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martes, 28 de noviembre de 2017

DEDICATORIA MORTAL


Primera entrega de la serie de novelas protagonizadas por Reginald Wexford, inspector jefe de policía en Kingsmarkham, una ficticia ciudad en Sussex, Reino Unido.

Con motivo del fallecimiento de Ruth Rendell, vuelvo a un personaje típicamente "Rendelliano", el inspector jefe Wexford, británico hasta la médula, que comienza su andadura en esta Dedicatoria Mortal (From Doon with Death-1964), por la que han pasado los años como "losas".
Novela para entretenerse, sin más, y que resiste mal la relectura.
Para adict@s, el siguiente enlace:
http://inspectorwexford.info/

Sinopsis (Ed. Plaza y Janés)
Cuando regresó del trabajo el martes, el señor Parsons no encontró a Margaret en casa. Era la primera vez que ocurría en los casi seis años de matrimonio. El inspector Burden intentó calmarlo; pensó que el hombre estaba sugestionado por la literatura policíaca a la que era aficionado. Pero la esposa no regresó esa noche. Al día siguiente, el Departamento de Investigación Criminal de Kingsmarkham comenzó a indagar. Margaret era predicadora laica en la Iglesia; una mujer dedicada a su hogar que vestía de forma muy sencilla y nunca se maquillaba. El cadáver estaba junto a un árbol en un bosquecillo de las proximidades. Entre las hierbas, un lápiz de labios. Y en el desván del modesto hogar de los Parsons, varios libros de poesía en ediciones de lujo con dedicatorias manuscritas. Las firmaba Doon. El inspector jefe Wexford debía hallarlo.

Dedicatoria mortal (fragmento)

–Creo que está usted sacando las cosas de quicio, señor Parsons –dijo Burden.
Estaba cansado y se proponía llevar a su mujer al cine; Además, lo primero en que había reparado en cuanto Parsons lo hizo pasar a la habitación habían sido los libros de la estantería contigua a la chimenea. Los títulos bastaban para poner nervioso al más sensato e inquietar a cualquiera cuando no existían motivos para la inquietud:
Palmer el envenenador, El juicio de Madeleine Smith, Tres novias ahogadas, Procesos famosos, Antología de destacados juicios británicos.
–¿No le parece que se ha dejado sugestionar por estas lecturas?
–Me interesa el delito –repuso Parsons–, Es un tema al que soy aficionado.
–Ya lo veo. –Burden no pensaba sentarse si podía evitarlo–. No puede decir que su mujer ha desaparecido. Hace una hora y media que ha llegado usted a casa y ella no está. Eso es todo. Seguramente ha ido al cine. Por cierto, yo mismo me dispongo a ir a ver una película con mi mujer. Es probable que la veamos al salir.
–Margaret no haría una cosa así, señor Burden. Yo la conozco y usted no. Hace casi seis años que estamos casados y en todo ese tiempo nunca he vuelto a casa para encontrarme con que no había nadie.
–Le diré lo que voy a hacer. Me pasaré un momento al volver del cine. Pero ya puede usted apostar hasta el último céntimo a que para entonces su mujer habrá regresado.
–Comenzó a dirigirse hacia la puerta–. Si lo prefiere, pásese usted por la comisaría. No estará de más