miércoles, 24 de enero de 2018

EN EL ABISMO


Teóricamente,  décima entrega de la serie de novelas protagonizadas por Erlendur Sveinsson, policía en Reikiavik, Islandia.


Otra tomadura de pelo, y van tres, no sé si propiciada por la editorial española o por el propio Indridason, eso me hace pensar que quizás ha llegado el momento de abandonar.
Publicitada como la decima entrega de la serie de novelas protagonizadas por el inspector Erlendur Sveinsson, nuestro inspector brilla por su ausencia (ya lo hizo en la entrega anterior, retitulada como Río Negro) y si en la ...novena entrega, la protagonista era Elinborg (compañera de comisaría); en esta ocasión el protagonista es Sigurður Óli, otro compañero de comisaría.
Pues bien, al margen de la trama, el mayor interés de las novelas de Indridason, en mi caso, es Erlendur Sveinsson, su compleja personalidad, sus relaciones personales, su proceso deductivo y su capacidad de introspección; ausente Erlendur la calidad y la negrura bajan muchos enteros....
Tendré que pensar si sigo leyendo a Indridason.

Sinopsis (Ed. RBA)

El agente Sigurður Óli tiene serios problemas. Tras haber aceptado ir a ver a una pareja de chantajistas para hacerle un favor a un amigo, Sigurður Óli se encuentra con que la mujer yace en medio de un charco de sangre. Cuando esta fallece en el hospital, el agente se enfrenta a la investigación sin poder justificar qué hacía en la escena del crimen.

En el abismo (fragmento)

1
Sacó la máscara de cuero de la bolsa de plástico. No era ninguna obra de arte, y no le había quedado todo lo bien que a él le hubiera gustado, pero le serviría.
Lo que más temía era toparse con algún agente de policía por el camino, aunque, de todas maneras, pasaba totalmente desapercibido.  La bolsa contenía otros objetos además de la máscara. Había comprado dos botellas de brennivín en la licorería, y un martillo contundente y un clavo en la tienda de bricolaje.
El día anterior había adquirido el material necesario para elaborar la máscara en un mayorista que importaba piel y cuero. Se había afeitado con esmero y se había puesto sus mejores galas. Sabía lo que necesitaba y lo había encontrado sin dificultad: cuero, hilo y una buena aguja de zapatero.
A esas horas de la mañana las calles estaban prácticamente desiertas, así que no corría el riesgo de ser visto. Con la cabeza agachada para evitar mirar a quien pudiera pasar, caminaba a grandes zancadas hacia la casa de madera de la calle Grettisgata. Bajó a toda velocidad las escaleras de acceso al sótano, abrió la puerta, entró rápidamente y cerró con cuidado.
Se detuvo en la penumbra. Ahora ya conocía la distribución de las habitaciones y podía orientarse a oscuras. Al fin y al cabo, no era un apartamento de grandes dimensiones. El baño carecía de ventanas y se hallaba al final del pasillo, a la derecha. La cocina se encontraba en el mismo lateral, con una gran ventana que había tapado con una manta gruesa, orientada hacia el patio trasero. Enfrente de la cocina estaba el salón y, a su lado, el dormitorio. La ventana del salón, también tapada con cortinas recias, daba a Grettisgat. Al dormitorio solo se había asomado una vez; en lo alto de la pared había otra ventana, esta vez cubierta por una bolsa de plástico negra.
En lugar de encender la luz, buscó la vela que guardaba en el estante del pasillo, la encendió con una cerilla y el resplandor fantasmal de la llama lo guio hacia el salón. Escuchó los gritos ahogados del malnacido, sentado en una silla con las manos atadas al respaldo y la boca amordazada.


No hay comentarios:

Publicar un comentario