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sábado, 26 de agosto de 2017

COMETAS EN EL CIELO


RESEÑADO por Marie-Loup Raffestin para LIBROS, el 23 de Noviembre de 2013.
Hace unos días, terminé "Cometas en el cielo" de Khaled Hosseini.
Me gustó la historia y el retrato de Afganistán que el autor hace. Descubrimos su pueblo, sus tradiciones, sus ciudades, su historia y es mucho más interesante y cerca de la realidad que lo que solemos escuchar o ver en las noticias. Pero tampoco me llegó al corazón, me esperaba más emoción. Tal vez porque no sentí mucha empatía por Amir, el narrador (al leer no pude evitar pensar que hubiera sido más conmovedor con Hassan de narrador), tal vez porque algunas situaciones me parecieron pocos creíbles...
La verdad es que me pareció un buen libro pero no me llenó.
Leeré "Mil soles espléndidos", a ver si me gusta más.

Cometas en el cielo (fragmento)

"Me convertí en lo que hoy soy a los doce años. Era un frío y encapotado día de invierno de 1975. Recuerdo el momento exacto: estaba agazapado detrás de una pared de adobe desmoronada, observando a hurtadillas el callejón próximo al riachuelo helado. De eso hace muchos años, pero con el tiempo he descubierto que lo que dicen del pasado, que es posible enterrarlo, no es cierto. Porque el pasado se abre paso a zarpazos. "

miércoles, 23 de agosto de 2017

Y LAS MONTAÑAS HABLARON


Tal vez no tiene el desgarro de sus anteriores novelas, pero esta vuelta a Afganistán, sin duda, vale la pena.
Hosseini nos cuenta la vida, los sentimientos, los sufrimientos y las alegrías de varias familias; esta vez en diferentes lugares del mundo, las historias se amplían y se entretejen en un mosaico cuyo principio y fin es una aldea imaginaria, que podría ser cualquier aldea de Afganistán.
Otra vez el sentimiento de perdida y el desarraigo son capitales y guían las vidas de los protagonistas en una "historia de historias" que os cautivara.
Ahora os dejo que Harry Hole me esta esperado impaciente, pero no sin antes regalaros un fragmento de una novela que vale la pena leer¡¡

RESEÑADO por Rosi Torres Marino para LIBROS,  el 26 de Septiembre de 2014.
Lo terminé de leer esta mañana y aunque la mayoría de las veces dejo un tiempo entre el final de la novela y mi comentario, esta vez me es imposible e inevitable. Me parece tan especial que quiero compartirlo ya sin dejar que el tiempo, por mínimo que sea, difumine mis emociones.
Me ha dejado un dolor finito. Ese que se aloja en el esternón y que tarda días en desaparecer, ese.
Pensé que no podría estar a la altura nuevamente de los dos novelones que le preceden, pero erré. Khaled Hosseini tiene una habilidad maravillosa para bucear en los sentimientos del ser humano.
Una novela sobre los encuentros, sobre la culpa, sobre nuestras decisiones y lo que ellas, como si fueran fichas de dominó, van provocando en nuestro derredor.

Sinopsis (Ed. Salamandra)
Y las montañas hablaron, de Khaled Hosseini, autor de las inolvidables Cometas en el cielo y Mil soles espléndidos, es una novela en la que se entrelazan los destinos de varias generaciones y se exploran las infinitas formas en que el amor, el valor, la traición y el sacrificio desempeñan un papel determinante en las vidas de las personas. La decisión de una humilde familia campesina de dar una hija en adopción a un matrimonio adinerado es el fundamento sobre el que Khaled Hosseini ha tejido este formidable tapiz. Seis años después de la publicación de su anterior novela y superados los 38 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, Khaled Hosseini vuelve a demostrar su inmenso talento para narrar historias con valor universal y su inagotable capacidad para crear personajes que nos resultan asombrosamente cercanos y auténticos.
En esta obra de la narrativa extranjera, la historia arranca en una remota y desolada aldea de Afganistán, donde Sabur y su segunda mujer se enfrentan en condiciones precarias a la llegada de otro invierno implacable. Abdulá, el hijo mayor, de diez años, ha cuidado de su hermana Pari desde que era pequeña, y ahora ambos escuchan cautivados la triste historia que les relata su padre antes de acostarlos, la víspera de iniciar un largo viaje que los conducirá hasta Kabul. Allí, en las bulliciosas calles de la capital, dará comienzo este fascinante itinerario que guiará al lector desde el otoño de 1952 hasta el presente, de Kabul a París, desde la isla griega de Tinos hasta San Francisco.

Y las montañas hablaron (fragmento)"Cuando por fin el señor Wahdati dio su brazo a torcer —lo que no me extrañó, pues Nila era una mujer imponente—, informé de ello a Sabur y me ofrecí a llevarlos a él y la niña hasta Kabul. Nunca he llegado a comprender por qué decidió hacer el viaje a pie desde Shadbagh. Ni por qué consintió que Abdulá los acompañara. Quizá se aferraba al poco tiempo que le quedaba con su hija. Quizá buscó una forma de penitencia en las penalidades del viaje. O quizá, como muestra de orgullo, se negó a subirse al coche del hombre que había comprado a su hija. Pero el día señalado allí estaban los tres, cubiertos de polvo, esperándome cerca de la mezquita, tal como habíamos acordado. Mientras los llevaba en coche hasta la casa de los Wahdati, intenté mostrarme dicharachero por el bien de los niños, ajenos a su destino y a la terrible escena que los aguardaba.
No tendría demasiado sentido, señor Markos, reproducir aquí con pelos y señales la escena que se produjo a continuación, tal como me temía. Pero, tantos años después, aún se me encoge el corazón cuando el recuerdo se empeña en aflorar de nuevo. ¿Cómo no se me iba a encoger? Fui yo quien cogió a aquellos dos niños indefensos, entre los que había germinado un amor de lo más puro y elemental, y los separó al uno del otro. Jamás olvidaré el tumulto que se desató de repente. Recuerdo a Pari colgada de mi hombro, presa del pánico, pataleando y chillando «¡Abolá, Abolá!» mientras yo me la llevaba. A Abdulá llamando a su hermana a gritos, enfrentándose a su padre, que le impedía el paso. A Nila con los ojos desorbitados, tapándose la boca con ambas manos, quizá para enmudecer su propio grito. Aquella escena me pesa en la conciencia. Tanto tiempo después, señor Markos, me sigue pesando.
Pari tenía a la sazón casi cuatro años, pero pese a su tierna edad había determinados hábitos en su vida que convenía erradicar. Así, por ejemplo, le enseñaron que no debía llamarme tío Nabi, sino Nabi a secas, y cuando se equivocaba la corregían cariñosamente una y otra vez, yo el primero, hasta que llegó a convencerse de que no nos unía ningún parentesco. Me convertí para ella en Nabi el cocinero y Nabi el chófer. Nila se convirtió en «maman» y el señor Wahdati en «papa». Nila se propuso enseñarle francés, que era la lengua de su madre.
La gélida acogida del señor Wahdati no duró demasiado. Para su propia sorpresa, las desoladas lágrimas de la pequeña, su añoranza, lo desarmaron por completo. Pari no tardó en acompañarnos en nuestros paseos matutinos. El señor Wahdati la acomodaba en una sillita de paseo que se encargaba de empujar por la calle. A veces la sentaba en su regazo al volante del coche y sonreía con benevolencia mientras Pari hacía sonar el claxon. Contrató a un carpintero para que construyera una cama nido con tres cajones, un baúl de madera de arce para los juguetes y un pequeño armario. Hizo que pintaran de amarillo todos los muebles de la habitación de la niña, pues había descubierto que era su color preferido. Y un buen día lo encontré sentado delante del armario, pintando con gran habilidad jirafas y monos de larga cola en las puertas bajo la atenta mirada de Pari. No se me ocurre mejor manera de hacerle entender hasta qué punto mi patrón era un hombre reservado, señor Markos, que explicándole que en todos aquellos años, y pese a que lo había visto dibujando en incontables ocasiones, hasta entonces nunca se me había permitido contemplar una de sus creaciones. "