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domingo, 12 de noviembre de 2017

AL OTRO LADO DE LA NOCHE


RESEÑADO por Ricardo Cortat para LIBROS, el 4 de Septiembre de 2014.
¿Es una historia de amor, una historia de redención o un libro de esos de búsqueda interior?
El protagonista se sumerge en una noche catártica después de 5 años de entrega incondicional y de no tener un día libre.
Es el Barquero del Carnaval, una especie de Caronte. El que lleva las almas a la otra orilla. O en este caso, el que lleva los cuerpos a la mañana.
Pero el drama del barquero es que lo que ahora está delante, al cabo de un instante, está detrás. Y que no hay nadie que lo lleve a él.
La historia mezcla presente, un pasado remoto y el pasado inmediatamente anterior a esa noche. Lo mezcla al igual que el personaje mezcla cerveza, ginebra y orujo. Lentamente al principio y de forma salvaje al final.
¿Un libro de humor o un libro donde los sentimientos se muestran a pecho descubierto a pesar del frío?
Hay que pisar el hielo del río para saber si aguanta nuestro peso, para saber si podremos llegar a la otra orilla, para saber si podemos dejar de ser el Barquero.

Sinopsis (Ed. Rayo Verde)
Una noche de carnaval. Una noche de carnaval tras cinco años sin una noche libre. Disfrazarse. Ser uno mismo. Estar solo. Emborracharse. Entregarse. Perderse. Reír. Convertirse en padre. Añorar. Follar. Llorar. Pelearse. Encontrarse. Mantenerse en pie. Sentirse parte de algo. Vivir.
Una obra conmovedora que el alcohol no consigue salpicar de sentimentalismo barato. Estimulante, sugerente, emotiva… Sensacional.

Al otro lado de la noche (fragmento)

1
Por Carnaval no vas disfrazado de otra persona; por Carnaval al fin eres tú mismo.
Esto es lo que acaba de decirme un tipo al que no conozco y al que en este momento rodeo con el brazo. Un tipo con una peluca gris y una larga sotana negra, de esas que lucen una infinita hilera de pequeños botones oscuros. Espero que mi brazo pueda seguir descansando un buen rato sobre sus hombros.
Al fin yo mismo.
Los hombros del Cura son anchos y fuertes. Me sostienen del mismo modo que los gruesos muros de la iglesia lo hacen con la gente que se apoya en ellos, o como las columnas de los soportales sostienen a aquel solitario tamborilero fatigado, allí a la derecha. Llevo por lo menos tres cuartos de hora aquí, en la Gasthuisstraat, hecho un paquete en mi traje sin forro de Barquero, junto a la banda de música que no para de trompetear melodías a la fría atmósfera.
Según mi tío, no puedo decir que estoy hecho un paquete en mi traje, porque los trajes los visten los oficinistas y los paquetes están llenos de café. Los paquetes de café respiran cuando se les mete la tijera. Resoplan, como hacen buena parte de los empleados de oficina. Lo nuestro no es un traje, es un disfraz en toda regla.
Estamos como mínimo a quince grados bajo cero, pero no siento frío. Sólo siento el peso de una enorme piedra en el fondo del estómago. Pienso en Sara. Mi querida Sara. Y en los niños. Me hallo de nuevo ante la estación y veo cómo el Fiat de Carry la Canguro se aleja con los neumáticos deslizándose por la crujiente nieve. Fue ella la que nos llevó al tren: Alvin, ataviado como Spiderman, y mis dos princesitas en la banqueta de atrás, junto a mi tío, y yo en el asiento delantero, al lado de Carry la Canguro.