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domingo, 26 de noviembre de 2017

LOS PECES NO CIERRAN LOS OJOS


RESEÑADO  por Rossana Cabrera para LIBROS,  el 19 de Enero de 2015.
No se que esperaba de este libro, lo que fuera, no lo encontré.
A priori creí que era un librón y me encontré con un librito.
No es descartable, pero tampoco se lo recomendaría a nadie.

Sinopsis (Ed. Seix Barral)
«Nacer y crecer en Nápoles agota el destino: vaya uno donde vaya, ya lo ha recibido como dote, mitad lastre, mitad salvoconducto.» Un hombre recuerda el verano de sus diez años en un pueblo costero cerca de Nápoles, los años en que se anhela un futuro desde el que sólo se puede mirar atrás. Entre la pesca y los libros, los paseos en solitario y los encuentros con los muchachos del barrio, transcurren sus días, hasta que conoce a una niña sin nombre que le descubre el peso de palabras como amor o justicia.    A los diez años, la edad se escribe por primera vez con dos cifras. La inquietud y el deseo de crecer son más fuertes que la apariencia física; torpe cascarón el cuerpo infantil. Y permanece intacta la necesidad de protección que cura el calor de las historias familiares, la presencia de una madre y el contacto de la mano amiga.   Nombrado escritor de la década por el Corriere della Sera, y galardonado con los premios France Culture, Femina Étranger, Laure Bataillon o Petrarca, Erri De Luca es uno de los autores italianos más leídos y admirados en más de veinte países.

Los peces no cierran los ojos (fragmento)
"He ido a darme el último chapuzón. Uno de los chicos de la pelota, uno regordete, ha ido detrás de mí. He oído que les decía a los demás: «Ahora veréis cuánta agua traga». No he vuelto a la sombrilla, he entrado en el agua. Se ha tirado de un planchazo y venía hacia mí, nadaba sacudiendo los brazos en el agua. Me he puesto de espaldas y he desplegado la natación aprendida en la piscina. Estoy entrenado, no era capaz de seguir mi ritmo, tras esforzarse un poco se ha vuelto a la orilla. Yo he nadado hasta una playita y he vuelto andando a la sombrilla. Mamá ya estaba lista y me ha regañado. Me deja libre en la isla, pero le gusta respetar los horarios. Tras pedirle perdón, le he cogido la bolsa de la playa y hemos ido a casa, dos habitaciones alquiladas cerca del mar.
Después de comer me gusta pescar con la redecilla, rebuscando entre las rocas. A esas horas mamá descansa. Son horas ardientes, el aire rechina de calor y de cigarras. Voy descalzo, bajo los pies crece en verano una suela que no se siente abrasar. Les ocurre también a las manos de los panaderos.
Cuando se despierta le preparo el café, después salgo otra vez.
Por la noche leo un libro comprado por papá, relatos de ingleses en sus colonias del océano Índico. Hay crímenes pero no asesinos que descubrir. He copiado una frase: «Los remordimientos no atormentan a quien se sale con la suya». Hoy sé que es verdad. Entonces fue el temblor que malogró las nociones religiosas. Remordimientos, confesión eran consecuencias inevitables del crimen. En cambio, el libro decía que ni rastro de pena para quien escurre el bulto. Existía una variante según la cual el crimen no conlleva carga. Fue un temblor del subsuelo. Se topa uno, leyendo, con frases sísmicas.
Tras la primera comunión, a los ocho años, iba a misa los domingos, solo. Papá era socialista, a mamá no le gustaba el rito y mi hermana era pequeña para ir conmigo, no podía contener su desenfreno. En la isla dejaba de ir a la iglesia. Era un buen sitio para respirar en la ciudad. Había espacio de aire sobre la cabeza, distancia entre las personas, el bullicio de la calle se reducía a los restos de una ola dentro de una concha. En la isla no había necesidad de todo aquello.
La isla era mano abierta, en septiembre las vides estaban hinchadas, pedían ser recolectadas. El racimo aplastado en la boca, grano a grano, descalzo en la tarde sobre la tierra dichosa por los pasos de un niño: aquello era la más justa de las gracias, no alcanzada por plegaria alguna. "