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miércoles, 30 de agosto de 2017

DÉJAME ENTRAR


Vampiros nórdicos.....muy prescindible, aunque está bien escrita y en principio tiene cierta originalidad no acaba de cuajar y se convierte en una historia más recomendable para adolescentes impresionables que en una verdadera novela¡

Sinopsis (Ed. Espasa)
Oskar, un niño solitario y triste que vive en los suburbios de Estocolmo, tiene una curiosa afición: le gusta coleccionar recortes de prensa sobre asesinatos violentos. No tiene amigos y sus compañeros de clase se mofan de él y le maltratan. Una noche conoce a Eli, su nueva vecina, una misteriosa niña que nunca tiene frío, despide un olor extraño y suele ir acompañada de un hombre de aspecto siniestro. Oskar se siente fascinado por Eli y se hacen inseparables. Al mismo tiempo, una serie de crímenes y sucesos extraños hace sospechar a la policía local de la presencia de un asesino en serie. Nada más lejos de la realidad.
Una historia de terror contemporáneo de extraordinaria originalidad que entusiasmará a los aficionados al género.

Déjame entrar (fragmento)

El  Lugar 
"Blackeberg. 
Puede que pienses en trufas de coco, tal vez en drogas. «Una vida ordenada». Te imaginas una estación de metro, extrarradio. Después no hay mucho más que pensar. Sin duda vive gente allí, como en otros sitios. Para eso se construyó, para que la gente tuviera algún sitio donde vivir.
No se trata de un espacio que se haya desarrollado de forma natural, no. Aquí estuvo todo desde el principio planificado al milímetro. La gente tuvo que instalarse en lo que había. Edificios de hormigón en colores ocres esparcidos por el verde.
Cuando esta historia tiene lugar, Blackeberg lleva treinta años existiendo como población. Podría uno imaginarse un cierto espíritu pionero al estilo del Mayflower; un territorio desconocido. Sí. Imaginarse las casas deshabitadas esperando a sus inquilinos.
¡Y ahí vienen ellos!
Cruzando el puente de Traneberg con el sol en los ojos y sueños en la mirada. Corre el año 1952. Las madres llevan a sus hijos en brazos, en cochecitos de bebé o de la mano. Los padres no llevan consigo azadas ni palas, sino electrodomésticos y muebles funcionales. Puede que vayan cantando algo. La Internacional tal vez. O Vayamos a Jerusalén, según la forma de ser de cada uno.
Esto es grande. Es nuevo. Es moderno.
Pero no sucedió realmente así.
Llegaron en el metro. O en coches, camiones de mudanzas. Uno a uno. Entraron en los pisos recién construidos llevando consigo sus enseres. Organizaron sus cosas en cajones y repisas de medidas estandarizadas, colocaron sus muebles en fila sobre los suelos de linóleo y compraron otros nuevos para rellenar los huecos.
Cuando terminaron, alzaron la vista y vieron la tierra que les había sido dada. Salieron de sus portales y se encontraron con que todo el terreno estaba ya repartido. No podían hacer más que adaptarse a lo que había.
Había un centro. Había amplios parques para los niños. Había extensas zonas verdes alrededor de las casas. Había zonas peatonales.
—Es un buen lugar —se decían entre ellos alrededor de la mesa de la cocina unos meses después de la mudanza."