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martes, 5 de diciembre de 2017

DONDE NO ESTÁS


«He vuelto a ver a la Señora. Estaba al pie de la cama y la vi con la misma claridad que otras veces, ya que su cuerpo desprende luz. Recuerda la luz que se refleja en las aguas negras, la luz que hay en los pozos cuando tus ojos se acostumbran a la oscuridad. Una luz que nace de dentro, de los más hondo, que tiembla y te obliga a mirarla».

Historia de fantasmas con trasfondo de guerra civil y secretos de familia; la España profunda relatada con la magnífica prosa de Gustavo Martín Garzo para leer despacio y meditar sobre las relaciones que nos conducen hacia la vida y la muerte.
Es una novela de mujeres, narrada por mujeres y poblada de sentimientos.
Quizás esperaba más de Martín Garzo, pero he disfrutado leyendo a un gran escritor aunque la historia no haya sido la mejor que ha escrito.

Sinopsis (Ed. Destino)
Potente, inquietante y arrolladora. Vuelve Martín Garzo con una novela que no te dejará indiferente.
Deben de ser los años sesenta cuando Ana llega al pueblo de Valladolid en el que nació su madre Lucía. Tras quedarse huérfana, Ana queda al cuidado de su abuela, con principio de alzhéimer, y las mujeres de la casa, entre ellas Fernanda, sirvienta en la familia de toda la vida. Ese verano, además de vivir el primer amor junto a Ismael, Ana ahonda en el pasado familiar con la guerra civil como elemento desencadenante de un grave trastorno que aún perdura en el presente, gracias al relato deshilachado y sin filtro de su abuela senil, a las historias que circulan por el pueblo sobre la familia y lo que cuentan Fernanda y doña Daniela, la maestra de Lucía, que le entregará a Ana un cuaderno escrito por su madre donde se desvelan algunas verdades y se arroja algo de luz sobre un inquietante suceso familiar, presidido por el tío Orestes y la oscura muerte de Sara, la amiga íntima de su madre.
Una historia de fantasmas imaginarios y reales, inquietante, arrolladora, necesaria.

Donde no estás (fragmento)

He vuelto a ver a la Señora. Estaba al pie de la cama y la vi con la misma claridad que otras veces, ya que su cuerpo desprende luz. Recuerda la luz que se refleja en las aguas negras, la luz que hay en los pozos cuando tus ojos se acostumbran a la oscuridad. Una luz que nace de dentro, de lo más hondo, que tiembla y te obliga a mirarla.
En esta casa abundan los ruidos nocturnos. Crujen las tarimas del suelo, las puertas, las viejas cómodas y los armarios. Incluso cuando todos duermen, se oyen ruidos. Ruidos de pasos, de risas, pequeños golpes que no se sabe quién los da. La abuela asegura que son los espíritus de la casa, que no pueden descansar a causa de los pecados que se han cometido en ella, pero la verdadera causa es la humedad. La madera se hincha y se queja como si estuviera enferma, como si tuviera conciencia y recordara cosas. Cosas que tienen que ver con el paso del tiempo y que forman parte de un mundo anterior. Todos esos ruidos cesan cuando la Señora me viene a ver.
La Señora no habla. A veces hace gestos con las manos, trata de decirme algo en un lenguaje de signos que recuerda el de los sordomudos. Siempre viene de noche, cuando me quedo sola. No  sé cómo entra en mi cuarto. Puede que lo haga a través de una puerta oculta, una puerta que sólo ella conoce y por la que entra y sale sin que nadie la vea. Una puerta secreta como la que lleva al cuarto que el tío Orestes mandó construir. El tío era hermano de la abuela, e hizo ese cuarto para espiar a su mujer. Era una actriz portuguesa a la que había conocido en uno de sus viajes. Se casaron y se instalaron en Madrid. Pero ella no quería renunciar a la vida que había llevado y en el matrimonio empezaron los problemas. El tío enloqueció de celos y para apartarla de todo aquello decidió arreglar la vieja casa familiar y regresar con su esposa al pueblo. No se conformó con eso, y mandó construir todo un mundo oculto de pasadizos y cuartos que doblaban la casa real, y por los que se desplazaba para espiarla. Hay uno de esos cuartos en el dormitorio principal, detrás del espejo, lo he visto con mis propios ojos. Fueron mis primas las que me hablaron de él. Según ellas, el tío se pasaba allí las horas muertas espiando lo que hacía su mujer, pues es uno de esos espejos que permiten ver desde el otro lado.