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sábado, 30 de diciembre de 2017

LAS CHICAS


Esta aclamadísima novela la tenia en mi "lista de pendientes" desde hace tiempo y ahora en las vacaciones navideñas he tenido tiempo para abordarla como se merece.
Realmente la joven Cline no se ha devanado mucho los sesos en busca de argumento, de hecho si clickais en Google, Familia Manson, os saldrá una aproximación bastante certera de como transcurre esta novela, solo tendréis que realizar el fácil ejercicio de cambiar los nombres y taaaacháaaan! !!! ya tenéis servido el hilo argumental de principio a fin....
La autora se ha permitido sólo dos licencias, el cambio de nombres, antes mencionado e incluir como narradora a una jovencita perdida que busca su propia identidad por todos los medios a su alcance.
Descartada, pues, la originalidad argumental he buscado lo positivo de la novela y me ha gustado la prosa fluida con que Cline relata los hechos a través de la misma narradora en dos épocas de su vida (adolescencia y madurez), me ha gustado la descripción de situaciones y la confusión de sentimientos adolescentes que conduce al final previsto...., algunos personajes adolecen de profundidad lo cual produce alguna incongruencia que la propia trama soluciona pero que resta complejidad a la novela y la hace más superficial.
Recomendable por su curiosidad y la prosa cuidada que exhibe aunque no una obra maestra como se ha intentado vender.

Sinopsis (Ed. Anagrama)
California. Verano de 1969. Evie, una adolescente insegura y solitaria a punto de adentrarse en el incierto mundo de los adultos, se fija en un grupo de chicas en un parque: visten de un modo descuidado, van descalzas y parecen vivir felices y despreocupadas, al margen de las normas. Días después, un encuentro fortuito propiciará que una de esas chicas –Suzanne, unos años mayor que ella– la invite a acompañarlas. Viven en un rancho solitario y forman parte de una comuna que gira alrededor de Russell, músico frustrado, carismático, manipulador, líder, gurú.
Fascinada y perpleja, Evie se sumerge en una espiral de drogas psicodélicas y amor libre, de manipulación mental y sexual, que le hará perder el contacto con su familia y con el mundo exterior. Y la deriva de esa comuna que deviene secta dominada por una creciente paranoia desembocará en un acto de violencia bestial, extremo…
Esta novela es obra de una debutante que, dada su juventud, ha dejado boquiabierta a la crítica por la inusitada madurez con la que cincela la compleja psicología de sus personajes. Emma Cline construye un retrato excepcional de la fragilidad adolescente y del tormentoso proceso de hacerse adulto. También aborda el tema de la culpa y las decisiones que nos marcarán toda la vida. Y recrea aquellos años de paz y amor, de idealismo hippie, en los que germinaba un lado oscuro, muy oscuro. La autora se inspira libremente en un episodio célebre de la crónica negra americana: la matanza perpetrada por Charles Manson y su clan. Pero lo que le interesa no es la figura del psicópata demoniaco, sino algo mucho más perturbador: aquellas chicas angelicales que cometieron un crimen atroz y sin embargo durante el juicio no perdían la sonrisa… Sobre ellas  –¿qué les llevó a traspasar los límites?, ¿Cuáles fueron las consecuencias de unos actos que las perseguirán siempre?– versa esta novela que deslumbra e inquieta.

Las chicas (fragmento)

Volví la mirada por las risas, y seguí mirando por las chicas. Lo primero en lo que me fijé fue en su pelo, largo y despeinado. Luego en las joyas, que relucían al sol. Estaban las tres tan lejos que sólo alcanzaba a ver la periferia de sus rasgos, pero daba igual: sabía que eran distintas al resto de la gente del parque. Las familias arremolinadas en una cola difusa, esperando las salchichas y hamburguesas de la barbacoa. Mujeres con blusas de cuadros acurrucadas bajo el brazo de sus novios, niños lanzando bayas de eucalipto a las gallinas de aspecto silvestre que invadían la franja de parque. Aquellas chicas de pelo largo parecían deslizarse por encima de todo lo que sucedía a su alrededor, trágicas y distantes. Como realeza en el exilio. Las examiné con una mirada boquiabierta, flagrante y descarada: no parecía probable que fuesen a echar un vistazo y reparar en mí. La hamburguesa había quedado olvidada en mi falda, la brisa traía consigo el tufo a pescado del río. En aquella época, analizaba y puntuaba de inmediato a las demás chicas, y llevaba un registro constante de todas mis carencias. Vi al momento que la de pelo negro era la más guapa. Ya me lo esperaba, antes incluso de distinguir sus caras. Un atisbo de ensueño flotaba en torno a ella; llevaba un vestido ancho que apenas le tapaba el culo. Iba flanqueada por una pelirroja flacucha y una chica algo mayor, vestidas ambas con la misma improvisada dejadez. Como si acabasen de rescatarlas del fondo de un lago. Sus sortijas baratas eran como una segunda hilera de nudillos. Jugaban con una línea muy frágil, belleza y fealdad al mismo tiempo; una oleada de atención las siguió por el parque. Las madres buscaron con la mirada a sus hijos, llevadas por algún sentimiento que no sabrían identificar. Las mujeres cogieron a sus novios de la mano. El sol despuntaba entre los árboles, como siempre – los sauces soñolientos, las rachas de viento cálido soplando sobre las mantas de pícnic–, pero la familiaridad del día quedó perturbada por el camino que trazaban las chicas a través del mundo corriente. Gráciles y despreocupadas, como tiburones cortando el agua.