jueves, 21 de septiembre de 2017

LA EMOCIÓN DE LAS COSAS


No es una novela, al uso, de Ángeles Mastretta, más bien unas memorias un tanto deslavazadas cuyo desencadenante parece ser la muerte de la madre de la escritora.
Una autobiografía atípica, que conserva intacto el espíritu de esta escritora mágica que ha hecho del universo femenino un referente, no la he identificado con ninguna de sus novelas y he encontrado un poco de todas en este texto que habla, fundamentalmente, de sí misma y sus circunstancias, que casi parece una despedida de la literatura e incluso de la vida.
Me ha gustado leerla y la recomiendo, sobre todo, a l@s aficionad@s a Angeles Mastretta.

Sinopsis (Ed. Seix Barral)
En La emoción de las cosas Ángeles Mastretta indaga en un gran secreto familiar: el silencio de su padre, que luchó en Italia durante la segunda guerra mundial y volvió a México al cabo de cuatro años que quedaron enterrados para siempre en su memoria. A través de recuerdos, intuiciones e impresiones, atesora el recuerdo de su madre, recupera detalles de vida desde tiempos de sus abuelos hasta el día de hoy, caminando de puntillas por hermosas divagaciones sobre la escritura, la maternidad, la familia, sobre autores como Jane Austen o Isak Dinesen, el miedo, la religión o la muerte.
En esta novela personal que nace de las entrañas, la autora de Arráncame la vida entona un canto de sirena que envuelve y seduce.

La emoción de las cosas (fragmento)

MIS DOS CENIZAS
"Todas las luces están prendidas, pero yo me he quedado a ciegas en la casa de mi madre. Es una casa, en mitad del jardín, que es de todos.

Este lugar lo heredó mi padre de su padre, un inmigrante italiano que llegó a México a finales del siglo XIX. Podría haberse perdido en la nada de las deudas si mi madre no se hubiera aferrado a esta tierra que entonces era un paraje remoto a la orilla de la ciudad.
A mi padre le tocó la guerra, y el matrimonio como lo que debió ser la única secuela posible de aquel sueño de horrores: una tregua. La ardua paz que él resumía: «En la iglesia te atan una esponja a la espalda. El presbítero dice que semejante carga habrá que llevarla de por vida con serenidad y alegría. Uno piensa que no habrá nada más fácil. Luego, termina la ceremonia, se abre la puerta de la iglesia y los cónyuges salen para siempre a un aguacero».
A mi madre le tocaron la belleza y la tenacidad. El matrimonio como una decisión que supuso en su mano y que no fue sino la mano del destino, jugando a hacerla creer que ella mandaba en la desmesura de sus emociones.
Sucedió que se casaron tras dos años de un noviazgo a tientas. Él quería besarla, ella se preguntaba si podría soportar de por vida que su marido no fuera alto, como su padre.
Hay una foto en que mi madre sonríe y es divina como una diosa: así, con su cara de niña que por fin se hizo al ánimo de no serlo. Él la lleva del brazo y está como de vuelta, como si de verdad fuera posible no contarle nada de lo que hubo detrás. Es el día de su boda, en la mañana, el 11 de diciembre de 1948. También él sonríe, como si pudieran olvidarse el desaliento y las pérdidas. Se ve dichoso. Mi madre tenía entonces la edad que hoy tiene mi hija."


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