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viernes, 1 de diciembre de 2017

CUANDO ELLA ERA BUENA


Cada vez que leo a Philip Roth vuelvo a comprender porque me gusta tanto leer¡¡
Y eso que esta es una de sus primeras novelas, concretamente la segunda, y su genio narrativo no está todavía en su apogeo. He leído en alguna reseña que esta novela podría formar parte de La Pastoral Americana o ser una nueva Tragedia Americana y, estoy totalmente de acuerdo.
Tras un comienzo un tanto confuso, en el ...que los personajes se superponen y Roth los presenta de esa forma tan peculiar que le caracteriza, asistimos a la vida de Lucy Nelson, una muchacha del Medio Oeste Norteamericano que, a priori, tiene muchas cartas para ser feliz, pero.....¡
Plena de sentimientos, es la vida rural norteamericana en la voz de una mujer y en la pluma de un genio.

Sinopsis (Ed. Debolsillo)
Publicada en 1967, Cuando ella era buena es la segunda novela de Philip Roth. Escrita en la tradición naturalista y ajena al entorno judío, esta hipnótica, divertida y escalofriante novela tiene como escenario una pequeña ciudad del Oeste Medio en los años cuarenta, y como protagonista a una mujer joven, herida y moralista feroz, cuya bondad se convertirá en una enfermedad terrible.
Siendo todavía una niña, Lucy Nelson tuvo su primer fracaso: un padre en la cárcel. Desde entonces ha estado intentando reformar a todos los hombres que la rodean, incluso cuando esto, ahora, significa su propia destrucción.
Con su infalible retrato de Lucy y su infantil marido Roy, Roth ha creado una obra intransigente: una visión crítica sobre la piedad.

Cuando ella era buena (fragmento)

1El sueño de su vida no consistía en ser rico, famoso, poderoso, ni siquiera feliz… sino, simplemente, en ser civilizado. No podría haber citado las cualidades de ese tipo de vida cuando dejó la casa, o la cabaña, de su padre, en los bosques norteños del estado; su proyecto era llegar hasta Chicago para averiguarlo. Sabía con certeza lo que no quería: vivir como un salvaje. Su propio padre era un hombre bárbaro e ignorante; cazador de pieles, luego leñador y, hacia el fin de su vida, vigilante nocturno en las minas de hierro. Su madre era una mujer trabajadora, de carácter servil, que jamás había concebido desear algo distinto a lo que tenía; si lo deseaba, si en realidad era otra y no la que parecía, sentía que no era prudente hablar de sus deseos en presencia de su marido.
Uno de los recuerdos infantiles más persistentes de Willard tenía que ver con el momento en que una india chippewa fue hasta la cabaña en que vivía con una raíz para que la hermana de Willard la masticara, cuando Ginny ardía de fiebre a causa de la escarlatina. Él tenía siete años, Ginny uno, y la india, como Willard asegura hoy, pasaba de los cien. La enfebrecida criatura no murió de aquella enfermedad, aunque más tarde su padre hizo comprender a Willard que habría sido mejor que así fuese. Al cabo de pocos años descubrieron que la pobre Ginny no podía aprender a sumar dos más dos o a decir de manera ordenada los días de la semana. Nadie pudo saber si aquello era consecuencia de la escarlatina o si se debía a una deficiencia de nacimiento.

sábado, 18 de noviembre de 2017

EL PROFESOR DEL DESEO


RESEÑADO por Rossana Cabrera para LIBROS, el 24 de Septiembre de 2014.
Este hombre me ha dado inmensos gustos y estrepitosas decepciones. Este libro pertenece a las últimas.
Bien escrito está, sí, claro, es Roth, el arte lo tiene, la ironía también.
Pero que protagonista aburrido, que preocupaciones tan tontas, lo que pudo ser perversamente inquietante terminó siendo un bodrio.
Lo que si me pasó, es que me dieron ganas de re-leer Kafka. El profesor de literatura protagonista de la historia le dedica un capítulo interesante. Quizás lo más rescatable de esta lectura.

Sinopsis (Ed. Debolsillo)
Una novela ingeniosa e inteligente sobre la obsesión por el sexo y el miedo al compromiso.
David Kapesh, un personaje recurrente en las novelas de Philip Roth, vive obsesionado por el sexo desde sus tiempos de estudiante. Su abstinencia forzada durante la juventud, sus experiencias desenfrenadas en Londres, su fracaso matrimonial, y la soledad, no hacen más que evidenciar la incapacidad del protagonista para entregarse sinceramente a alguien, para comprometerse y llegar a ser feliz. Este título cierra la trilogía iniciada por El pecho y continuada por El animal moribundo.


El profesor del deseo (fragmento)
El cartel está en cinco idiomas- a tantos fascinan las temibles invenciones de este asceta atormentado, a tantos millones asusta:
(A la tumba de FRANZE KAFKY)
Han elegido, para señalar los restos de Kafka, una piedra blancuzca, alargada, firme, que eleva hacia lo alto su glande puntiagudo, un falo sepulcral que en nada se parece a qualquier otra cosa que haya en su entorno. Esa es la primera sorpresa. La segunda es que el hombre obsesionado por su condición de hijo está enterrado para siempre -¡aún!- entre el padre y la madre que le sobrevivieron. Recojo un guijarro del camino de gravilla y lo añado a uno de los montones de piedrecitas que allí han ido apilando os peregrinos, antes que yo. Nunca he hecho nada parecido por mis propios abuelos, enterrados con otros diez mil, a veinte minutos de mi casa de Nueva York, ni he hecho visita semejante a la tumba de mi madre (…) Las oscuras losas rectangulares que hay en torno a la tumaba de Kafka llevan apellidos judíos muy familiares (…) Levy, Goldschmidt, Schneider, Hirsch… Las tumbas se pierden en la lejanía, pero la de Kafka parece ser la única bien cuidada. Los demás muertos no tienen sobrevivientes que anden por aquí arrancando la maleza y recortando la hiedra (…) Parece que solo el soltero sin hijos ha dejado descendencia entre los vivos. ¿Qué mejor sitio, para que cunda la ironía, que à la tombe de Franze Kafky?

viernes, 11 de agosto de 2017

ME CASÉ CON UN COMUNISTA


Esta última semana en la que, finalmente, la Academia Sueca ha vuelto a olvidarse de Philip Roth en la concesión del Nobel de Literatura, he vuelto a leer la más incomprendida de las obras que configuran la Trilogía Americana (también llamada trilogía estadounidense) me refiero a Me casé con un comunista y nuevamente he disfrutado de una novela profunda, irónica, muy muy norteamericana; una novela que relata, realmente, una historia de amor, celos y venganza, de ideologías incomprendidas y sirve para mostrar el profundo analfabetismo político de los Estados Unidos de Norteamérica, la profunda hipocresía de una sociedad que, se vende, como la más democrática del mundo, eso sí, mientras los demócratas no piensen y digan, lo que no deben ni pensar ni decir.
Una obra para tiempos convulsos, una obra que no tuvo éxito, una obra que me encanta¡¡

Me casé con un comunista (fragmento)
"Sus ademanes y posturas eran del todo naturales, tendía a la verbosidad y era casi amenazante al expresar sus ideas. Le apasionaba dar explicaciones, clarificar, hacernos comprender, y por ello descomponía en sus principales elementos cualquier cosa de la que habláramos, con la misma meticulosidad con que efectuaba el análisis gramatical de una frase en la pizarra. Tenía un talento especial para dramatizar los interrogantes que suscitaban los temas, para darnos la intensa sensación de que estábamos escuchando un relato incluso cuando realizaba una tarea estrictamente analítica, y para examinar con toda claridad, a fondo y en voz alta, lo que leíamos y escribíamos.
Junto con la fuerza muscular y la evidente inteligencia, el señor Ringold aportaba a la clase una espontaneidad visceral que era reveladora para los chicos amansados y adecentados incapaces de comprender todavía que obedecer las reglas del decoro impuestas por un profesor no tenía nada que ver con el desarrollo mental. Su simpática predilección por arrojarte un borrador de pizarra cuando le dabas una respuesta errónea tenía más importancia de la que quizás él mismo imaginaba. O tal vez no, tal vez el señor Ringold sabía muy bien que aquello que los chicos como yo necesitábamos aprender no era sólo las manera de expresarnos con precisión y reaccionar con más discernimiento a lo que nos decían, sino a ser revoltosos sin ser estúpidos, a no disimular demasiado ni comportarnos demasiado bien, a iniciar la liberación del ardimiento masculino, encerrado en la corrección institucional que tanto intimidaba a los muchachos más brillantes."

jueves, 10 de noviembre de 2016

LA CONJURA CONTRA AMÉRICA


"Año 1940, Charles Lindbergh, aviador aventurero, antisemita, filonazi y aislacionista, gana las elecciones en USA, su contrincante Franklin Delano Roosvelt inspirador del New Deal". La Conjura contra América (The Plot Against América) 2004

Este es el hilo conductor de la novela de Philip Roth, narrada por un niño de 7 años llamado, casualmente, Philip Roth que vive con su familia en un barrio judío de Newark (New Jersey). Ciertamente, el niño Roth es Philip Roth y nos relata lo que hubiera ocurrido en su propia familia, familia judía de clase media, ante el ascenso al poder de un antisemita, racista y aislacionista (América para los americanos, la sangre impura no debe contaminar nuestro gran país), a lo largo de casi 400 páginas  conocemos a su padre Hermann ardiente defensor de Roosevelt y su política, a  su madre, Bess íntegra y leal, a  su hermano mayor Sandy aspirante a artista que se "traga las promesas" populistas del aviador, a su primo Alvin heróico en su resistencia e incomprensible en su rendición, a la tía Evelyn vanidosa e inconsistente.....y a una pléyade de personajes de la comunidad judía de su barrio que reaccionan de muy diversas formas a la política que se avecina.
El narrador es un niño y es el propio Roth que asiste asombrado a los acontecimientos desencadenados por la elección presidencial y sufre la tragedia de su familia que es la tragedia de un país y una sociedad devastada por la política de un "visionario".

Esta novela ha sido calificada de ucronía ¿de verdad lo es?, a la luz de ciertos acontecimientos recientes, tal vez, sea una profecía.

Aclamada por la mayoría de la crítica literaria que la considera el corolario perfecto de la Trilogía Americana, muestra la capacidad de Roth para transformar la realidad en buena literatura y pensamiento profundo, sin perder la capacidad adictiva de su prosa.

A algunos no os habrá convencido mi "alegato", ya que soy "fan" convicta y confesa de Roth, pero seguramente, este fragmento de la novela os convencerá:

1


"Junio de 1940 - octubre de 1940
VOTAD POR LINDBERGH O VOTAD POR LA GUERRA

El temor gobierna estas memorias, un temor perpetuo. Por supuesto, no hay infancia sin terrores, pero me pregunto si no habría sido yo un niño menos asustado de no haber tenido a Lindbergh por presidente o de no haber sido vástago de judíos.
En junio de 1940, cuando se produjo el primer sobresalto –la nominación, por parte de la Convención Republicana en Filadelfia, de Charles A. Lindbergh, el héroe norteamericano de la aviación y de fama internacional, como candidato a la presidencia–, mi padre tenía treinta y nueve años, era agente de seguros y tenía una educación de enseñanza media elemental, con unos ingresos de algo menos de cincuenta dólares a la semana, cantidad suficiente para pagar a tiempo las facturas básicas, pero poco más. Mi madre, que había querido estudiar magisterio pero no se lo pudo costear, que al finalizar la enseñanza secundaria había vivido en casa de su familia y trabajado como secretaria en una empresa, que había evitado que nos sintiéramos pobres durante la peor época de la Depresión, administrando el salario que mi padre le entregaba cada viernes con tanta eficiencia como la que mostraba en el manejo de la casa, tenía treinta y seis. Mi hermano, Sandy, alumno de séptimo curso con un talento prodigioso para el dibujo, tenía doce, y yo, alumno de tercero con un trimestre de adelanto –y coleccionista embrionario de sellos, estimulado, como les sucedía a millones de niños, por el filatélico más importante del país, el presidente Roosevelt–, tenía siete."




jueves, 19 de marzo de 2015

EL MAL DE PORTNOY


Roth define el Portnoy's complaint (Lamento de Portnoy) en la primera página de la novela como:
 "un desorden en el que fuertes impulsos éticos y altruistas están en constante conflicto con deseos sexuales, generalmente de naturaleza perversa".

En el 82 cumpleaños de Philip Roth, eterno candidato al Nobel del Literatura, no nos queda otro remedio que recomendar su novela más "gamberra", una polémica visión de una familia judía en los años 40-50, a través del monólogo del joven Alexander Portnoy con su psicoanalista. A ratos repugnante, a ratos hilarante y siempre exquisitamente escrita. Fue publicada, en castellano con dos títulos diferentes El mal de Portnoy y El Lamento de Portnoy (literal del inglés) pero al margen del título es otra vuelta de tuerca a las obsesiones presentes en la literatura de Roth, el judaísmo, el american way of life, las relaciones familiares, la humanidad, el carácter, la niñez, el sexo.....y sus consecuencias.
Humor inteligente y corrosivo, literatura de primera¡

Y para muestra un fragmento que revela como escribe uno de los más grandes escritores de nuestro tiempo y de todos los tiempos:
"La llevaba tan incrustada en la conciencia, que, al parecer, me pasé el primer año de colegio convencido de que todas y cada una de mis profesoras eran mi madre disfrazada. Echaba a correr en cuanto sonaba el timbre de salida, e iba todo el camino preguntándome si llegaría con tiempo para pillar a mi madre antes de que volviera a transformarse. Pero siempre, invariablemente, la encontraba ya en la cocina, poniéndome el vaso de leche con galletas. Su proeza, sin embargo, en lugar de empujarme a renunciar al engaño, lo que hacía era intensificar el respeto que me inspiraban sus poderes. Y, también, el hecho de no sorprenderla entre encarnación y encarnación, venía a suponer un alivio, de todas formas, aunque yo nunca cejara en el intento. Me constaba que mi padre y mi hermana no estaban al cabo de la calle en lo tocante a la verdadera naturaleza de mi madre, y que la carga de culpabilidad que, imaginaba yo, me iba a caer sobre los hombros en caso de que alguna vez la pillase descuidada era más de lo que estaba dispuesto a aguantar a mis cinco años."

sábado, 22 de noviembre de 2014

LA MANCHA HUMANA


Coleman Silk y sus secretos...uno tras otro como capas de cebolla en una sociedad que deja atrás el "american way of life", una época turbulenta en la Norteamérica de los intelectuales y los políticos, retratada magistralmente por Roth. Una novela que deja huella.
El verano del 98, marcado por el escándalo Lewinsky es el momento ideal para los hechos que se narran en esta novela en la que aparece Nathan Zuckerman como amigo del protagonista, un protagonista al que una frase, una sola frase, conduce directamente al desastre....
Cuando Philip Roth escribe todos los demonios se desatan y sus novelas remueven capas y capas de sentimientos que, ni siquiera, sabíamos que vivían en nuestro interior. Es difícil que un judío estadounidense interprete de forma tan fehaciente los sentimientos universales, de amor, pérdida, familia, adolescencia, pareja, traición, ridículo, odio......es impresionante reconocerse y es impresionante leer con tanto placer una prosa y rica y culta, que  no es pedante ni retorcida. 
La Mancha humana es una de mis novelas favoritas de Roth y el siguiente, uno de mis fragmentos favoritos:

“.....dejamos una mancha, un rastro, nuestra huella,....impureza, crueldad, abuso, error, excremento, semen... somos como los dioses griegos que son mezquinos, se pelean entre ellos, combaten, odian, joden...disipación, depravación, placeres groseros,.....Dios a imagen del hombre...”

Basada en la novela de Roth se rodó una película dirigida por Robert Benton en el año 2003 e interpretada por Anthony Hopkins,  Nicole Kidman y Ed Harris, entre otros, como suele suceder la película no hace justicia a la novela.

Sinopsis (Ed. Alfaguara)
En el turbulento verano de 1998 (mientras el país reacciona escandalizado al asunto Clinto-Lewinsky), Coleman Silk, profesor y decano del New Englands Athena College, es acusado de racismo por decir, inocentemente, una desafortunada expresión políticamente incorrecta. Su carrera y su reputación se arruinan, su mujer muere por el trauma, y Silk es marginado hasta por sus propios hijos.

La Mancha Humana (fragmento)

1


Todo el mundo sabe


Corría el verano de 1998 cuando mi vecino Coleman Silk, quien, antes de retirarse dos años atrás, fue profesor de lenguas clásicas en la cercana Universidad de Athena durante veintitantos años y, a lo largo de dieciséis de ellos, actuó también como decano de la facultad, me dijo confidencialmente que, a los setenta y un años de edad, tenía relaciones sexuales con una mujer de la limpieza que contaba treinta y cuatro y trabajaba en la universidad. Dos veces a la semana la mujer limpiaba también la oficina de correos rural, una pequeña cabaña de grises tablas de chilla que evocaba el refugio de una familia okie, como se conoce a los trabajadores agrícolas migratorios, procedente de la región seca del sudoeste, allá por los años treinta y que, solitaria y con aspecto de abandono frente a la gasolinera y la única tienda del pueblo, exhibe la bandera norteamericana en el cruce de las dos carreteras que constituye el centro comercial de esta localidad en la ladera de una montaña.
Un día, a última hora, minutos antes del cierre, cuando fue en busca del correo, Coleman vio por primera vez a la mujer, alta, delgada y angulosa, el cabello rubio grisáceo recogido en una cola de caballo y los rasgos bien marcados y severos que suele asociarse a las amas de casa, dominadas por la Iglesia y muy trabajadoras que sufrieron las duras condiciones de vida en los comienzos de Nueva Inglaterra, severas mujeres de colonos aprisionadas por la moralidad imperante y sumisas a ella. Se llamaba Faunia Farley y, por mucho que hubiera sufrido, lo mantenía oculto tras una de esas caras huesudas e inexpresivas que, por otro lado, no esconden nada y revelan una soledad inmensa. Faunia ocupaba un cuarto en una granja lechera donde ayudaba al ordeño, a fin de pagar el alquiler. Había estudiado dos cursos de Enseñanza Media Superior.
El verano en que Coleman me hizo esa confidencia sobre Faunia Farley y el secreto de los dos fue, apropiadamente, el verano en que salió a la luz el secreto de Bill Clinton, con todos sus humillantes detalles, cada detalle natural, la naturalidad, al igual que la humillación, exudados por la causticidad de los datos concretos. No habíamos vivido una temporada semejante desde la época en que alguien tropezó con la nueva Miss América desnuda en un viejo número de Penthouse, unas fotos en las que posaba con elegancia, de rodillas o tendida boca arriba, y que obligaron a la avergonzada joven a devolver la corona y seguir su camino, que era el de convertirse en una famosa estrella pop. El verano del noventa y ocho en Nueva Inglaterra fue exquisito, cálido y brillante, y en cuanto a la liga de béisbol, el verano del mítico combate entre un dios blanco y un dios moreno del béisbol, mientras que de un extremo al otro de Norteamérica se desataba una orgía de religiosidad y de pureza, cuando al terrorismo, que había sustituido al comunismo como la amenaza predominante para la seguridad del país, le sucedió la mamada y un presidente de edad mediana, viril y de aspecto juvenil, y una empleada de veintiún años, temeraria y prendada de él, se comportaron en el Despacho Oval como dos adolescentes en un aparcamiento e hicieron que reviviera la pasión general más antigua de Estados Unidos, e históricamente tal vez su placer más traicionero y subversivo: el éxtasis de la mojigatería. En el Congreso, en la prensa y en las cadenas de televisión, los pelmazos virtuosos que actúan para impresionar al público, locos por culpabilizar, deplorar y castigar, estaban en todas partes moralizando a más no poder: todos ellos con un frenesí calculado de lo que Hawthorne (quien, en la década de 1860, vivió a pocos kilómetros de donde yo habito) identificó en el incipiente país de antaño como «el espíritu persecutorio»; todos ellos ansiosos por llevar a cabo los severos rituales de la purificación que eliminarían la turgencia de la división ejecutiva, allanando así el camino para que la hijita de diez años del senador Lieberman pudiera ver de nuevo la televisión en compañía de su azorado papá. No, si no habéis vivido en 1998, no sabéis lo que es la gazmoñería. William F. Buckley, que colabora simultáneamente en una serie de periódicos conservadores, escribió: «Cuando Abelardo lo hizo, era posible impedir que volviera a suceder», dando a entender que la fechoría del presidente, lo que Buckley denominó en otro lugar «la carnalidad incontinente» de Clinton, no se remediaba como era debido con algo tan incruento como un proceso de incapacitación, sino más bien mediante el castigo que, en el siglo XII, impusieron al canónigo Abelardo los cómplices, que blandían cuchillos, del colega eclesiástico de Abelardo, el canónigo Fulbert, porque aquel había seducido a la sobrina de este, la virgen Eloísa, casándose en secreto con ella. Al contrario que la fatwa de Jomeini que condenaba a muerte a Salman Rushdie, el nostálgico anhelo de Buckley de castigar por medio de la castración no comportaba ningún incentivo económico para cualquier posible perpetrador. Sin embargo, lo impulsaba un espíritu tan riguroso como el del ayatolá, y en nombre de unos ideales no menos exaltados.