vibrante Londres de los años sesenta, El umbral de la eternidad es la historia de aquellas personas que lucharon por la libertad individual en medio del conflicto titánico entre los dos países más poderosos jamás conocidos.

El Umbral de la Eternidad (fragmento)

1

La policía secreta convocó a Rebecca Hoffmann un lunes lluvioso de 1961.
La mañana había empezado como otra cualquiera. Su marido la acompañó al trabajo en su Trabant 500 color canela. Las antaño elegantes calles del centro de Berlín aún conservaban solares arrasados por los bombardeos de la guerra, salvo allí donde se habían construido nuevos edificios de hormigón que se alzaban erguidos como dientes falsos y mal emparejados. Hans iba pensando en su trabajo mientras conducía.
—Los tribunales están al servicio de los jueces, de los abogados, de la policía, del gobierno… de todo el mundo menos de las víctimas de la delincuencia —comentó—. Algo así es de esperar en los países capitalistas occidentales, pero bajo el comunismo los tribunales deberían estar claramente al servicio del pueblo. Mis colegas no parecen darse cuenta de ello. —Hans trabajaba en el Ministerio de Justicia.
—Llevamos casi un año casados y te conozco desde hace dos, pero nunca me has presentado a ninguno de tus colegas —repuso Rebecca.
—Te aburrirían —adujo él de inmediato—. Son todos abogados.
—¿Hay alguna mujer entre ellos?
—No. En mi sección, por lo menos, no.
Hans ocupaba un puesto administrativo: designaba jueces, programaba juicios, gestionaba los tribunales.
—De todas formas me gustaría conocerlos.
Su marido era un hombre fuerte que había aprendido a controlarse. Mientras lo miraba y ante su insistencia, Rebecca percibió en sus ojos un conocido destello de rabia, y vio que la reprimía echando mano de su fuerza de voluntad.
—Ya quedaré con ellos —dijo Hans—. Quizá podríamos ir todos a un bar alguna tarde.
De los hombres que había conocido Rebecca, Hans era el primero que estaba a la altura de su padre. Era seguro y autoritario, pero siempre la escuchaba. Tenía un buen trabajo; no mucha gente disponía de coche propio en la Alemania Oriental. Los hombres que trabajaban para el gobierno solían ser comunistas de la línea dura, pero Hans, por sorprendente que fuera, compartía el escepticismo político de Rebecca. Igual que su padre, era alto, apuesto y vestía bien. Era el hombre al que había estado esperando.
Durante su noviazgo solo dudó de él en una ocasión, y de forma muy breve. Habían sufrido un accidente de tráfico sin importancia. La culpa fue del otro conductor, que había salido de una calle lateral sin detenerse. Cosas como esa sucedían todos los días, pero Hans se puso hecho una furia. Aunque el daño sufrido por ambos coches era mínimo, llamó a la policía, les enseñó su carnet del Ministerio de Justicia y consiguió que detuvieran al otro hombre por conducción temeraria y lo llevaran a la cárcel.
Después se disculpó con Rebecca por haber perdido los estribos. Ella, asustada ante su afán de venganza, había estado a punto de poner fin a la relación, pero Hans le explicó que ese día no era dueño de sí mismo por culpa de las presiones del trabajo, y ella decidió creerlo. Su fe se había visto justificada: Hans nunca volvió a hacer nada semejante.
Cuando llevaban un año saliendo, y seis meses durmiendo juntos casi todos los fines de semana, Rebecca se preguntó por qué no le proponía matrimonio. Ya no eran unos niños: ella tenía entonces veintiocho años y él treinta y tres, así que fue ella quien se lo pidió. A Hans le sorprendió la proposición, pero aceptó.
En ese momento detuvo el coche frente a la escuela donde trabajaba Rebecca. Era un edificio moderno y bien equipado: los comunistas se tomaban muy en serio la educación. Frente a las puertas de la verja, cinco o seis chicos mayores esperaban fumando cigarrillos junto a un árbol. Rebecca no hizo caso de sus miradas insistentes y besó a Hans en los labios. Después bajó del coche.
Los chicos la saludaron con educación, pero ella sintió la avidez con que esos ojos adolescentes devoraban su figura mientras cruzaba el patio de la escuela sin esquivar los charcos.
Rebecca pertenecía a una familia con inclinaciones políticas. Su abuelo había sido socialdemócrata y miembro del Reichstag, el Parlamento alemán, hasta que Hitler llegó al poder. Su madre, concejala del ayuntamiento durante el breve período de democracia que vivió el Berlín oriental tras la guerra, también por el Partido Socialdemócrata. Sin embargo, la Alemania Oriental se había convertido en una tiranía y Rebecca no le veía ninguna utilidad a meterse en política, por lo que había canalizado su idealismo hacia la educación con la esperanza de que la siguiente generación fuese menos dogmática, más compasiva, más lista.