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miércoles, 20 de septiembre de 2017

LA HERMANDAD DE LA UVA



RESEÑADA por Ricardo Cortat para LIBROS,  el 20 de Enero de 2014
Acabo 'La hermandad de la uva' de John Fante. Un relato sobre las relaciones en una família italo-americana.
Bien escrito, bien ambientado, bien resuelto pero no me ha llegado. Como si le faltara algo.
No va en la lista de los 100 mejores, para nada.

Sinopsis (Ed. Anagrama)
En este libro de John Fante aparecen los personajes tiernos y rencorosos, emocionantes y divertidos, en suma memorables, que componen «La hermandad de la uva», una pandilla de consumados borrachines. El mejor cantero de América, el viejo Nick Molise, tiránico y orgulloso, está de nuevo en crisis con su mujer. Ninguno de los hijos quiere intervenir; por otra parte, Nick, que «habría sido más feliz si no hubiera tenido descendencia,  sus hijos habían sido los clavos que lo habían crucificado», no tiene intención de pedir nada a nadie, y menos cuando se lo pasa de maravilla con sus viejos amigos, y a pesar de la edad, alberga un montón de proyectos. Puede flirtear, beber y vanagloriarse tanto como quiera de su gran pasado. Su sueño era una tribu de hijos-albañiles seguidores de su arte, y en cambio tiene que habérselas con un guardafrenos, un empleadillo de banca y un escritor.
Pese a su innata pereza, Henry -un álter ego de John Fante- deja mujer e hijos y se embarca en un avión para sumergirse en el mundo de sus padres. Al llegar a San Elmo, su padre lo invita a una empresa tan absurda como inútil: construir un secadero de pieles de ciervo, en un pueblo imposible a dos mil metros de altura. Henry en un principio duda, después acepta, atraído por la panda de chiflados amiguitos de papá.

La hermandad de la uva (fragmento)


1"Una noche del pasado septiembre me llamó mi hermano desde San Elmo para decirme que nuestros padres volvían a hablar de divorciarse.
—¿Y dónde está la novedad?
—Esta vez va en serio —dijo Mario.
Nicholas y Maria Molise llevaban casados cincuenta y un años, y aunque desde el principio había sido una relación infeliz, mantenida y conservada por el inflexible catolicismo de mi madre, que castigaba a mi padre tolerando de un modo irritante su egoísmo y su desprecio, ahora nos parecía una completa locura que quisieran separarse, ya que mi madre tenía setenta y cuatro años y mi padre setenta y seis.
Pregunté a Mario de qué se trataba esta vez.
—Adulterio. Mamá lo pilló con las manos en la masa.
Me eché a reír.
—¿Cómo va a cometer adulterio el pobre viejo?
La verdad es que hacía muchos años que no se le acusaba de una cosa así. La última vez había sido por coquetear con Adele Horner, una empleada de Correos («una arpía pequeñita y borde», según mi madre), una señora cincuentona que cojeaba un poco. Pero había transcurrido mucho tiempo desde entonces y papá ya no era el de antes. Sin ir más lejos, en abril, el día de su cumpleaños, lo había visto doblado en el suelo, gimiendo y golpeando la moqueta con los puños, hasta que se le pasaba el dolor de la próstata.
—Venga, Mario —repliqué—. Es un viejo que está para el arrastre.
Me contó que mamá había descubierto manchas de carmín en los calzoncillos de papá, y cuando le puso delante la prueba (me la imaginé restregándole los calzoncillos por la nariz), papá la asió por el cogote, la obligó a doblarse sobre la mesa de la cocina y le pateó las nalgas. Aunque iba descalzo, los puntapiés le produjeron una moradura en la cadera, y le quedaron señales rojas en el cuello."