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sábado, 30 de septiembre de 2017

MÚSICA DE CÁMARA


Premio Biblioteca Breve 2013, para una novela coral que comienza prometedoramente con un verso de Don Antonio Machado "Estos días azules y este sol de la infancia", y toda la novela es una evocación, una narración melancólica en busca de la felicidad perdida o nunca alcanzada.
Cuatro personajes narran una historia en dos partes, 1949-1950 historia de exilio, postguerra, humillación y triunfo. 1984... historia de reconstrucción. Y como fondo una historia de amor imposible, una historia de Romeo (Javier) y Julieta (Arcadia), catalanes ambos, de familias mucho más alejadas que los Montesco y Capuleto en su momento. Escrita con exquisita prosa poética la historia de Javier y Arcadia es la de nuestro país en los últimos 60 y, digo bien, porque lo ocurrido desde el final de la guerra hasta el principio de la transición continua sojuzgando nuestra vida en el 2014. En un párrafo demoledor podemos leer, hablando de Cataluña en los años 50: "La corrupción legalizada pasa de padres a hijos y de éstos pasará a los nietos y no tendrá fin porque no sólo no hay respuesta judicial y oficial a ello, sino que se ha constituido en una manera de sobrevivir, de medrar y de gobernar....."
Una novela cuya primera parte es mucho más interesante y "redonda" que la segunda, en la que hay un intento de "rematar" un poco forzado; pero que, en resumen, se lee con agrado.
Me quedo con otra cita de la novela, y os dejo con ella:
"Non c'è cosa più amara che l'alba di un giorno/ in cui nulla accadrá. Non c'è cosa piú amara/ che l'inutilità....."
"No hay cosa más amarga que el alba de un día/ en que nada sucederá. No hay cosa más amarga/ que la inutilidad..."
Lo steddazzu (Cesare Pavese)

Sinopsis (Ed. Seix Barral)
Premio Biblioteca Breve 2013.
La historia del amor de dos jóvenes en los años cincuenta que pertenecen a mundos no sólo distintos, sino contrarios. Y es, también, la historia del reencuentro entre los dos amantes, en el otoño de 1984, durante una larga noche en la que se adentran en una turbadora y lúcida reflexión sobre los años transcurridos.
Acompañada por su tía Inés, una viola y una maleta llena de recuerdos, Arcadia vuelve a Barcelona en 1949. Hija de republicanos exiliados en Francia, se refugia en su pasión por la música para sobrevivir en el ambiente opresivo de la posguerra. Un día conoce a Javier, un prometedor estudiante de derecho que pronto se convertirá en el centro de su vida. Con todo pueden y a todos se enfrentan para llevar adelante su relación, hasta que la personalidad libre y rebelde de Arcadia se convierte en un estigma social que sella sus destinos.
Una novela evocadora y reflexiva a un tiempo, en la que los sentimientos se entrecruzan con las circunstancias sociales, y la vida misma respira con una autenticidad extraordinaria, alzando en cada párrafo un canto a la verdad y a la libertad.
Una novela de ambientación barcelonesa. Desde 1949 hasta los años ochenta, Música de cámara, muestra también la transformación de la ciudad.
El papel de la mujer en los años 50, la transición, ¿qué ocurrió realmente en los despachos de quienes llevaron adelante el pacto democrático? ¿Pudo haberse hecho de otra manera?
«Una poderosa historia de amor que denota un excelente oficio en la elaboración del personaje femenino protagonista y de las diversas voces que lo acompañan.
La novela logra una extraordinaria recreación de la atmósfera de la posguerra y del mundo de los represaliados, y cuestiona de forma implacable y sobrecogedora a la sociedad catalana burguesa de la época y las ambigüedades y claudicaciones de la Transición. Un libro llamado a ocupar un lugar muy destacado en nuestra narrativa contemporánea...»,
Jurado del Premio Biblioteca Breve 2013

José Manuel Caballero Bonald
Pere Gimferrer
José María Guelbenzu
Elena Ramírez
Clara Usón

Música de Cámara (fragmento)

ESTOS DÍAS AZULESEstos días azules y este sol de la infancia. ANTONIO MACHADO

Aquí termina tu exilio, habría dicho mi padre si aquel día lluvioso de abril me hubiera acompañado a la estación. Habría subido conmigo al tren y después de dejar mi maleta en la redecilla del compartimiento y de comprobar que mi billete correspondía al asiento vacío junto a la ventana en la dirección de la marcha me habría levantado el cuello del abrigo para que no cogiera frío, habría descendido del vagón dejándome en la plataforma y se habría situado en el andén adquiriendo un aire mayestático, con el sombrero puesto y los guantes cubriéndole las manos enlazadas en la cintura. Sólo entonces habría pronunciado esas palabras sobre el exilio preparadas y pensadas durante muchos días y muchas noches como si ese breve golpe de trascendencia al que tan aficionado era aunque no recurriera a él más que en las grandes ocasiones pudiera condensar el ansia inalcanzable de su dolorido corazón. Y aprovechando los minutos previos a la leve sacudida que anuncia la partida del convoy habría fijado sus ojos en los míos convencido de que con esa tenue corriente de comunicación yo sería capaz de revivir aquel momento todos los días de mi vida.
Pero mi padre no había ido a la estación de Toulouse a despedirme ni yo de haber podido mantener su mirada cargada de emoción habría comprendido lo que suponía para él acabar con el exilio. A mis doce años el exilio como la vejez era una curiosa situación en la que se encontraban las personas mayores, muy mayores, como mis padres, que habían vivido sumergidos en él, siempre hablaban de él y suspiraban por que un día la frase que mi padre me habría dicho en la estación de haberme acompañado se la hubieran podido dedicar el uno al otro. Para mí en cambio era poco más que el telón de fondo de nuestra vida familiar.