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domingo, 7 de enero de 2018

VENTAJAS DE VIAJAR EN TREN



Esta novela de 2000 me fue recomendada por una querida amiga de LIBROS y la verdad, me la he leído en un "vuelo" pero todavía no he digerido lo leído.
Es una novela rara, muy rara, de hecho en un momento pensé que era un libro de relatos y puede que lo sea....porque relata y relata historias que no sé bien si son cruzadas o se encastran entre ellas en una especie de puzle perverso y, en algunos ...momentos, ininteligible.
Es posible que mi aversión a las historias que tratan de forma superficial el calvario de la enfermedad mental me haya hecho "resistente" a la novela y el hecho añadido de la obsesión del autor con la coprofilia, coprofagia, basura, mal olor....no ha contribuido a mejorar las cosas.
Creo que el autor escribe bien pero su afán por sorprender le ha conducido por caminos escabrosos que no me han convencido.
He terminado la novela, es corta, y me ha dejado mal sabor y pocas ganas de leer, de nuevo, a Antonio Orejudo.


RESEÑA DE CLARA GLEZ para LIBROS, 18 de Febrero de 2017

Ventajas de viajar en tren – Antonio Orejudo
Es uno de esos libros que aparcas, y un día alguien comenta y te lo sacas para leer.
Eso justo fue lo que ayer me pasó. Y lo comencé. Y no pude parar de leer. Me lo ...devoré en una noche.
La sensación no puedo explicarla. Desde su primera frase:” ¿Le apetece que le cuente mi vida?” empiezas en una locura de historias entremezcladas, de personajes reales, o ficticios, donde la locura predomina en todos ellos, en una forma u otra. Donde cada historia sale de otra como esas muñecas rusas. Donde entre tanta locura no faltan algunos guiños que te hacen reír.
Un humor fino, que hace más llevadera las tremendas historias.
Al final te queda una duda…¿es todo producto de esquizofrenias y paranoias?¿ Hay algún personaje real? Lo que no cabe duda es la imaginación del autor, la forma de narrar, que hace que sigas y sigas. Qué mitad de algo terrible, no puedas evitar sonreír. Que te metas en el pellejo de esas historias que guarda la “carpeta roja” .

Sinopsis (Ed. Tusquets)
La novela que situó a Antonio Orejudo entre los autores más admirados de la literatura española actual.
Después de dejar a su marido ingresado en un hospital psiquiátrico en el norte, una mujer regresa en tren a Madrid. En el vagón, un desconocido, para amenizar el viaje, le pregunta de pronto: «¿Le apetece que le cuente mi vida?». Se trata de Ángel Sanagustín, psiquiatra que trabaja en la misma clínica y estudioso de los trastornos de la personalidad a través de los relatos y los escritos de los pacientes. Esos textos son los que guarda en una carpeta roja que lleva consigo. Hay casos de esquizofrenia, de dobles vidas, de paranoicos convencidos del control gubernamental a los ciudadanos mediante la clasificación de sus desperdicios. Cuando el psiquiatra baja un momento en una de las paradas en busca de un refresco y pierde el tren, la mujer tiene en sus manos la carpeta con los escritos. Irresistiblemente, querremos leerlos con ella.

Ventajas de viajar en tren (fragmento)"A la mañana siguiente —proseguía la carta de Amelia Urales de Úbeda—, mi hermano comprobó ciertos extremos de su declaración, y vio que era verdad. Él, que, según nos decía en sus cartas, había hablado con una cabeza recién decapitada; él, que había visto a una mujer comiéndose a su hijo, y hombres desinflados, a los que se les había ido la vida por el ano, que se habían muerto de diarrea mientras soltaban un hilo de agua infinito; él, que había visto tripas sujetas con cinta aislante; que había visto nacer un niño de una mujer muerta; que había visto rostros devorados por las hormigas; y a una rata comerse los ojos de una mujer inmóvil de pena, tuvo que sentarse en el suelo, porque no podía con su desconsuelo, y se echó a llorar. Elevó su informe, pero sus superiores se lo devolvieron por un defecto de forma. Insistió. Que se olvidara del asunto, le dijeron; pero él se negó. Entonces lo juzgaron por insumiso, lo ingresaron en un psiquiátrico y borraron todo vestigio de su paso por el Ejército. Cuando nos lo contó, mi madre y yo le creímos, pero mi padre, que de cosas del Ejército entendía más que nosotras, dijo que era mentira, y dio un puñetazo tan fuerte en la mesa, que la partió en dos. Toda la comida salió por los aires, y una croqueta le dio en la frente a mi hermano, que indignado cogió la puerta y se marchó por donde había venido. Desde entonces no hubo día que mi madre y yo no lo pasáramos llorando y afeándole la reacción a mi padre, quien, por su parte, se encerró en un mutismo absoluto y consagró su vida a mirar por la ventana o a sentarse en el patio frontal, a ver pasar la gente los días de toros, en los que nuestra calle se animaba un poco más. No hizo otra cosa el hombre hasta que la muerte se lo llevó una tarde, después de merendar, en plena actividad observadora. Mi madre y yo tratamos de ponernos en contacto con mi hermano dando aviso al servicio de socorro de Radio Nacional de España, pero no hubo manera de localizarlo; llegamos a pedirle perdón públicamente en un conocido programa de televisión, pero él no dio señales de vida. Resignada a no volverlo a ver nunca más, mi madre murió de pena a los pocos meses, sin que mi hermano apareciera.
Justa o injustamente, mi hermano ha cumplido su condena, pero ni siquiera ahora le permiten rehacer su vida, y los servicios secretos de inteligencia quieren aniquilarlo, darle muerte civil, y van por ahí diciendo que si está loco, y que si va por la vida convenciendo a la gente para que se tire al camión de la basura. No tengo más que decir. Suya atentamente Amelia Urales de Úbeda.
Le sorprenderá que me la sepa de memoria, ¿verdad? Es que la leí muchas veces y además he desarrollado una gran capacidad de retentiva. A lo que vamos: la carta sonaba rara, pero era difícil saber a ciencia cierta si aquella mujer mentía o decía la verdad. Lo que sí hice fue averiguar dónde vivía. Lo deduje de sus palabras: «Mi padre por su parte se encerró en un mutismo absoluto y se dedicó a sentarse en el patio frontal, a ver pasar la gente los días de toros, en los que nuestra calle se animaba un poco más, hasta que se murió». Llegué a la conclusión de que esta mujer vivía en una casita baja, con patio, en las inmediaciones de la plaza de toros de Las Ventas. Como no tenía nada mejor que hacer, en un plano de Madrid tracé una circunferencia con centro en Las Ventas y radio de un kilómetro, que abarcara todas las casitas de la zona con patio frontal, ubicadas en calles y callejuelas cuyo tráfico y afluencia de transeúntes pudieran verse afectados por la celebración de corridas. Es cierto que todo aquello podía ser un cuento, palabras, pero es que si nos ponemos así, no hacemos nada en la vida; siempre nos sucederá lo mismo; que lo único que tenemos son palabras. Por eso es tan difícil averiguar la verdad algunas veces. No es que yo sea un nihilista, nada de eso; me limito a constatar un hecho. Lo único que dejamos las personas cuando nos esfumamos es un puñado de palabras. Pero una cosa son las palabras y otra muy distinta la verdad. Algunas veces coinciden y otras no. Las palabras están ahí, las podemos leer y escuchar, aunque muchas veces tampoco sepamos qué significan exactamente; pero la verdad es muy difícil señalarla con el dedo. Lo cual, para mí, dicho sea de paso, tampoco es muy grave; al fin y al cabo nos pasamos la vida buscando personas que no existen, lugares y estados mentales imaginarios que nos han dicho que son reales, pero que jamás hemos experimentado por nosotros mismos. Fíjese, mucha gente se muda de ciudad y de pareja mil veces y a continuación otras mil, y en ninguno de esos cambios encuentra el estado literario de la felicidad, sino que topa siempre con su propia melancolía. Así es que, como comprenderá, no me asustaba pasarme dos o tres días buscando la casa inexistente de Amelia Urales de Úbeda. Pero el caso es que sí existía. Una tarde, perdida ya toda esperanza, como suele decirse, di con un viejo y descuidado chalet de inquietante aspecto, por cuyas paredes, húmedas y desconchadas, trepaban enjutas parras como nervios momificados. No sé por qué, pero al verlo supe que había llegado, que había encontrado la casa de los Urales. Tenía los postigos echados, parecía deshabitada y sobre todo parecía milagroso que hubiera sobrevivido entre los modernos bloques de pisos. Todavía está en pie, si quiere verla, en la calle Martínez Izquierdo, en el número veintiuno, creo, no me invento nada. Yo había pasado por allí en varias ocasiones y no había reparado jamás en ella; era como si hubiese aparecido de repente, por arte de magia. Abrí la cancela, que estaba comida por la herrumbre; atravesé el patio, que había sido conquistado por toda clase de hierbas silvestres, y llamé a la puerta. Tras un largo intervalo de tiempo, en el que estuve a punto de marcharme, pensando que no había nadie, me abrieron, y en el umbral apareció una mujer de mediana edad, más bien madura; pero muy atractiva. Se quedó pasmada cuando le dije quién era yo; no podía entender que me hubiera tomado la molestia de localizarla. "


martes, 2 de enero de 2018

LOS CINCO Y YO


En 1968, que fue nuestro primer año escolar, los colegios españoles eran ya lugares desbordados de chavales, más parecidos a junglas que a jardines de infancia. Matricular a los niños en la escuela, que hasta entonces había sido un mero trámite, se convirtió con los nuevos tiempos en un quebradero de cabeza. Para poder atender la demanda de todas las familias del barrio, el colegio Montserrat tuvo que abrir nuevas aulas en sótanos y locales cercanos porque en el edificio principal no cabía más gente».
Es indudable que Orejudo escribe más que correctamente, en algunas ocasiones brillantemente, también es indudable que su ansia de originalidad no siempre le favorece.
Tras la historia delirante de Ventajas de viajar en tren, me lo he pensado un poco antes de abordar otra novela del autor y mi impresión es parecida....buena escritura, gran comienzo y....embrollo tras embrollo el autor me produce la impresión de que no sabe lo que quiere contar o quiere contar tantas cosas que se pierde en la autocomplacencia de una imaginación que más que desbordarse, arrasa todo a su paso.
El título es muy revelador de la estructura, ficción y realidad se mezclan en un torbellino, a veces brillante, a veces irritante que conduce a un no-final como colofón de una no-novela.
Recomendable como ejercicio lector para l@s que no se conforman con la rutina y para los que quieran averiguar hasta donde es capaz de llegar Orejudo....

Sinopsis (Ed. Tusquets)
Toni siente que es un escritor que no escribe y un profesor que no enseña. Creció leyendo las aventuras de Los Cinco escritas por Enid Blyton, unos libros que le proporcionaban lo que la España de los años previos e inmediatamente posteriores a la muerte de Franco era incapaz de ofrecerle: diversión sin vigilancia, libertad de movimientos y cerveza de jengibre, es decir, el mundo sin límites que requería la intensidad vital de su transición a la adolescencia. A lo largo de esta novela, aquellos personajes a los que Toni tanto envidió de niño parecen convertirse en seres de carne y hueso como él, que sufre el proceso inverso y termina siendo lo que siempre deseó, uno más de ellos. Los Cinco y yo es una novela arrebatadoramente original que unas veces se disfraza de memorias de infancia y otras de inquietante ficción de denuncia para pasar de la anécdota a la sátira y de esta a una teoría personal de la narración. Antonio Orejudo rinde homenaje y al mismo tiempo ajusta cuentas con su generación, la de los nacidos en el boom demográfico de los años sesenta, que no tuvo ningún protagonismo en la transición de la dictadura a la democracia.

Los cinco y yo (fragmento)

Para explicar el influjo que las aventuras de Los Cinco han ejercido sobre mi generación hay que hacer referencia al precio que alcanzó el trigo en la posguerra española: así empecé mi presentación de After Five en la Blyton Foundation, remontándome a la catástrofe que había sufrido el sector agrario en los años cuarenta, recién terminada nuestra Guerra Civil. Entonces el Estado fijaba por ley las superficies de cultivo, compraba muy barata toda la producción de cereal y controlaba el consumo con cartillas de racionamiento. A consecuencia de ello, muchos agricultores ocultaban parte de su cosecha para venderla más cara en el mercado negro. Esta práctica, unida a los efectos de una prolongada sequía y a una deuda bélica que obligaba a exportar nuestros escasos cereales a Alemania en pago por la ayuda de Hitler a Franco en la Guerra Civil, provocó una escasez de productos básicos. Mientras la población pasaba hambre, los grandes propietarios agrícolas fueron acumulando el capital que les permitió financiar el sector industrial a partir de la década siguiente. Me pareció pertinente comenzar aquella introducción al libro de Reig mencionando la transformación económica de España en los años cincuenta y el éxodo masivo de las zonas rurales, cuyos habitantes emigraban hacia las ciudades más desarrolladas, sobre todo hacia Madrid, que entonces carecía de las infraestructuras necesarias para dar alojamiento a todos aquellos jóvenes de pueblo que llegaban con la intención de buscarse un sustento o, en el mejor de los casos, de colocarse en un banco o en una compañía de seguros.