martes, 23 de enero de 2018

LAS HUELLAS DEL HOMBRE MUERTO


Cuarta entrega de la serie de novelas protagonizadas por comisario de policía en el Departamento de Investigación Criminal de Brighton y Hove, Sussex, Inglaterra.

Sigo con Roy Grace en esta ocasión crímenes a la sombra del 11-S y un final absolutamente inesperado.....
Un poco pesado el comisario pero aceptable para no pensar.

Sinopsis (Ed. Roca)
En la cuarta novela protagonizada por el inspector Roy Grace, Peter James nos lleva de Brighton a Nueva York, de Inglaterra a Australia, a la búsqueda de un estafador que tal vez sea un peligroso asesino?
En lugar de eso él se encuentra con la oportunidad de su vida: librarse de sus deudas, desaparecer y reinventarse a sí mismo en otro país. En Brighton, el protagonista de esta serie de Novelas, Roy Grace investiga la aparición del esqueleto de una mujer en las costas de Brighton, lo que no hace más que despertar sus propios fantasmas: la desaparición de su propia esposa nunca esclarecida. Cuando se descubre que el cadáver es el de la esposa del estafador Wilson, la investigación se complica para Grace.

Las huellas del hombre muerto (fragmento)


1
Septiembre de 2001
Si al despertarse aquella mañana Ronnie Wilson hubiera sabido que al cabo de sólo un par de horas estaría muerto, habría planeado el día de una forma algo distinta. Para empezar, quizá no se habría
molestado en afeitarse. O no habría malgastado tantos de esos preciados minutos engominándose el pelo y luego arreglándoselo hasta quedar satisfecho. Tampoco habría empleado tanto tiempo en sacar brillo a los zapatos o en ajustarse el nudo de la cara corbata de seda hasta que estuvo perfecta. Y seguro que no habría pagado la cantidad exorbitante de dieciocho dólares —que en realidad no podía permitirse— para que le plancharan el traje en una hora. Decir que era felizmente ajeno al destino que le esperaba sería una exageración: todas las formas de alegría habían desaparecido de su paleta de
emociones hacía tanto tiempo que ya ni sabía qué era ser feliz. Ya ni siquiera sentía felicidad durante esos fugaces segundos finales del orgasmo, en las raras ocasiones en que él y Lorraine hacían el amor. Era como si sus huevos estuvieran tan adormecidos como el resto de su cuerpo.

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