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domingo, 3 de diciembre de 2017

EL INVIERNO MÁS FRÍO



Aidan Donovan vive, desde hace tiempo, su invierno más frío y Kiely lo cuenta con exquisita exactitud y cuidadosa crudeza, sin sentimentalismo pero con sentimiento. El tema del libro es delicado, muy delicado, por tanto la forma de narrar se torna tan importante como el argumento mismo y ahí acierta Kiely, no es equidistante porque el libro está narrado en primera persona por el protagonista, pero... no se recrea en el "fango".
Un invierno en la vida de un adolescente norteamericano de buena familia, que podría ser cualquier adolescente del mundo.
Un alegato contra el abuso y el silencio, que me ha encantado.
Lo recomiendo y os dejo un enlace que permite leer un fragmento de la novela:
http://www.planetadelibros.com/el-invierno-mas-frio-libro-196825.html

Sinopsis (Ed. Seix Barral)
Un canto a la esperanza, una llamada a no tener miedo y la prueba de que la verdad y el amor tienen más poder que el silencio y la mentira
Aidan Donovan tiene dieciséis años y no consigue aceptar que su padre se haya marchado de casa sin decir nada. Él no tiene muchos amigos en el instituto y el único que parece escucharlo, realmente, es el padre Greg, el sacerdote local a quien Aidan ayuda en la parroquia.
Cuando se da cuenta de la alevosía y la crueldad de las acciones del padre Greg, todo se derrumba a su alrededor. Bebe demasiado, toma pastillas y se desvive por destacar ante Josie, la única chica a la que ama, su amiga Sophie, un poco salvaje, y Marc, el capitán del equipo de natación, carismático y atractivo.
El invierno más frío muestra lo difícil que puede llegar a ser convertirse en adulto, y cómo la traición, la manipulación y el abuso pueden ser utilizados contra los más inocentes.

El invierno más frío (fragmento)

1Para contar lo que pasó de verdad, lo que nadie sabe, lo que no dijeron los periódicos, tengo que empezar por la fiesta de Nochebuena de mi madre. Dos noches antes, como si el universo fuera el coproductor de su gran espectáculo, una tormenta de nieve había blanqueado nuestro rincón de Connecticut. Mi madre estaba encantada. Velas eléctricas en las ventanas, guirnaldas en las puertas, fotogénicos montones de nieve contra los muros de la casa..., todo era «simplemente maravilloso», como habrían dicho sus amigas. El espíritu navideño nos invadiría a todos, o al menos lo aparentaríamos. Era mi madre y con ella se imponía la supervivencia del más risueño, por lo que todos estábamos dispuestos a tragarnos su panacea festiva. Esperábamos recibir más de ciento cincuenta invitados en casa, obviando deliberadamente el hecho de que las invitaciones habían sido enviadas a finales de octubre con el nombre de mi padre impreso en relieve junto al de mi madre, pero el Viejo Donovan seguía en Europa, donde había pasado la mayor parte del año y donde para entonces ya había decidido quedarse.
Nunca me habían dejado entrar en el estudio del Viejo Donovan, pero, precisamente porque ya no estaba en casa, me lo había apropiado y pasaba el rato curioseando entre sus libros y sus recuerdos del mundo entero, con la esperanza de encontrar algo de sabiduría que llenara el horrible vacío que me crecía por dentro. De no haber sido por la fiesta, me habría quedado toda la noche allí, leyendo Frankenstein para la clase del profesor Weinstein; pero íbamos a dar una fiesta y mi madre estaba en el piso de arriba, arreglándose, así que me dije: «A la mierda». Si quería sobrevivir, necesitaba un empujoncito.