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viernes, 5 de enero de 2018

RECURSOS INHUMANOS



"Me llamo Alain Delambre y tengo cincuenta y siete años. Soy un directivo en paro."
«En Mensajerías Farmacéuticas, donde trabajo, Mehmet es «supervisor», y siguiendo un comportamiento vagamente darwiniano, cuando asciende pasa de inmediato a despreciar a sus antiguos compañeros y a considerarlos meras lombrices. Me he encontrado muchas veces con eso en mi carrera, y no solo entre trabajadores inmigrantes. Lo he visto en mucha gente que venía de abajo, de hecho. En cuanto progresan, se identifican con sus superiores con una convicción tal que los superiores no se atreverían a soñar. Es el síndrome de Estocolmo aplicado al mundo del trabajo».
Esto es lo más sensato que he leído en la nueva novela de Lemaitre, la definición del "trepa" y la presentación del protagonista.
El resto es tan increíble, tan atropellado, tan delirante y caricaturesco que arruina de forma irremediable la magnífica prosa de Lemaitre e incluso el atinado título de la novela.
Este autor me tiene "descolocada" porque entre ráfagas de talento brutal y personajes absolutamente inspirados nos cuela argumentos increíbles y personajes anodinos o, lo que es peor, personajes deficientemente construidos en argumentos delirantemente deconstruidos.
Poco más puedo decir de una novela protagonizada por un débil mental con aspiraciones de superhéroe al que acompañan una serie de bobos y fantasmas que caen en todas sus trampas sin ton ni son....
Me ha decepcionado profundamente y ello sumado a algún otro fiasco perpetrado por el autor hará que le olvide durante un tiempo.

Sinopsis (Ed. Alfaguara)
Puede el paro convertirnos en una bomba de relojería?
Con humor, crudeza y un realismo brutal, Lemaitre explora el lado más inmoral del mundo empresarial y los efectos perversos que el desempleo puede llegar a tener en cualquiera de nosotros.
Me llamo Alain Delambre y tengo cincuenta y siete años. Soy un directivo en paro.»
El antaño flamante director de recursos humanos Alain Delambre ha perdido toda esperanza de encontrar trabajo y se siente cada vez más marginado. Cuando una empresa de reclutamiento considera su candidatura, está dispuesto a todo con tal de conseguir el empleo y recuperar su dignidad, desde mentir a su esposa hasta pedirle dinero a su hija para poder participar en la prueba final del proceso de selección: un simulacro de toma de rehenes. Sin embargo, la ira acumulada en años de agravios no tiene límites... y el juego de rol puede convertirse en un macabro juego de muerte.
La novela ganadora del Premio de Novela Negra Europea, por el ganador del Premio Goncourt, tres Dagger Awards, el Premio Best Novel Valencia Negra y el Premio San Clemente, con más de 3.000.000 de lectores.

Recursos Inhumanos (fragmento)

1.

Nunca he sido un hombre violento. No me viene a la memoria ningún momento en el que haya querido matar a nadie. Sí que he tenido ataques de ira de vez en cuando, pero nunca la voluntad real de hacer daño. De destruir. Así que, claro, estoy sorprendido. La violencia es como el alcohol o el sexo: no se trata de un fenómeno, es un proceso. Entramos en ellos casi sin notarlo, simplemente porque estamos maduros, porque nos llegan en el momento justo. Me daba perfecta cuenta de que estaba enfadado, pero nunca habría imaginado que aquello se transformaría en furia despiadada. Y es eso lo que me da miedo.
Y que todo esto lo haya pagado Mehmet…
Mehmet Pehlivan.
Es turco.
Lleva en Francia diez años, pero tiene menos vocabulario que un niño de esa edad. Solo conoce dos maneras de expresarse: o se cabrea o pone cara de cabreo. Y cuando se cabrea, mezcla el francés con el turco. Entonces nadie le entiende, pero a todo el mundo le queda claro lo que piensa de nosotros. En Mensajerías Farmacéuticas, donde trabajo, Mehmet es «supervisor», y siguiendo un comportamiento vagamente darwiniano, cuando asciende pasa de inmediato a despreciar a sus antiguos compañeros y a considerarlos meras lombrices. Me he encontrado muchas veces con eso en mi carrera, y no solo entre trabajadores inmigrantes. Lo he visto en mucha gente que venía de abajo, de hecho. En cuanto progresan, se identifican con sus superiores con una convicción tal que los superiores no se atreverían a soñar. Es el síndrome de Estocolmo aplicado al mundo del trabajo. Pero, cuidado, no es que Mehmet se crea el jefe, más bien lo reencarna. Es el jefe cuando el jefe desaparece. Resulta evidente que aquí, en una empresa que debe de contar con cerca de doscientos asalariados, no hay un patrón propiamente dicho, solo jefes. Pero Mehmet se siente demasiado importante como para identificarse con un simple jefe. Él se identifica con una especie de abstracción, un concepto superior al que llama «la Dirección», algo vacío de contenido (nadie conoce aquí a los directores) pero rebosante de sentido: la Dirección es como decir el Camino, la Vía. A su manera, ascendiendo por la escala de la responsabilidad, Mehmet se acerca a Dios.