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martes, 27 de febrero de 2024

LECCIONES


 Qué gran novelista Ian McEwan y qué magnífica novela!!!

Debería titularse "Roland y las mujeres que arruinaron su vida"..., pero está bien Lecciones, todas las que ha ido aprendiendo con su madre, su profesora de piano, su esposa, sus amantes, su amiga, su suegra, su hermana...!
Lecciones que le han marcado y no le han hecho mejor, le han hecho un hombre que sobrevive como puede a sus fracasos sin perder ni un ápice de humanidad y sin rendirse aunque, a veces, lo parezca.
Magnífica 🌞🌞🌞

SINOPSIS de LECCIONES
Una historia íntima y universal. La peripecia vital de un hombre en un mundo convulso y cambiante.

​Cuando era niño, los padres de Roland Baines lo mandaron a un internado. Allí, lejos del amparo familiar, tomó lecciones de piano con una joven profesora llamada Miriam Cornell, con quien tuvo una experiencia fascinante y traumática a partes iguales, y que marcó para siempre su vida. Los años, sin embargo, han ido pasando: Roland ha viajado, ha vivido en distintos lugares, se ha casado y ha tenido un hijo. Pero cuando su mujer, Alissa Eberhardt, lo abandona sin dar explicaciones, los cimientos de su realidad se tambalean y se ve obligado a reconstruir todos sus recuerdos para tratar de entender lo que ha sucedido. La vida de Roland está marcada por los grandes acontecimientos de los últimos setenta años: los misiles de Cuba, la caída del Muro de Berlín, Chernóbil, el Brexit, la pandemia... Hace de hijo, de amante, de esposo, de padre, de abuelo. Conoce el amor, el sexo, las drogas, la amistad y el fracaso. Y mientras se plantea por que meandros ha ido discurriendo su vida, lo que sucedió con la profesora de piano lo sigue persiguiendo.

FICHA TÉCNICA
Título: Lessons

Nº de páginas:584

Editorial: @anagramaeditor

Idioma:CASTELLANO

Encuadernación:Tapa blanda

ISBN:9788433901934

Año de edición original: 2022

Traductor:EDUARDO IRIARTE GOÑI

Fecha de lanzamiento en España: 06/09/2023

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martes, 31 de agosto de 2021

MÁQUINAS COMO YO


 

Ian McEwan es uno de mis escritores favoritos y hasta una distopía ambientada en Londres 1982 ha logrado conquistarme.
La forma es distópica pero el fondo es amor, celos, violencia, pereza, misterio, verdad y mentira, familia y todo lo que la naturaleza humana tiene de bueno y malo, todo lo que nos hace únicos y diferentes.
Perturbadora y cruel o simplemente McEwan.
Muy recomendable 🌞🌞🌞

Sinopsis (ed Anagrama)
McEwan explora la ciencia ficción: ¿puede una máquina llegar a entender y juzgar la complejidad moral de las decisiones de un ser humano?
Londres, años ochenta del siglo pasado. Pero un Londres distópico y alternativo, en el que la historia ha seguido algunos senderos diferentes. Por ejemplo, el Reino Unido ha perdido la Guerra de las Malvinas y el científico Alan Turing no se ha suicidado atormentado por las consecuencias del juicio al que fue sometido en los años cincuenta por su homosexualidad, sino que sigue vivo,  plenamente activo, y dedicado al desarrollo de la inteligencia artificial, campo en el que ha conseguido un hito: la creación de los primeros seres humanos sintéticos, unos prototipos a los que da el nombre de Adán y Eva.
Charlie compra uno de los Adanes de la primera hornada, pensados para hacer compañía y ayudar en la casa, y con ayuda de su amante, la joven Miranda, lo programa a su gusto. Pero Miranda oculta un terrible secreto,y ese ser sintético prácticamente perfecto, sin las fisuras pero también sin los matices morales de los verdaderos humanos, acabará descubriéndolo.
Y así, la peculiar relación triangular entre Charlie, Miranda y Adán derivará en una creciente tensión que obligará a los personajes a tomar decisiones difíciles y arrastrará al lector a plantearse dilemas morales tan incómodos como necesarios. Tras deslumbrarnos con Cáscara de nuez, Ian McEwan afronta otra propuesta osada y ambiciosa, en la que se sirve de la ciencia ficción para lanzar algunas preguntas inquietantes: ¿qué es en definitiva lo que nos hace humanos? ¿Dónde están los límites éticos de la inteligencia artificial? ¿El fin justifica los medios? ¿Puede una máquina llegar a entender y juzgar la complejidad moral de las decisiones de un ser humano? 
#LIBROS #reseñas2020

sábado, 25 de agosto de 2018

EN LAS NUBES

En las nubes, como en las largas tardes de mi infancia, me ha tenido esta novela (podría ser también un libro de relatos con un mismo protagonista) que narra las ensoñaciones y aventuras de Peter Fortune, un niño de 10 años que vive en las nubes con los pies en la tierra.
Siete relatos en los que se repasa de una forma magistral la mente infantil, sus miedos, sus celos, sus anhelos, incluso aquellos que no identificamos y están presentes de una forma oculta, los que no queremos ver...
Me encantó esta novela y me gustaría haberla leído cuando tenia 10 años, aunque nunca es tarde....
Muy recomendable, McEwan nunca me defrauda.

Sinopsis (Ed. Anagrama)
En estos siete episodios exquisitos, Peter Fortune, un hombre adulto, nos revela el secreto de las metamorfosis y las aventuras de su infancia: Ian McEwan nos brinda una encantadora obra de ficción que se dirige por igual a niños, jóvenes y adultos. Peter es un niño de diez años a quien los adultos consideran problemático sólo porque vive inmerso en sus fantasías. Entre la ficción y la realidad, Peter experimenta fantásticas transformaciones y nos traslada a fascinantes universos: intercambia el cuerpo del gato de la familia por el de un niño malhumorado, lucha contra una muñeca diabólica que busca venganza, y descubre en un cajón una especie de crema facial que hace desaparecer a la gente. Y en la última historia se despierta como un niño encerrado en el cuerpo de un adulto, y se embarca en la aventura de enamorarse. Conmovedora, irreal y extraordinaria, esta novela es una celebración de la imaginación y la fantasía.

En las nubes (fragmento)

PETER FORTUNE

Cuando Peter Fortune tenía diez años, algunos adultos le decían a veces que era un niño «difícil». Nunca comprendió lo que querían decir. Él no se consideraba en absoluto difícil. No estrellaba las botellas de leche contra el muro del jardín, ni se echaba salsa de tomate en la cabeza y fingía que sangraba, ni le golpeaba los tobillos a la abuela con la espada, aunque de vez en cuando se le ocurrieran esas ideas. A excepción de todas las verduras menos las patatas, el pescado, los huevos y el queso, comía de todo. No era más ruidoso, sucio o tonto que ninguna de las personas que conocía. Su nombre era fácil de pronunciar y deletrear. Su cara, pálida y pecosa, era bastante fácil de recordar. Iba a la escuela todos los días como los demás niños y nunca armó demasiado escándalo por eso. Con su hermana no era más insoportable de lo que ella lo era con él. Nunca la policía llamó a la puerta con intención de detenerlo. Nunca unos médicos vestidos de blanco quisieron llevárselo al manicomio. En opinión de Peter, él era de lo más fácil. ¿Qué tenía de difícil?
Peter lo comprendió por fin cuando ya hacía años que era adulto. Creían que era difícil por lo callado que era. Eso parecía preocupar a la gente. El otro problema era que le gustaba estar solo. No siempre, claro. Ni siquiera todos los días. Pero la mayoría de los días le gustaba quedarse a solas durante una hora en algún sitio, en su habitación o en el parque. Le gustaba estar solo y pensar en sus cosas.

viernes, 5 de enero de 2018

CÁSCARA DE NUEZ



"Pues aquí estoy, cabeza abajo en una mujer, con los brazos cruzados pacientemente; esperando; esperando y preguntándome quién soy yo allí dentro, para qué estoy allí. Mis ojos se cierran con nostalgia cuando recuerdo cómo llegué al interior de mi translúcido saco amniótico, cómo floté entre sueños en la burbuja de mis pensamientos a través de mi océano privado, dando volteretas a cámara lenta. Creo que soy inocente, pero, al parecer, formo parte de un complot. Creo que el corazón de mi madre -bendita sea por siempre-, con su ruidoso chapoteo, está implicado en él”.

Así empieza la novela de McEwan y en este tono transcurre, una mezcla de humor negro y alta literatura que atrapa desde el primer al último párrafo de sus, aproximadamente, 200 páginas.
Creo que no desvelo nada si digo que el narrador omnisciente es un feto que se asoma al mundo a través de su oído y su intuición, con un lenguaje tan poco común que cautiva e intriga al lector empujándole hacia el acto final con una mezcla de intriga y certidumbre que no resta ni un ápice de calidad al conjunto de la novela.
Tampoco desveló nada nuevo si digo que el talento de McEwan consigue llevar a buen puerto un argumento loco que en cualquier otro novelista sería absurdamente patético.
Los personajes, cuatro, están construidos de sentimientos crudamente reales: amor, odio, venganza, rencor, ambición, incertidumbre, egoísmo...... una construcción que se mantiene sólidamente anclada gracias a un narrador atípico y a un escritor magnífico.
Me ha encantado!!


RESEÑA DE CLARA GLEZ. para LIBROS, 31 de Marzo de 2017.
Cascara de nuez - Ian McEwan.
“Pues aquí estoy, cabeza abajo en una mujer”, así comienza cascara de nuez..
Aunque con la sinopsis de este libro nos hacemos una idea de su contenido, no se puede decir que haga spoiler, porque la maraña de pensamientos y preguntas de este feto es lo que merece la pena, la razón del libro.
Nada de lo que cuenta este ser que aún no ha visto la luz , puede dejarte indiferente, desde el lugar donde se supone será su nacimiento, el amor –odio que siente por sus progenitores, según el devenir de los acontecimientos.
La visión del mundo que se supone que le dará cobijo, los planteamientos casi metafísicos del futuro, la complejidad de sus sentimientos, nada te deja indiferente, nada deja de plantearte preguntas sobre la realidad del mundo en que vivimos.
El discurso de este neonato, a veces irónico, a veces redicho, con una visión traumática de lo que siente, hace que no puedas olvidarte de él. Que leas y leas, para que cuando acabe , te plantees una relectura más pausada, porque es un libro que hay que digerir, despacio, quizás con una segunda lectura.
No quiero alargarme en enumerar las sensaciones, las preguntas, los sentimientos que me ha traído esta lectura, sólo diré que no me dejó impasible. Una sensación agridulce, al pensar que se le puede transmitir a los hijos queriendo o sin querer, antes de su nacimiento…

Sinopsis (Ed. Anagrama)
Trudy mantiene una relación adúltera con Claude, hermano de su marido John. Éste, poeta y editor de poesía, es un soñador depresivo con tendencia a la obesidad cuyo matrimonio se está desintegrando. Claude es más pragmático y trabaja en negocios inmobiliarios. La pareja de amantes concibe un plan: asesinar a John envenenándolo. El motivo: una mansión georgiana valorada en unos ocho millones de libras que, si John muere, heredará Trudy.
Pero resulta que hay un testigo de esta maquinación criminal: el feto que Trudy lleva en sus entrañas. Y en una pirueta de triple salto mortal que parece imposible de sostener pero le sale redonda, McEwan convierte al feto –al que todavía no han puesto nombre porque no ha nacido– en el narrador de la novela, desde la primera página hasta la última.
Lo que sigue es una mezcla genial de comedia negra, trama detectivesca y astuta reescritura intrauterina de un gran clásico, por cuyas páginas asoman también una joven poetisa amante de John y una bregada inspectora de policía. Pero además de observar desde primera fila los preparativos del asesinato de su padre a manos de su madre, el feto filosofa sobre el mundo y la vida, lanza preguntas incómodas y se lo cuestiona todo, mientras las copas de vino –y alguna bebida de más graduación– que bebe su madre tienen efectos mareantes sobre él.
Jugando con un narrador inaudito, Ian McEwan plantea un audaz experimento literario que es un auténtico tour de force sólo al alcance de un escritor superdotado. Y el resultado es una novela redonda que avanza con el palpitante ritmo de un thriller, trufada del mejor humor británico.

Cáscara de nuez (fragmento)

1Así que aquí estoy, cabeza abajo dentro de una mujer. Aguardo con los brazos pacientemente cruzados, aguardo y me pregunto dentro de quién estoy, qué hago aquí. Los ojos se me cierran con nostalgia cuando recuerdo que iba a la deriva en mi bolsa corporal translúcida, flotaba en sueños dentro de la burbuja de mis pensamientos a través de mi océano particular de volteretas a cámara lenta, chocando suavemente contra los límites transparentes de mi encierro, la membrana acogedora que vibraba, mientras las amortiguaba, con las voces de unos conspiradores de una ruin empresa. Esto fue en mi juventud despreocupada. Ahora, totalmente invertido, sin un milímetro de espacio para moverme, con las rodillas apretadas contra el vientre, mis pensamientos, al igual que mi cabeza, están muy ocupados. No me queda otro remedio que tener la oreja pegada día y noche contra las sanguinolentas paredes. Escucho, tomo notas mentalmente y estoy preocupado. Oigo conversaciones íntimas sobre un designio mortífero y me aterra lo que me espera, lo que podría arrastrarme.
Estoy inmerso en abstracciones, y sólo las relaciones que proliferan entre ellas crean la ilusión de un mundo conocido. Cuando oigo «azul», cosa que nunca he visto, imagino una especie de suceso mental que se acerca mucho a «verde», cosa que tampoco he vis- to nunca. Me considero inocente, exonerado de lealtades y obligaciones, un espíritu libre, a pesar de mi exiguo habitáculo. No hay nadie que me contradiga ni me reprenda, no hay nombre o dirección anterior, no hay religión ni deudas ni enemigos. En mi agenda, si existiera, sólo figura mi próximo nacimiento. Soy, o era, a pesar de lo que dicen ahora los genetistas, una pizarra en blanco. Pero una pizarra porosa, escurridiza, que no serviría para un aula ni para el tejado de una casa de campo, una pizarra que se escribe a sí misma a medida que crece cada día y se va llenando. Me considero inocente, pero al parecer formo parte de una intriga. Mi madre, bendito sea su corazón incesante que chapotea ruidoso, parece estar implicada.

lunes, 4 de diciembre de 2017

LA LEY DEL MENOR


Cuando McEwan decide abordar los sentimientos, se concentra y escribe una gran novela, lo hizo con Sábado, lo hizo con Solar y repite con La ley del menor, que ha pasado automáticamente a formar parte de esa lista de obras favoritas del autor que llevo conmigo desde que leí la primera.
La ley del menor es, ni más ni menos, que la historia de una mujer y sus miedos, sus esperanzas, sus sentimientos..., su fe. Historia desde el presente que bucea sutilmente en el pasado y adivina el futuro; historia de un instante en la madurez que hace "pasar revista" a todo lo vivido y reflexionar sobre lo que se esperaba y lo que se ha conseguido.
Fiona Maye es jueza y ha vivido "según los cánones" pero ¿ha sido suficiente?; para averiguarlo he leído "casi de un tirón" La ley del menor que, desde la foto de la portada hasta la última página no me ha defraudado.
Muy, muy, muy recomendable¡¡¡

Sinopsis (Ed. Anagrama)
Acostumbrada a evaluar las vidas de los demás en sus encrucijadas más complejas, Fiona Maye se encuentra de golpe con que su propia existencia no arroja el saldo que desearía: su irreprochable trayectoria como jueza del Tribunal Superior especializada en derecho de familia ha ido arrinconando la idea de formar una propia, y su marido, Jack, acaba de pedirle educadamente que le permita tener, al borde de la sesentena, una primera y última aventura: una de nombre Melanie. Y al mismo tiempo que Jack se va de casa, incapaz de obtener la imposible aprobación que demandaba, a Fiona le encargan el caso de Adam Henry. Que es anormalmente maduro, y encendidamente sensible, y exhibe una belleza a juego con su mente, tan afilada como ingenua, tan preclara como romántica; pero que está, también, enfermo de leucemia. Y que, asumiendo las consecuencias últimas de la fe en que sus padres, testigos de Jehová, lo han criado, ha resuelto rechazar la transfusión que le salvaría la vida. Pero Adam aún no ha cumplido los dieciocho, y su futuro no está en sus manos, sino en las del tribunal que Fiona preside. Y Fiona lo visita en el hospital, y habla con él de poesía, y canta mientras el violín de Adam suena; luego vuelve al juzgado y decide, de acuerdo con la Ley del Menor.
Con lo que ocurre después para ambos compone IanMcEwan, con un oficio que extrae su fuerza de no llamar nunca la atención sobre sí mismo, una pieza de cámara tan depurada y económica como repleta de conflictos y volúmenes; una novela grácil y armoniosa, clásica en el mejor sentido de la palabra, que juega su partida en el terreno genuino de la escritura más indagadora: el de los dilemas éticos y las responsabilidades morales; el de las preguntas difíciles de responder pero imposibles de soslayar. La ley del menor habla del lugar donde justicia y fe se encuentran y se repelen; de las decisiones y sus consecuencias sobre nosotros y los demás; de la búsqueda de sentido, de asideros, y de lo que sucede cuando éstos se nos escapan de las manos: lo hace con la seguridad tranquila de un maestro en la plenitud quintaesenciada de sus facultades.

La ley del menor (fragmento)

1Londres. Una semana después de iniciado el Trinity Term.1 Clima implacable de junio. Fiona Maye, magistrada del Tribunal Superior de Justicia, tumbada de espaldas una noche de domingo en un diván de su domicilio, miraba por encima de sus pies, enfundados en unas medias, hacia el fondo de la habitación, hacia unas estanterías empotradas, parcialmente visibles junto a la chimenea y, a un costado, al lado de una ventana alta, a una litografía de Renoir de una bañista, comprada treinta años antes por cincuenta libras. Probablemente falsa. Debajo, en el centro de una mesa redonda de nogal, un jarrón azul. No recordaba de dónde lo había sacado. Ni cuándo fue la última vez que lo llenó de flores. La chimenea llevaba un año sin encenderse. Gotas de lluvia ennegrecidas caían con un sonido de tictac en la rejilla a intervalos irregulares, sobre un papel de periódico hecho una bola. Una alfombra de Bujará cubría los anchos tablones encerados del suelo. En el borde de la visión periférica, un piano de media cola con fotos de familia enmarcadas en plata sobre el brillo del mueble, de un negro muy oscuro. En el suelo, junto al diván, al alcance de su mano, el borrador de una sentencia. Y Fiona, tumbada de espaldas, deseaba que todas aquellas hojas estuviesen en el fondo del mar.

domingo, 3 de diciembre de 2017

LOS PERROS NEGROS


McEwan, lo ha vuelto a hacer.....¡¡¡
Empieza por la vida de un huérfano y sus aspiraciones, y acaba retratando Europa a través de un matrimonio de viejos comunistas. Retrata una época y varias vidas, con sus alegrías y sus muchas miserias; retrata ideologías y va mucho más lejos que esos sesudos teóricos del capitalismo vs comunismo; retrata sentimientos y, como el pasado, condiciona la vida durante generaciones.
Se nota mucho que soy fan de McEwan, verdad??? es que me encanta la facilidad que tiene para conectar hechos y lugares, vidas y sentimientos, recuerdos y futuros; en sólo 160 páginas. La recomiendo¡¡¡

Sinopsis (Ed. Anagrama)
A Jeremy, huérfano desde los ocho años, siempre le han fascinado los padres de sus amigos. En la adolescencia, cuando ellos se rebelaban contra sus padres, él era el buen chico que les acompañaba y satisfacía sus deseos. Ahora, a los cuarenta años, su último amor filial son los padres de su esposa, June y Bernard Tremaine, personas de cierta notoriedad, cuya biografía Jeremy ha decidido escribir. Y así, con la historia de la progresiva reconstrucción de la vida e ideas de los Tremaine, Ian McEwan ha escrito una de las novelas clave de nuestra época, un inquietante cuadro bajo cuyos colores se transparenta la «textura» ideológica del siglo XX desde la Se­gunda Guerra Mundial. June y Bernard Tremaine, fervientes militantes del partido comunista, se casaron inmediatamente después de la guerra y en 1946 emprendieron un tardío y largo viaje de bodas que les llevó a Francia, y tras el cual vivieron toda su vida separados, aunque nunca se divorciaron. June en el Languedoc, dedicada a la meditación y a la escritura de libros sobre experiencias místicas; Bernard en Inglaterra, como destacado político de izquierdas. En la familia se menciona a veces, pero de manera oblicua y esquiva, a los «perros negros» (el poeta romano Horacio sugirió que la visión de estos animales era un mal augurio, y Churchill hablaba del perro negro de la depresión), y su historia constituirá el núcleo que iluminará y dará sentido a toda la novela, tal como lo hacían el asesinato y el descuartizamiento de El inocente, el anterior libro de McEwan.«Sugiere una hipótesis escalofriante: el mal que resumen de modo terrorífico los perros negros habita también en el corazón de los inocentes» (José Andrés Rojo, El País).

Los Perros negros (fragmento)
"Yo no tenía ni idea de a qué distancia estaba. Mientras lo conducía, noté lo rígidos y lentos que eran sus pasos. Me culpé por mi falta de consideración. Estábamos cruzando una calle cortada por el Muro. A la luz de las farolas la cara de Bernard estaba gris y sudorosa y sus ojos parecían demasiado brillantes. La gran mandíbula, el rasgo más cordial de su enorme cara, mostraba un ligero temblor de senilidad. Yo estaba atrapado entre la necesidad de llevarlo deprisa hacia el calor y la comida y el miedo a que se derrumbase por completo. No tenía ni idea de cómo pedir una ambulancia en el Berlín Oeste y allí, en los abandonados bordes de la frontera, no había teléfonos y hasta los alemanes eran turistas. Le pregunté si quería sentarse y descansar un rato, pero no pareció oírme.
Estaba repitiendo mi pregunta cuando oí un bocinazo y unos vivas discordantes. La iluminación concentrada del puesto de control Charlie proyectaba un halo lechoso por detrás de un edificio abandonado delante de nosotros. A los pocos minutos salimos del callejón justo al lado del café y ante nosotros vimos la onírica familiaridad de la escena a cámara lenta que había visto con Jenny aquella mañana; el mobiliario fronterizo de casetas de guardias, carteles multilingües y barreras rayadas, y los ciudadanos bienintencionados seguían saludando a los peatones que venían del Este y dando puñetazos en los techos de los Trabant, pero con menos pasión ahora, como para demostrar la diferencia entre el espectáculo televisivo y la vida real.
Tenía cogido del brazo a Bernard cuando nos detuvimos para mirar todo aquello. Luego avanzamos lentamente por entre la multitud hacia la entrada del café. Pero la gente estaba haciendo cola. Solamente los dejaban entrar a medida que quedaban sitios libres. ¿Quién querría dejar una mesa a aquellas horas de la noche? A través de las ventanas salpicadas por la condensación pudimos ver a los privilegiados comedores y bebedores envueltos en el aire viciado.
Yo estaba a punto de abrirme paso a la fuerza, alegando necesidades de salud, cuando Bernard se soltó de mí y se alejó apresuradamente para cruzar la calle hacia la isleta del tráfico donde estaba la mayor parte de la gente, junto al puesto de guardia americano. Hasta entonces yo no había visto lo que él había visto. Más tarde me aseguró que todos los elementos de la situación estaban en su lugar cuando llegamos, pero yo sólo vi la bandera roja cuando seguí a Bernard llamándolo. Estaba atada a un asta corta, un palo de escoba serrado, quizá, sostenida por un hombre menudo de veintipocos años. Parecía turco. Tenía rizos negros e iba vestido de negro. Una chaqueta cruzada negra sobre una camiseta negra y vaqueros negros. Paseaba arriba y abajo por delante de la multitud, la cabeza echada hacia atrás, el asta de la bandera apoyada en el hombro. Retrocedió para ponerse en el camino de un Wartburg y se negó a moverse. El coche se vio obligado a maniobrar para rodearle.
Como provocación, ya estaba empezando a dar resultado y eso era lo que había atraído a Bernard hacia la carretera. Los antagonistas del joven eran un grupo variopinto, pero lo que yo vi en ese primer instante fueron dos hombres con traje —ejecutivos o abogados junto al bordillo de la acera. Cuando el joven pasó, uno de ellos le dio rápida y ligeramente bajo la barbilla. No era tanto un golpe como una expresión de desprecio. El revolucionario romántico se apartó con una sacudida y fingió que no había sucedido nada. Una anciana con un sombrero de piel le gritó una frase larga y levantó su paraguas. Un caballero que estaba a su lado la contuvo. El abanderado alzó aún más su estandarte. El segundo abogado dio un paso adelante y le asestó un puñetazo en la oreja. No acertó plenamente, pero fue lo suficiente como para hacer que el joven se tambalease. Desdeñando tocarse el lado de la cabeza donde había recibido el puñetazo, continuó su desfile. Para entonces Bernard había cruzado la mitad de la carretera y yo estaba justo detrás de él.
Por lo que a mí se refería, el abanderado podía recibir lo que se estaba buscando. Mi preocupación era Bernard. La rodilla izquierda parecía molestarle, pero iba cojeando delante de mí a buen paso. Ya había visto lo que venía a continuación, una manifestación más desagradable, que se acercaba corriendo procedente de la Kochstrasse. Eran media docena y venían gritando mientras corrían. Oí las palabras pero en ese momento no les hice caso. Preferí pensar que una larga noche en la ciudad regocijada los había dejado hambrientos de acción. Habían visto cómo golpeaban a un hombre en la cabeza y eso los había galvanizado. Tenían entre dieciséis y veinte años. Colectivamente, exudaban una maldad enana, un extravagante aire menesteroso, con su palidez cubierta de acné, sus cabezas afeitadas y sus bocas húmedas y blandas. El turco los vio cargar hacia él y torció la cabeza bruscamente como un bailarín de tango y les volvió la espalda. Estar allí haciendo aquello el día del oprobio final del comunismo demostraba el fanatismo de un mártir o una insondable urgencia masoquista de recibir una paliza en público. Era verdad que la mayoría de la multitud lo habría descartado como un chiflado y lo habría ignorado. Berlín era una ciudad tolerante, después de todo. Pero aquella noche había suficientes borrachos y una vaga sensación en unas cuantas personas de que se debería culpar a alguien de algo, y el hombre de la bandera parecía haberlos encontrado a todos en el mismo sitio. "


viernes, 1 de diciembre de 2017

AMOR PERDURABLE


Volver a McEwan siempre garantiza y rato de placer y una semana de reflexión....¡
Todo empieza con un pic-nic en las verdes colinas de Chiltern, una pareja madura, una vida tranquila, un amor perdurable....¿será verdad que nuestra vida cambia en un instante?.
Muy McEwan, sentimientos tormentosos en una balsa de aceite, patología oculta por una educación puramente british y largas parrafadas (que a veces sobran) sobre ciencia.
Una novela corta, para fans de McEwan y no la mejor que he leído del autor.

Sinopsis (Ed. Anagrama)
Joe y Clarissa son una pareja feliz. Él se dedica a escribir sobre temas científicos, tras haber abandonado la investigación; ella es una profesora de literatura inglesa que regresa a Inglaterra tras un breve período de investigación en Harvard. Joe ha ido a esperarla al aeropuerto, y desde allí han marchado directamente a los verdes prados de las colinas de Chiltern, a un delicioso almuerzo campestre que aúna los refinados placeres del vino francés, la naturaleza y el reencuentro amoroso. Pero en medio de aquel sensato, civilizado paraíso, y casi sin que ellos se den cuenta, se introducirá una serpiente, inesperada e inocente, pero no por ello menos terrible. Los tripulantes de un globo, un anciano y su nieto, se ven en serias dificultades. El aerostato, incontrolado, sube en el aire con el niño dentro, y Joe y otros hombres presentes en el lugar corren a socorrerlo. Todo es cuestión de segundos, y en aquel extraño nudo de encuentros urdido por el destino, el muy racional Joe conoce a Jed Parry, un fanático religioso, un «Jesus freak» que se enamorará obsesiva e implacablemente del cada vez más horrorizado Joe...
Ian McEwan, con una sutil ironía y su peculiar gusto por la comicidad más ominosa, urde una ambigua fábula moral, un thriller apasionante acerca de la naturaleza misma del amor, y su localización en la encrucijada entre la racionalidad y la locura.

Amor perdurable (fragmento)
"Fui al sendero y pasé la mano por las hojas que tú habías tocado. Me llevé una impresión al descubrir lo diferentes que eran de las que no habías tocado. Había un fulgor, una especie de combustión en mis dedos al pasarlos por el borde de aquellas hojas húmedas. "



martes, 22 de agosto de 2017

EL INOCENTE


Ian McEwan es capaz de recrear casi cualquier atmósfera que se proponga, lo demuestra en cada uno de sus libros.
En El Inocente, con la guerra fría como fondo, trenza una de esas vidas que ninguno quisiéramos vivir, una vida  al vaivén de los acontecimientos, una vida que parece feliz pero sólo es vacía....una vida cualquiera y lo hace de forma tan magistral que ha vuelto a conquistarme¡
Muy recomendable¡¡¡¡

El inocente (fragmento)

1939-1955
1

"Fue el teniente Lofting quien dominó la reunión.
- Escuche Marnham. Acaba de llegar, así que no hay razón para que conozca la situación. Aquí el problema no son los alemanes ni los rusos. Ni siquiera los franceses. Son los norteamericanos. No saben nada de nada. Y lo peor es que no quieren aprender, no quieren que se les expliquen las cosas. Es su manera de ser, sencillamente.
Leonard Marnham, un empleado de correos, no había hablado nunca con un norteamericano, pero los había estudiado a fondo en el cine Odeón de su barrio. Sonrió sin apenas separar los labios y asintió con la cabeza. Metió la mano en el bolsillo interior del abrigo para coger su pitillera plateada. Lofting levantó la palma de la mano, estilo saludo indio, para cortar el ofrecimiento. Leonard cruzó las piernas sacó un cigarrillo y golpeó varias veces la punta contra la pitillera."

JARDÍN DE CEMENTO


Hace mucho tiempo que una querida amiga, Rosana Cabrera, me hablo de esta novela y yo que soy fan total de Ian McEwan he tardado un tiempo en leerla y......., la verdad se nota que es su primera novela, no exhibe la maestría narrativa de otras y eso que el tema es durísimo, a cambio de la falta de maestría la escritura es más fresca, más espontánea, más sencilla.
En resumen una novela corta y primeriza que vale la pena leer, aunque te deja triste, muy triste¡

Jardín de cemento (fragmento)
" Por lo que a mí respectaba, levantarse carecía de objeto. No había nada particularmente interesante para comer en la cocina y yo era el único que no tenía nada que hacer. Tom estaba todo el día fuera, jugando; Sue se encerraba en su cuarto para leer libros y escribir en su cuaderno, y Julie salía con quien le había regalado las botas. Cuando no estaba fuera, estaba acicalándose para salir. Se daba baños larguísimos que llenaban la casa de un aroma dulzón, más fuerte que el olor de la cocina. Se pasaba el día lavándose la cabeza, cepillándose el pelo y maquillándose los ojos. Se ponía ropa que nunca le había visto, una blusa de seda y una falda marrón de terciopelo. Yo me despertaba casi a mediodía, me masturbaba y volvía a dormirme. Tenía sueños, no exactamente pesadillas, pero sí malos sueños, de los que me esforzaba por despertar. Me gasté las dos libras en el Fish and Chips y, cuando pedí más a Julie, me dio un billete de cinco sin decir una palabra. Durante el día escuchaba la radio. Pensaba en volver al colegio cuando terminase el verano y pensaba en conseguir un empleo. No me seducía ninguna de las dos cosas. Algunas tardes me quedaba dormido en la butaca, aunque hacía sólo dos horas que me había levantado. Me miraba en el espejo y observaba que los granos se me estaban extendiendo a ambos lados del cuello. Me pregunté si acabarían por cubrirme todo el cuerpo; no me importaba gran cosa que así fuera. "