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martes, 14 de noviembre de 2017

¡VIVIR!



RESEÑADO por Rossana Cabrera para LIBROS, el 14 de Septiembre de 2014.
Quizás si antes de leerlo, me hubiera tomado unos minutos para googlear a la autora, me hubiera ahorrado un plomo de domingo.
Pero me dejé llevar por la reseña que encontré en la nube y por mis ganas de una distopía pura y dura.
Un fiasco.
90 páginas de una historia entretenida y 20 que arruinan la totalidad.
Un ejemplo maravilloso de como las ideas políticas de un autor, le ganan a la pluma del escritor.


Sinopsis (Ed. Flecha)
En 1926, dos semanas después de cumplir los veintiún años, la joven Alisa Zinovievna Rosenbaum llegó a los Estados Unidos escapando de la URSS con poco dinero y un dominio más bien modesto del idioma inglés. Diez años después, publicó su primera novela, Los que vivimos, usando su nuevo nombre: Ayn Rand. Y dos años más tarde, en 1938, la primera edición de ¡Vivir!, su segunda novela, apareció en Inglaterra como Anthem (himno). En 1946, la obra llegó a España y Estados Unidos, donde ella vivía.
Cuando Rand escribió ¡Vivir!, los coqueteos de los políticos e intelectuales americanos con el comunismo eran tales que los años treinta fueron conocidos en Estados Unidos como la Década Roja. Y lo que siguió fue la alianza con la Unión Soviética de Stalin durante la Guerra Mundial. No es de extrañar que, horrorizada ante el avance de los colectivistas en occidente, Rand les dedicara estas palabras en el prefacio de la edición de 1946:
"Ellos han de afrontar el pleno significado de aquello que defienden o condonan; el específico, exacto y pleno significado del colectivismo, de sus lógicas implicaciones, de los principios sobre los que se asienta, y de las ultimas consecuencias a las que estos principios llevarán. Deben afrontarlo, después decidir si esto es lo que quieren o no."

¡Vivir! (fragmento)

Yo soy. Yo pienso. Yo quiero.
Mis manos... mi espíritu... mi cielo... mi bosque... esta tierra mía... ¿Qué debo añadir? Estas son las palabras. Esta es la respuesta.
Estoy aquí de pie, en la cumbre de la montaña. Levanto mi cabeza y extiendo mis brazos. He aquí mi cuerpo y mi espíritu, he aquí el fin de la búsqueda. Deseaba conocer el sentido de las cosas. Yo soy el sentido. Deseaba encontrar un permiso para existir. No necesito permiso alguno para existir; ni que me den el visto bueno para vivir. Yo soy el permiso y el visto bueno.
Son mis ojos los que ven, y la mirada de mis ojos confiere belleza a la tierra. Son mis oídos los que oyen, y la audición de mis oídos da su canción al mundo. Es mi mente la que piensa, y el juicio de mi mente es la única linterna que puede hallar la verdad. Es mi voluntad la que elige, y la elección de mi voluntad es el único edicto que debo respetar.
He conocido muchas palabras, algunas resultaron sabias y otras resultaron falsas, pero sólo tres son sagradas: "¡lo deseo así!"
Cualquiera que sea el camino que yo tome, la estrella que me guía está en mi interior; la estrella que me guía y la brújula que señala el camino. Señalan en una única dirección. Señalan hacía mí.
No sé si esta tierra en la que estoy es el corazón del universo o si no es más que una mota de polvo perdida en la eternidad. Ni lo sé ni me importa. Pues sé qué felicidad puedo alcanzar en esta tierra. Y mi felicidad no requiere un propósito más elevado para ser vindicada. Mi felicidad no es el medio para fin alguno. Ella es el fin. Es su propio objetivo. Es su propia razón de ser.
Tampoco soy yo el medio para que otros lleguen a los fines que anhelan conseguir. No soy una herramienta para que me usen. No son un sirviente de sus necesidades. No soy un vendaje para sus heridas. No soy un cordero a sacrificar en sus altares.
Soy un hombre. Este milagro de mi ser está para que lo posea yo y lo vele yo, y lo guarde yo, y lo use yo, y sea yo quien se arrodille ante él.