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domingo, 31 de diciembre de 2017

LA MEMORIA SECRETA DE LAS HOJAS


RESEÑA DE CLARA GLEZ para LIBROS, 28 de Mayo de 2017.
La memoria secreta de las hojas – Hope Jahren
No me gusta escribir sobre libros que no termino, pero en este después del 60% leído me voy a atrever....
Lo empecé con ilusión, y después de ese 60% me parece que es más una tesis doctoral que un libro.
Al comienzo me interesó, pensando en leer una novela con una base científica detrás, peo al seguir y seguir, me vi en el departamento de botánica donde tuve mis prácticas, en el bioquímica, hace más de 40 años, cuando estudiaba, me aburrí soberanamente porque se cómo funciona un espectrómetro de masas , y si no lo supiera tampoco me sería necesario saber si andan a 200 V. o a 125. Me cansa las rutinas de cómo preparar un medicamento, para eso tuve la galénica, y creo que también es innecesario saberlo a quien lee una novela. Por muchas instrucciones que te detallen no sirven para nada, el que le toque prepararlas ya sabrá cómo y quién se dedique a otros menesteres excusa saberlo. En fin que no sé qué se pretende contar en ese libro…que mejor le valiera a la autora escribir un tratado de raíces, de plantas, de manual de prácticas en cualquier asignatura que lo precise….En resumidas cuentas en COÑAZO
Ahh eso si mucho respeto a la naturaleza y comen comida basura….muy edificante
Sinopsis
La memoria secreta de las hojas no es solo un libro, es el fascinante debut de una mujer consagrada a la ciencia, el retrato conmovedor de una larga amistad y una exposición sorprendente del mundo de las plantas que cambiará radicalmente nuestra forma de contemplar la naturaleza.
En su ópera prima, Hope Jahren nos presenta un revelador tratado sobre la vida de las plantas que además versa sobre el trabajo y sobre el amor, y sobre cómo se pueden mover montañas cuando ambos van a la par.

Sinopsis (Ed. Ediciones Paidos)
La memoria secreta de las hojas no es solo un libro, es el fascinante debut de una mujer consagrada a la ciencia, el retrato conmovedor de una larga amistad y una exposición sorprendente del mundo de las plantas que cambiará radicalmente nuestra forma de contemplar la naturaleza.
En su ópera prima, Hope Jahren nos presenta un revelador tratado sobre la vida de las plantas que además versa sobre el trabajo y sobre el amor, y sobre cómo se pueden mover montañas cuando ambos van a la par.

La memoria secreta de las hojas (fragmento)

NO EXISTE NADA MÁS PERFECTO que una regla de cálculo. Su aluminio bruñido resulta frío al contacto con los labios, y, si la mantienes al nivel de la luz, puedes ver en cada una de sus esquinas el ángulo recto más perfecto de la creación. En cambio, si la pones de costado se transforma en un original florete que se dobla sin querer. Hasta una niña de corta edad puede blandir en el aire una regla de cálculo, sirviéndose del cursor como empuñadura. En mi memoria permanecen ligados de un modo indisoluble este juego infantil y los primeros relatos que me contaron, y, por ese motivo, no puedo evitar representar en mi mente a un angustiado Abraham justo en el momento en el que va a sacrificar al pobre Isaac alzando su mortífera regla sobre el pequeño.
Yo me pasé la infancia en el laboratorio de mi padre, jugando debajo de las mesas hasta que alcancé la altura suficiente para jugar sobre ellas. Mi padre enseñó durante cuarenta y dos años seguidos los rudimentos de la física y de las ciencias de la tierra en aquel laboratorio. Era profesor en una escuela de formación superior de una pequeña localidad de Minnesota. Él adoraba su laboratorio, y mis hermanos y yo compartíamos su pasión por aquel lugar.
No era más que una sala pintada con una gruesa capa de color crema; pero, si cerrabas los ojos y te concentrabas, podías sentir por debajo la textura del cemento. Recuerdo que llegué a la conclusión de que el revestimiento de goma de los laterales debían de haberlo pegado a la pared, porque no encontré ni una sola marca de clavos cuando medí la estancia con una cinta métrica que extendí más de treinta metros. Había largas mesas de trabajo en las que tenían que sentarse cinco alumnos, uno al lado del otro, mirando todos en la misma dirección. Aquellas superficies negras, frías como una tumba, estaban hechas de un mate rial imperecedero, de algo que ni el ácido ni los golpes de martillo podían destruir (pero no lo intentéis). Eran lo suficientemente robustas como para aguantar el peso de una persona, y tan duras que no se podían rayar ni con una piedra (pero no lo intentéis).