martes, 21 de noviembre de 2017

TENEMOS QUE HABLAR DE KEVIN


RESEÑADO por Rosi Torres Marino para LIBROS,  el 30 de Octubre de 2014.
Quizá lo que más me ha gustado de la novela ha sido la gran cantidad de frentes que presenta al lector. Todos en algún momento hemos reflexionado sobre ellos en mas de una ocasión y la forma en la que los presenta, dentro de esta historia desagradable, con esa atmósfera angustiante y situando a los lectores como meros espectadores es simple...mente genial.
El mal. ¿La maldad viene impresa en nuestros genes? ¿Puede un ser humano ser malvado desde el nacimiento…?
Los convencionalismos, los prejuicios, la maternidad y sus diferentes formas de vivirla, los roles que asumimos como padres y cómo influyen estos en la personalidad de nuestros hijos, la violencia y el consumo que hacemos de ella.
Me ha gustado, es un libro un tanto duro, desagradable hasta el extremo en muchas ocasiones pero lo peor de todo es que no sorprende, tan curados de espanto estamos, tan enfermos de espanto estamos….

Sinopsis (Ed. Anagrama)
Eva es autora y editora de guías de viaje para gente tan urbana y feliz como ella. Casada desde hace años con Franklin, un fotógrafo de publicidad, decide, con muchas dudas, cerca de los cuarenta años, tener un hijo. Y el producto de tan indecisa decisión será Kevin. Pero casi desde el comienzo, nada se parece a los mitos familiares de la clase media urbana y feliz. Eva siente que Franklin se ha apoderado de su maternidad, convirtiéndola en el mero contenedor del hijo por nacer. Y Kevin es el típico bebé difícil, que tortura con sus llantos, que no quiere comer. Se convertirá en el terror de las niñeras, en un adolescente terrible, en el antihéroe a quien sólo le interesa la belleza de la maldad. Al llegar la sangrienta, mortífera epifanía de Kevin, dos días antes de cumplir los dieciséis años, el niño es un enigma para su madre.

Tenemos que hablar de Kevin (fragmento)

8 de noviembre de 2000
Querido Franklin,
No estoy segura de por qué un incidente sin importancia esta tarde me ha impulsado a escribirte. Pero, puesto que estamos separados, tal vez sea que ahora te echo más de menos al llegar a casa para contarte las curiosidades de mi jornada, tal como el gato podría dejar unos ratones a tus pies: la pequeña y humilde ofrenda que se hacen las parejas tras un día de haber estado cazando en patios separados. De seguir tú aún instalado en mi cocina, extendiendo capas de mantequilla de cacahuete en crujientes tostadas de pan integral aunque ya fuera casi la hora de cenar, aún no me habría dado tiempo de dejar las bolsas -de una de las cuales estaría rezumando una especie de baba viscosa cuando estaría contándote esta pequeña historia incluso antes de advertirte de que esa noche cenaríamos pasta y de rogarte que, por tanto, hicieras el favor de no zamparte aquel monumental emparedado.
En los primeros tiempos, por supuesto, mis relatos eran más bien importaciones exóticas de Lisboa..., de Katmandú... Pero puesto que, en realidad, nadie quiere oír historias de tierras lejanas, hasta yo pude detectar en tu reveladora cortesía que preferías detalles anecdóticos más próximos a ambos, como, por ejemplo, una excéntrica discusión mía con un cobrador de peaje en el Puente George Washington. Rarezas triviales que ayudaran a ratificar tu punto de vista de que mi periplo extranjero era sólo una especie de engaño. Mis recuerdos -un paquete de galletas belgas rancias, mi versión británica del término «paparruchas» (codswallop!)- recibían un toque de magia por la simple evocación de la lejanía. Como esas chucherías que intercambian los japoneses -en una caja, dentro de una bolsa, otra caja dentro de otra bolsa-, el brillo de mis regalos de tierras lejanas era puro envoltorio. ¡Cuánto más importante es el logro de sobrevivir en medio de la zafiedad del feo y viejo estado de Nueva York o de obtener unos instantes de morbosa satisfacción durante una simple visita al supermercado Grand Union de Nyack!
Que es, justamente, donde se inicia mi relato. Parece que, por fin, estoy aprendiendo lo que siempre has tratado de enseñarme. Que mi país es tan exótico e incluso tan peligroso como Argelia. Yo estaba en la sección de lácteos y no necesitaba, ni quería, gran cosa. Ahora ya nunca como pasta, puesto que tú no estás para ayudarme a despachar la mayor parte de la fuente. De veras que echo en falta tu glotonería.

En 2011 se estrenó una película basada en la novela y dirigida por Lynne Ramsay, no le hace justicia al libro, pero es interesante:
https://www.filmaffinity.com/es/film504482.html

Tráiler, oficial:
https://youtu.be/ZLRgAe2jLaw

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