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domingo, 27 de agosto de 2017

LA TIERRA SILENCIADA



RESEÑADA por Dani Tavares para LIBROS,  el 1 de Octubre de 2013.
"La tierra silenciada" de Graham Joyce.
Una pareja esquiando en un pueblecito entre Francia y España, de repente un alud los sepulta y milagrosamente consiguen sobrevivir, a partir de aquí comienzan sus problemas, regresan al hotel y no encuentran a nadie, en el pueblo lo mismo, creen que han evacuado a la gente del pueblo por peligro de alud y deciden huir ellos también pero no pueden.
Mmm.. suena a "Mecanoscrito del segundo origen" o "Fin" de Monteagudo pero evoluciona de tal manera, en el fondo durante toda la novela te imaginas lo que pasa, que realmente me ha emocionado, lo recomiendo si: te gusta la novela fantástica, si "Fin" te dejó mal sabor de boca, si te gusta esquiar (jeje), si siempre te has preguntado que harías si te quedaras solo en el mundo o si crees que con 2 personajes no se puede hacer una buena novela.

La tierra silenciada (fragmento)

1


Volvía a nevar: tenues copos de seis puntas, como los de un libro infantil, que se posaban en la manga de su chaqueta. El aire de la montaña, colmado de hielo y aroma a resina de pino, le aguijoneaba la piel. Zoe se llenó los pulmones y se deleitó con la tonificante frialdad de ese aire antes de exhalarlo. Y cuando la cresta de la montaña pareció asentir y contestarle a su vez con un suspiro, ella casi pensó que podría morir en aquel lugar, y sería una muerte feliz.
Si existen en la vida contados momentos que se nos presentan diáfanos y puros como el hielo, Zoe supo, cuando la montaña le devolvió el suspiro, que acababa de capturar uno de esos momentos y que ya nadie podría arrebatárselo jamás. Todo era nieve y silencio. Nieve y silencio. La detención absoluta de la vida: un ensayo y una anticipación de la muerte.
Pero su aliento caliente lo desmentía. Mientras aguardaba allí para iniciar el descenso, apuntó pendiente abajo los esquís, que sobre la nieve en polvo semejaban extrañas garras de intensos colores rojo y oro. «Estoy viva. Soy un águila.» A cientos de metros más abajo se desplegaba el perfil oscuro de Saint-Bernard-en-Haut, el pueblo y estación de esquí de los Pirineos donde se alojaban; al oeste se veían los irregulares picos y prominencias de la cordillera. El sol ya estaba alto; en cuestión de minutos llegarían otros esquiadores y romperían el misterioso embrujo de la mañana. Pero en ese momento tenían la nieve en polvo y la mañana solo para ellos.