domingo, 10 de septiembre de 2017

INSTRUCCIONES PARA UNA OLA DE CALOR


Empiezo el año con el mismo libro que lo terminé, una magnífica novela de Maggie O'Farrell, si ya me conquistó con La extraña desaparición de Esme Lennox, ahora me ha cautivado con la historia de la familia Riordan, residente en Londres y presa de la ola de calor de 1976. Con ese telón de fondo, conocemos a los miembros de la familia y los oscuros secretos que cada uno esconde, sus frustraciones, sus caracteres, su infancia de irlandeses en Londres y los anhelos de su vida actual. Interesante, entretenida y con una mayor profundidad de la que pudiese suponerse a primera vista. Me ha encantado¡¡¡

Sinopsis (Ed. Salamandra)
El verano de 1976, Londres padece una ola de calor que se recuerda todavía hoy. Como cada mañana, Robert Riordan, recientemente jubilado, sale a comprar el periódico, sólo que esta vez no regresa. Asustada, su esposa Gretta llama a sus hijos, que acuden a la casa familiar para emprender la búsqueda de su padre. Sin embargo, la inusitada canícula provoca entre los Riordan extraños comportamientos, y varios secretos guardados celosamente durante años afloran a la superficie. El hijo mayor, Michael Francis, es un desencantado profesor de historia que trata de salvar su matrimonio. Monica, por su parte, sufre la animadversión de las hijas de su segundo marido. Y Aoife, la menor, es la hermana rebelde que abandonó los estudios y se instaló en Nueva York. Entre todos, buscan pistas para descubrir el paradero de Robert, pero ninguno sospecha que su madre sabe mucho más de lo que les ha contado.
Instrucciones para una ola de calor es una novela sobre la familia, sobre lo que revelamos y lo que decidimos callar; sobre los compromisos, las concesiones, y lo que puede ocurrir si construimos nuestra vida sobre medias verdades. Escrito a ritmo de thriller, este magnífico drama doméstico mantendrá en vilo al lector hasta la última página.

Instrucciones para una ola de calor (fragmento)

Highbury, Londres"Calor, calor. Un calor que despierta a Gretta justo al amanecer, la arroja de la cama, la impulsa escaleras abajo. Un calor que ronda por la casa como un invitado inoportuno: recorre los pasillos, se arremolina alrededor de las cortinas, se apoltrona en sillas y sillones. El aire en la cocina es como una entidad sólida que lo llena todo, que empuja a Gretta contra el suelo y contra la mesa. Sólo a ella se le ocurre ponerse a hornear pan con este calor.
Fijémonos en ella: está abriendo el horno para sacar el molde del pan y hace una mueca ante la abrasadora ráfaga que la asalta. Va en camisón, con los rulos todavía en el pelo. Retrocede dos pasos y echa la humeante hogaza en el fregadero. Su peso le recuerda, como siempre, a un bebé, un recién nacido, ese bulto de calor húmedo.
Lleva toda su vida de casada haciendo pan casero tres veces a la semana, y no va a dejar que una minucia como una ola de calor se lo impida ahora. Como en Londres es imposible conseguir suero de leche, tiene que apañárselas con una mezcla mitad leche, mitad yogur. Una mujer le contó en misa que funcionaba, y funciona hasta cierto punto, pero no es lo mismo."

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