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domingo, 10 de diciembre de 2017

PANDORA


Para "descansar" de la sobredosis de novela negra he leído esta deliciosa historia de amor??? Magistralmente escrita y construida por Henry James, se lee en un instante y se disfruta durante mucho tiempo.
Muy recomendable!!!

Sinopsis (Ed. Impedimenta)
Henry James hace confluir en Pandora todas las tramas recurrentes que aparecen en la literatura que le encumbró: la tensión entre Europa y América, la inmovilidad entre clases y el prototipo de una nueva mujer que empieza a surgir a finales del XIX.
Era improbable, pensaba el joven conde alemán Otto Vogelstein a su llegada a Nueva York, que volviera a cruzarse con la bella señorita Pandora Day, a quien conoció a bordo del buque que los llevaba a ambos rumbo a la ciudad. Pandora no pertenecía a la buena sociedad en la que, sin duda, Vogelstein iba a integrarse en cuanto comenzara su imparable carrera americana. Lo que el conde Otto no podía imaginar era que la Pandora que iba a vol­ver a ver tiempo después, no solo se movería como él entre los más elevados círculos sociales sino que se habría convertido en un espécimen extraordina­rio, en un nuevo prototipo irresistible de mujer. Otto Vogelstein creía haberlo aprendido todo sobre la so­ciedad de Washington, pero le quedaba la más im­portante y cruel de las lecciones.

Pandora (fragmento)

CAPÍTULO 1
Desde hace tiempo es habitual que los barcos a vapor de la North German Lloyd, que transportan pasajeros de Bremen a Nueva York, fondeen durante unas horas en el tranquilo puerto de Southampton, donde el cargamento humano recibe considerables adiciones. Hace algunos años, un joven y despierto alemán, el conde Otto Vogelstein, dudaba sobre si censurar o aprobar dicha costumbre. Apoyado sobre la barandilla de cubierta del Donau observaba con curiosidad, tedio y desdén, a través del humo de su cigarro, cómo los pasajeros americanos (la mayoría de los viajeros que embarcan en Southampton son de dicha nacionalidad) cruzaban el pantalán y eran engullidos por la enorme estructura del barco, dentro de la cual tenía el conde la reconfortante certeza de disponer de un nido propio. Contemplar desde su aventajada posición los esfuerzos de los menos afortunados (los desinformados, los desasistidos, los demorados, los desorientados) resulta siempre una ocupación no exenta de deleite, y nada había que pudiese mitigar la complacencia con la que nuestro joven amigo se entregaba a ella, es decir, nada salvo cierta benevolencia innata aún no erradicada por la consciencia de su relevancia funcionarial. Porque el conde Vogelstein era funcionario, como supongo habrán deducido por su espalda erguida, por el lustre de sus gafas de montura ligera y sofisticada y por ese algo, entre discreto y diplomático, en la ondulación de su bigote, el cual parecía contribuir en gran medida a la que, según los cínicos, constituye la función primordial de los labios: la activa ocultación del pensamiento.