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lunes, 8 de enero de 2018

LOS HUÉSPEDES DE PAGO


Primera novela que leo de la autora y como no sabía nada de ella me ha tenido desconcertada durante buena parte de la lectura. Con la información que he recabado a posteriori me explico muchas cosas....
La novela transcurre en los años 20 del siglo pasado y todavía me asombró cuando leo que algunos críticos que dicen que Waters recrea "los felices 20", hace exactamente lo contrario. Recrea la precariedad y la tristeza tras la Guerra del 14, recrea las familias destrozadas y el fin de las ilusiones.....felices 20 ¿ para quien?
Mrs. y Miss Wray alquilan habitaciones en su decrépita mansión para sobrevivir a las dificultades económicas tras la muerte del padre....
Más de 600 páginas en tres partes que responden al esquema clásico de planteamiento, nudo y desenlace, escrita con corrección pero larga, muy larga.
La primera parte es francamente interesante, la presentación de los personajes y el contexto nos sitúa perfectamente en la época y las circunstancias históricas; la según da parte comienza a construir la intriga y.....a la mitad se pierde; la tercera parte extiende tanto el desenlace que una desea que se termine ya!!!
En resumen, un argumento con grandes posibilidades que se arruina, en parte, por las pretensiones excesivas de la escritora y por lo repetitivo e incongruente de algunos pasajes.

Sinopsis (Ed. Anagrama)
Londres, 1922. La sociedad está en pleno proceso de cambio y las consecuencias de la Primera Guerra Mundial siguen muy presentes. A Frances Wray la contienda le arrebató a sus dos hermanos, y ahora vive con su madre viuda en una mansión de una zona residencial a las afueras de Londres. Madre e hija, de clase alta, pasan apuros económicos, y, para aliviarlos, deciden alquilar parte de su residencia a unos huéspedes de pago.
Sus inquilinos son un joven matrimonio con aspiraciones burguesas, Leonard y Lilian Barber. Él tiene ambiciones y ella luce coloridos quimonos y pone música en el gramófono. Frances y su madre deberán amoldarse a la pérdida de intimidad que supone la llegada de la pareja, y entre propietarias y huéspedes se establecerá una relación a veces incómoda, marcada por la diferencia de clase. Pero Frances irá descubriendo que comparte más cosas de las que pudiera parecer con Lilian, y entre ambas mujeres se forjará una complicidad de secretos compartidos y una peligrosa pasión que desembocará en un acto violento de terribles consecuencias...
Sarah Waters abandona la época victoriana y el periodo de la Segunda Guerra Mundial que había explorado en anteriores libros y recrea los «felices veinte», mezclando la crónica de una sociedad en pleno proceso de transformación, el retrato costumbrista con toques de comedia, la historia de un amor prohibido y el suspense de un crimen inquietante... Manejando con magistral exactitud el crescendo de tensión y erotismo, la autora nos deslumbra con esta obra que la consagra como la reina indiscutible de la novela de ambientación histórica con un toque muy personal y moderno.
A través de su exploración del pasado de la sociedad británica, desvela sus tabúes, rincones oscuros y deseos inconfesables.

Los huéspedes de pago (fragmento)

Primera Parte
1Los Barber habían dicho que llegarían a las tres. Era como esperar para empezar un viaje, pensó Frances. Ella y su madre habían pasado la mañana pendientes del reloj, sin poder relajarse. A las dos y media, en un impulso de nostalgia, Frances había recorrido las habitaciones por última vez, supuso; desde entonces había aumentado el nerviosismo, que desembocó en un desinflamiento progresivo, y ahora, casi a las cinco, allí estaba otra vez, oyendo el eco de sus propios pasos y sin sentir el menor cariño por los espacios exiguamente amueblados, simplemente ansiosa por que llegara la pareja, por que se instalara y acabar con el asunto.
Estaba mirando a la calle desde una ventana de la habitación más grande, la que hasta hacía poco había sido el dormitorio de su madre, pero que ahora iba a ser el cuarto de estar de los Barber. La tarde era luminosa pero polvorienta. Ráfagas de viento levantaban volutas de polvo de la acera y la calzada. Las mansiones de enfrente emanaban un vacío dominical, aunque tenían ese aspecto todos los días de la semana. A la vuelta de la esquina había un gran hotel, y de vez en cuando pasaban por allí automóviles y taxis que iban o venían del hotel; a veces la gente paseaba por delante, como para tomar el aire. Pero Champion Hill, en conjunto, mantenía su aislamiento. Los jardines eran amplios, los árboles, frondosos. Nunca adivinarías, pensó, que el mugriento Camberwell estaba allí mismo. Nunca pensarías que dos o tres kilómetros más al norte se extendía Londres, vida, glamour, todo eso.

sábado, 12 de agosto de 2017

RONDA NOCTURNA


La vida de cuatro londinenses, durante la II Guerra Mundial e inmediata postguerra. Un libro de amor, muerte, celos y traición, bajo las bombas alemanas y bajo la paz¡
Todo lo prohibido vuelve y tras la ronda nocturna, amanece, lo que se vivió en las trincheras no puede vivirse bajo la luz del sol¡¡
Un libro que me atrajo por su portada y por la sinopsis de la contracubierta, no había leído nada de Sarah Waters y, la verdad, no me ha convencido, en ocasiones se hace muy largo y tedioso, y la estructura narrativa, seguramente le parece muy original a la autora pero, en mi opinión, sólo contribuye a la confusión general.
Desde luego, pienso, que con estos mimbres podría haberse hecho un cesto fantástico y se ha quedado en una cestilla corriente.

Un fragmento del principio de la novela:

1947
1
"Así que te has convertido en esto, se dijo Kay a sí misma: en una de esas personas a las que se les han parado los relojes de pared y de pulsera, y que saben la hora por el tipo de lisiado que llama a la puerta de su casero.
Estaba, en efecto, de pie junto a la ventana abierta, con una camisa sin cuello y unas bragas grisáceas, fumando un cigarrillo y observando las idas y venidas de pacientes del señor Leonard.
Llegaban puntuales; tanto, que en realidad sabía la hora gracias a ellos: la mujer jorobada, los lunes a las diez; el soldado herido, los jueves a las once. Los martes a la una venía un anciano, acompañado de un chico con aire visionario: a Kay le gustaba acechar su llegada.
Le gustaba verles subir despacio la calle: el hombre, pulcro y vestido con un traje oscuro de dueño de funeraria; el chico, paciente, serio, guapo: le recordaba una alegoría como las de Stanley Spencer o algún remilgado pintor moderno de similar cuerda. Tras ellos llegaba una mujer con su hijo, un niño cojo y con gafas; después, una vieja india con reúma. El muchachito cojo a veces se entretenía revolviendo con la botaza el musgo y la tierra del camino quebrado que llevaba a la casa, mientras su madre hablaba con Leonard en la entrada. Una vez, hacía poco, él había levantado la vista y había visto a Kay mirando; y ella le había oído armar jaleo en la escalera porque no quería subir solo al cuarto de baño.
—¿Son ángeles los de la puerta? — oyó decir a la madre—. Cielo santo, ¡sólo son cuadros! ¡Un chico grande como tú!
Kay conjeturó que no eran los chillones ángeles eduardianos los que le asustaban, sino la idea de encontrarse con ella. Debió de suponer que ella merodeaba por el desván como un fantasma o una lunática. En cierto modo, el chico tenía razón, pues a veces Kay deambulaba inquieta, como se decía que hacían los locos. Y otras veces se quedaba horas sin moverse de una silla, más inmóvil que una sombra, porque había visto que las sombras reptaban a través de la alfombra. Y entonces le parecía que bien pudiera ser un fantasma, que quizá se estaba convirtiendo en parte de la estructura descolorida de la casa, disolviéndose en la penumbra que se acumulaba como el polvo en sus disparatados ángulos."