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jueves, 4 de enero de 2018

JUGADA DE PRESIÓN


Dice la editorial:
"Jugada de presión es la primera novela que escribió Paul Auster. Fue publicada con el seudónimo de Paul Benjamin, y durante muchos años circuló como un libro de culto entre entendidos de la novela negra."
No se a que entendidos se refiere...., porque puedo decir que es la única novela de Paul Auster que no me ha gustado, me ha parecido una caricatura relamida y cutre del mejor género negro norteamericano; todo en esta novela es falso, "más falso que un duro de madera".
Los inicios, como se ve, son duros y para Paul Auster, también. En su lugar yo pararía las reediciones.

Sinopsis (Ed. Anagrama)
Max Klein es detective privado, está pensando en tomarse un descanso cuando George Chapman lo llama para solicitar sus servicios. Su futuro cliente era hace cinco años el mejor jugador de baloncesto de la temporada. Pero Chapman era también el espejo terrible en el que se miraba Max; tení­a su misma edad, habí­a estudiado en las mismas universidades, él también habí­a jugado al baloncesto, y ahora sentí­a que estaba en un callejón sin salida. Su matrimonio se derrumbaba, estaba muy endeudado, y harto de su trabajo en la oficina del fiscal del distrito. Aquélla resultó ser la última temporada de George Chapman, porque un accidente de coche acabó con su carrera deportiva. Ahora vuelve, con un perfil intachable de defensor de los débiles y candidato a senador. Pero ¿por qué un buen y honrado héroe americano necesita un detective privado?
Jugada de presión es la primera novela que escribió Paul Auster. Fue publicada con el seudónimo de Paul Benjamin, y durante muchos años circuló como un libro de culto entre entendidos de la novela negra.

Jugada de presión (fragmento)

1Fue el segundo martes de mayo cuando George Chapman me llamó. Le había dado mi nombre su abogado, Brian Contini, y quería saber si estaba libre para ocuparme de un caso. A otro cualquiera, probablemente le habría dicho que no. Acababa de pasar tres aburridas semanas buscando a una chica de diecisiete años, hija de una acomodada familia de las afueras, y en aquel momento lo último que deseaba era otro cliente. Tras seguir una docena de pistas falsas, acabé encontrando a la chica en Boston, donde hacía la calle en la Combat Zone. Lo único que me dijo fue: «Vete a la mierda, madero. Yo no tengo ni mamá ni papá, ¿te enteras? Nací la semana pasada, cuando diste por culo a un perro».
Estaba cansado y necesitaba unas vacaciones. Los padres me habían dado una gratificación cuando se enteraron de que su hija seguía con vida, y pensaba fundirme el dinero en un viaje a París. Pero cuando llamó Chapman, decidí esperar. Tuve la sensación de que el asunto del que quería hablarme era más importante que mirar cuadros en el Louvre. Había algo desesperado en su voz, y su reticencia a darme explicaciones por teléfono despertó mi curiosidad. Chapman estaba en un lío y yo quería saber de qué se trataba. Le dije que viniera a verme a mi despacho al día siguiente a las nueve de la mañana.
Cinco años antes, George Chapman había hecho todo lo que un jugador de béisbol puede lograr en una temporada. Bateó un promedio de trescientos cuarenta y ocho, consiguió cuarenta y cuatro home runs, marcó ciento treinta y siete puntos y recibió el Guante de Oro al mejor jugador de tercera base. Los New York Americans lo ganaron todo aquel año. El primer puesto de la división, el campeonato nacional y la copa del mundo. Y al final, Chapman fue nombrado mejor jugador de la liga.
Era casi irreal. Al abrir el periódico, se tenía la impresión de que Chapman siempre salía en los titulares por un home run en la novena entrada o por alguna jugada espectacular en el campo. En aquel año de huelgas de basureros, escándalos políticos y tiempo asqueroso, Chapman estaba de permanente actualidad. Se publicaba su fotografía con tanta frecuencia que hasta en sueños se veía su cara. Incluso los yonquis del Lower East Side sabían quién era, y una radio local reveló en una encuesta que era más conocido que el ministro de Asuntos Exteriores.