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domingo, 25 de noviembre de 2012

LA MARCA DEL MERIDIANO


He terminado la última novela de mi admirado Lorenzo Silva, o lo que es lo mismo, el último Premio Planeta de Novela. Y.......pues vaya por delante que no entiendo porqué Silva se presentó con pseudónimo al Planeta, y como explicaría cualquier miembro del jurado que no sabía a quien le daba el Premio....lo dejaré en "misterios del planeta"..... Rematado este escabroso asunto, debo decir que soy fan de Bevilacqua y Chamorro desde su nacimiento; y por ende de Silva desde La flaqueza del Bolchevique, pero........no se si es la "nefasta influencia de un premio" o que hace mucho que no leo a Silva, en esta novela he percibido algo que no me gusta, más bien, varias cosas que no me gustan, y paso a ennumerarlas:
- Un toque chulesco o "repipi sentencioso", no sé como definirlo en Bevilacqua que no me cuadra...parece un personaje de Pérez Reverte.
- Un "peloteo" a los catalanes o sobre los catalanes y la teoría de la conspiración centralista, que tampoco me cuadra, ¿será por el premio?....
- Una resolución "tramposa" de la trama que no es propia de Silva.
Dicho esto, una más de la pareja más famosa de la guardia civil española que, en mi opinión, no está a la altura de otras entregas y que me ha entretenido pero, en cierto modo, también me ha defraudado.......la lectura es así¡¡¡¡ Quizás muchas expectativas sean la causa de la decepción.

RESEÑADO por Rossana Cabrera para LIBROS,  el 3 de Noviembre de 2014.
Hacía tiempo que tenía ganas de leer algo del autor.
Y eso que no sabía que Vila es uruguayo.
Dicen que no es el mejor de la serie pero aún así me gustó mucho.
Esa cosa que tiene el personaje, medio vencida y nostálgica tan oriental me convenció.
Voy a leer los demás.


Sinopsis (Ed. Planeta)
La marca del merdiano de Lorenzo Silva ha sido galardonada con el Premio Planeta 2012.
Ambientada en la Cataluña actual, esta absorbente novela policíaca de Lorenzo Silva, maestro indiscutible del género, se adentra más allá de los hechos y presenta un sólido retrato del ser humano ante la duda moral, el combate interior y las decisiones equivocadas.
La novela relata como en una sociedad envilecida por el dinero sucio y la explotación delas personas, todavía el amor puede ablandar a las fieras. Un guardia civil retirado aparece colgado de un puente, asesinado de manera humillante. A partir de ese momento, la investigación que ha de llevar a cabo su viejo amigo y discípulo, el brigada Bevilacqua, abrirá la caja de Pandora: corrupción policial, delincuentes sin escrúpulos y un hombre quijotesco que buscará en el deber y el amor imposible la redención de una vida fracturada.

La marca del meridiano (fragmento)

CAPÍTULO1
UNAFÁNPARTICULAR


No era el momento ni el lugar, pero vio la ocasión y eso es algo que una mujer no desaprovecha nunca. Tan pronto como el guardia Arnau enfiló hacia los aseos de la gasolinera, la sargento Chamorro se dio la vuelta y, mirándome como si quisiera fulminarme, me espetó:

—Tú te estás guardando algo.
Cuando una mujer le arroja esa sospecha a un hombre, se trata de algo más que él y ella (Chamorro y yo, en este caso) retándose a cuenta de algo que el varón debería haber revelado y ha preferido ocultar. Es la oscura ciencia acumulada por millones de mujeres desde el principio de los tiempos, frente a la culpa no menos sombría alimentada por millones de hombres desde más allá de lo que se guarda memoria. Porque un hombre siempre oculta algo, siempre lleva a cuestas algo que preferiría no haber hecho o dicho o sido, y una mujer siempre tiene un sexto sentido que le permite olérselo, y el descaro o la temeridad o lo que quiera que haga falta para exigirle que lo confiese. Porque los actos de los hombres son a veces como la espuma, que sube y baja con la misma facilidad, y sin demasiado motivo, mientras que los actos de las mujeres, que no por eso son menos perniciosos cuando toca, tienen que ver con algo que llevan agarrado al vientre y de lo que no abdican jamás, así las fusilen o las quemen en la hoguera. Eso les permite pedir cuentas con la fiereza con que nos las piden, y eso, que no entendemos y en el fondo le repugna a nuestra razón práctica, nos impide a los hombres aceptar el deber de rendírselas. No pretendo que nada de lo dicho tenga la menor validez científica. Estoy dispuesto a retirarlo todo, a desecharlo como una de esas generalizaciones necias con las que tratamos de reducir, sin éxito, nuestra perplejidad ante nuestro propio comportamiento y el de nuestros semejantes. Pero a mí me ayuda a comprender por qué, aunque sabía que ella sabía y que aquello no iba a mejorar las cosas, decidí escurrir el bulto y responderle: —Perdona, no sé de qué me estás hablando.