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domingo, 3 de diciembre de 2017

SÓLO UN MUERTO MÁS


Primera entrega de la serie de novelas protagonizadas por Sancho Bordaberri, librero, escritor aficionado y detective amateur.

La postguerra en Getxo y un lector "impenitente" de novela negra norteamericana, componen el universo de Sólo un muerto más.
Una historia detectivesca dentro de la intrahistoria de Sancho Bordaberri, librero y aspirante a escritor. Es una novela peculiar con toques de política, humor y amor; la prosa fluida de Ramiro Pinilla la hace muy especial y recomendable. He descubierto a este escritor gracias a mi amigo Ricardo Cortat y no dejaré de leerle.
Os lo recomiendo¡¡¡

Sinopsis (Ed. Tusquets)
Con los baúles cargados de libros que le entrega un familiar, el joven Sancho Bordaberri decide abrir, en plena posguerra, una modesta librería de lance en Getxo. Cuenta enseguida con la complicidad de Klodobike, una mujer entusiasta y vehemente. En el fondo, lo que quiere Sancho es ser escritor de novelas policiacas, pero nunca logra igualar a sus admirados Hammett o Chandler y las editoriales le devuelven todas sus historias. Hasta que un día descubre, con el enésimo manuscrito rechazado en las manos, que el único asesinato que ocurrió en Getxo, antes de la Guerra, está todavía sin resolver y que contar un caso real puede ser de gran ayuda para alguien sin imaginación. Sancho se convierte entonces en detective privado para aclarar quién quiso matar a los gemelos Altube encadenándolos en una roca para que la marea los ahogara. Durante sus pesquisas y entrevistas con los sospechosos, descubrirá que está escribiendo una novela real, con un estilo nuevo, en la que él es a la vez el narrador y el protagonista, un detective que a partir de ahora se llamará Samuel Esparta en homenaje a Sam Spade.

Sólo un muerto más (fragmento)

1
Un viejo caso para un nuevo SamuelMis suelas se arrastran por la playa camino de la mar. Mis manos sostienen con desprecio el pequeño paquete que acabo de recoger en Correos de Algorta con el original de mi última y definitiva novela devuelta por la editorial de turno; ha sufrido el mismo destino que las quince precedentes. Ha sido mi última tentativa. ¿Acaso no es suficiente? Estoy seguro de que he rebasado la luz roja que alerta de la incapacidad de un escritor.
Lo único que desentona en la serenidad del escenario es la velocidad de mi sangre. Lo que no me impide echar la mirada a derecha e izquierda buscando una buena piedra que sepulte el paquete en el destino que se merece. Así concluirá para siempre mi obsesiva búsqueda de esa particular novela negra iluminada por fulgores como «whisky and soda», «alguien tiene que quedarse aquí para contar los muertos», «le pegué en la barbilla apoyando el puñetazo en mis ciento noventa libras de peso», «el muerto era un muchacho delgado, bien parecido hasta hacía poco»… ¡Todo un estilo! ¿Qué soy yo al lado de los Hammett, Chandler, Cain, Himes, Ambler y todo ese Olimpo? Ni me respondo. Los persigo desde hace años, los leo hacia delante y hacia atrás, duermo repitiéndome en sueños sus expresiones implacables, tergiverso mis días para vivir en su mundo… Vanos intentos de gozar de algún contagio. Si no me han salido del todo mal estas últimas líneas se debe a la cercanía de los grandes nombres. No es la primera vez que ocurre, y a punto he estado de bautizar como Chandler o Cain a algún personaje mío para encontrármelo en las páginas y beneficiarme de la magia de su sonido. Nunca lo hice, por un último vestigio de honestidad.