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jueves, 28 de diciembre de 2017

DE LA FINITUD


Abordé con emoción "la despedida literaria" de Gunter Grass y ha colmado todas mis expectativas.
Obra original con textos en prosa y verso, dibujos del autor y una profunda reflexión sobre su vida y el mundo que le/nos rodea.
96 textos componen esta obra distribuidos en 175 páginas, trufados de láminas otoñales dibujadas por el autor.
Reflexiones y poemas que con fina ironía y sin pudor desvelan ...el "declive" de un hombre y la cumbre de un genio.
Es muy difícil elegir alguno entre tanta belleza pero me quedaría con "En qué y donde yaceremos" (en la que el autor y su esposa encargan sus ataúdes y organizan su sepelio); Madre (dedicado a Ángela Merkel) y Xenofobia (profundamente realista y actual).
Un libro para conservar y releer cuando el mundo nos resulta intransitable, cuando la desesperanza cunde y cuando deseamos, sobre todo y contra todo, LEER.

Sinopsis (Ed. Alfaguara)
De la finitud es el libro póstumo, la despedida del Premio Nobel de Literatura y Premio Príncipe de Asturias, Günter Grass.
«Günter Grass nos ha dejado un conmovedor regalo de despedida. Creo que una vez más consiguió algo grande. Ha creado con su última obra de arte un impresionante juego de poesía, prosa e ilustración.»Gerhard Steidl (editor de Günter Grass)
Entre diario, ensayo y poesía, y profusamente ilustrado por él mismo, De la finitud es el libro que Günter Grass escribió durante sus últimos años. En él hallamos la lúcida mirada, alejada de toda melancolía, de un hombre que se enfrenta a la muerte con ironía, en poemas como «Autorretrato» o «Adiós a la carne», al tiempo que sigue analizando el mundo que le rodea.
Desfilan bajo su pluma llena de sabiduría, lirismo y humor los hechos y personajes más diversos, desde la crisis griega («La luz al final del túnel») a la canciller Ángela Merkel («Mamá»). Un delicado regalo de despedida, un libro imprescindible.

De la finitud (fragmento)

SER PROSCRITO

Cuando el corazón, los pulmones y los riñones obligaron una y otra vez al fumador de pipa a ir al taller de reparaciones, donde él, como lamentable Yo, con un goteo puesto, tenía que tragar un montoncito creciente de pastillas que, de colores, oblongas y redondas, susurraban las leyendas de sus efectos secundarios; cuando la edad, penetrantemente malhumorada, formulaba las preguntas «¿cuánto tiempo aún?» y «¿pero por qué?», y no le resultaba fácil esbozar imágenes ni ensartar palabras; cuando el mundo se le escapaba con sus guerras y daños colaterales, y solo buscaba aún el sueño, troceado en bocaditos —ajeno a sí mismo, comenzó a lamerse lastimosamente las heridas—; cuando se había secado también la última fuente, me refrescó, como si siguiera existiendo esa respiración boca a boca, el beso de una musa no profesional; y enseguida acudieron imágenes acosadas por palabras, se me brindaron papel, lápiz y pincel, hizo su débil oferta una naturaleza otoñal, hice correr la acuarela, garrapateé por gusto y, temiendo la recaída, comencé a vivir de nuevo con ansia.
Sentirme. Ser un proscrito ligero como una pluma, aunque dispuesto desde hace mucho a ser derribado. Soltar sin vergüenza la correa al animal. Ser este o aquel. Resucitar a los muertos. Disfrazarme con los harapos de mi compañero Baldanders[1]. Extraviarse con decisión. Buscar refugio bajo sombras plumeadas. ¡Decir ahora!
Me parecía que el Yo podía cambiar de piel. Como si pudiera encontrar el hilo, cortar el nudo, como si el hallazgo felicidad tuviera un nombre repetible.