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lunes, 4 de diciembre de 2017

SOLO EN BERLÍN


Animada por la descripción de la contraportada y por la recomendación que la editorial hace en ese Calendario Literario de Adviento, de este autor, para mi desconocido, me traje a casa desde la biblioteca este "contundente" volumen de título evocador.....
Y, hasta aquí he llegado con el autor, largo, se me ha hecho muy largo este supuesto thriller que no es más que una sucesión de hechos repetitivos y diálogos artificiosos.
Antiguo, muy antiguo¡¡¡
Y el que quiera comprobarlo, no tiene más que leer un capítulo en el siguiente enlace:
http://www.maeva.es/colecciones/exitos-literarios/solo-en-berlin

Sinopsis (Ed. Maeva)
Berlín, 1940, la ciudad está dominada por el miedo. Cuando la cartera Eva Kluge llega a casa de los Quangel en el número 55 de la calle Jablonski, con una carta que les anuncia la muerte de su único hijo en un campo de batalla francés, el golpe es terrible, insoportable. Es el principio de la Segunda Guerra Mundial y toda la ciudad, todo el país y pronto media Europa, vive bajo el yugo del régimen de Hitler. Otto y Anna Quangel se plantean entonces si están haciendo todo lo que está en sus manos para luchar contra el Tercer Reich. Sí, son gente corriente, sin ninguna posibilidad frente al régimen nazi, pero ¿realmente se pueden quedar de brazos cruzados cuando la barbarie se ha llevado a lo que más amaban en el mundo? ¿Pueden compartir el mismo silencio cómplice que la inmensa mayoría de la población? Empieza entonces un acto de heroicidad que llevará a Otto a distribuir tarjetas postales de denuncia a Hitler por todo Berlín; y a perseguir al ambicioso inspector de la Gestapo Escherich. Muy probablemente constituye un acto suicida y también un peligroso juego en el que, sea quien sea quien pierda, lo pagará con su propia vida.

Solo en Berlín (fragmento)
"Para los Quangel la mañana no fue tan fructífera, al menos las explicaciones tan ansiadas por Anna no llegaron.
–Nooo –dijo Quangel contestando a sus ruegos–. Nooo, mamá, hoy no. El día ha empezado mal, en un día así no puedo hacer lo que de verdad me apetece. Y si no puedo hacerlo, tampoco deseo hablar de ello. Quizá otro domingo. ¿Lo oyes? Ya vuelve a deslizarse por la escalera uno de los Persicke. Bueno, que lo haga. ¡Con tal de que nos dejen en paz!
Ese domingo, sin embargo, Otto Quangel mostraba una ternura inusual. Anna pudo hablar de su hijo caído todo lo que quiso, no le prohibió hacerlo. Incluso repasó con ella las escasas fotos que tenía del hijo, y cuando volvió a echarse a llorar, le pasó la mano por los hombros y la consoló.
–Déjalo, mamá, déjalo. Quién sabe si no ha sido para bien, con todo lo que se va a ahorrar.
Así que ese domingo, incluso sin charla, fue bueno. Hacía tiempo que Anna no veía a su marido tan tierno, era como si el sol brillase otra vez, la última, sobre la tierra antes de la llegada del invierno, que ocultaba la vida bajo una capa de hielo y nieve. En los meses siguientes la frialdad y el laconismo de Quangel aumentaron y ella recordó con frecuencia ese domingo, que constituía al mismo tiempo su consuelo y su estímulo. "