domingo, 24 de septiembre de 2017

DÍAS DE NEVADA


Creo que la primera novela que leí de Bernardo Atxaga fue Obabakoak y, aun, no siendo lo mío el género fantástico ya adiviné tras sus líneas al gran narrador que era y es; repetí con El hijo del acordeonista y mis sensaciones positivas se reforzaron, me pareció una gran obra en la línea de los grandes narradores de historias norteamericanos que me encantan (Auster, Roth, Faulkner....).
Atxaga hizo de mi una incondicional de su literatura y ahora llega Días de Nevada (Nevadako Egunak), que desde mi óptica lectora le consagra como uno de mis autores de cabecera.
Días de Nevada es un juego de palabras para relatar una año en Nevada (USA), un invierno en Nevada (USA) y toda una vida en Euskadi y en el mundo. ¿Qué pasa en la novela? preguntaréis, pues nada y todo, y de ahí su grandeza, su genialidad ¿Qué pasa en el Brooklyn de Auster? nada y todo......., pues eso.
Atxaga narra la vida sencillamente y con una emoción que no te deja parar de leer. Días de Nevada es, desde su título, una metáfora, la metáfora de la existencia engarzada profundamente con los padres, los hijos, los abuelos, los amigos, los amores.......
Me ha encantado¡¡¡¡ Y sólo tengo un reproche, ya que Atxaga es su propio traductor y en la novela hace gala de conocer todos los idiomas patrios, rectifique la errata en el título de la novela de Castelao que menciona varias veces, el título es Os vellos non deben namorarse.

Sinopsis (Ed. Alfaguara)
Esta es la historia de un escritor que viaja a Nevada, Estados Unidos, entre agosto de 2007 y junio de 2008, pero es también mucho más. Es un relato en el que lo vivido, el instante real, se mezcla con recuerdos, imágenes, sueños y evocaciones. En el que el paisaje árido y hostil del desierto y el horizonte verde, rojo y fucsia de los casinos de la ciudad de Reno, con su trama de luces brillantes y acristaladas, conducen una y otra vez al narrador —y al lector— a ese otro paisaje más íntimo, más personal del País Vasco.Días de Nevada es una historia hecha de historias, a modo de caja china, que nos muestra cómo cada experiencia que vivimos, cada vínculo creado entre las personas más allá de las distancias temporales y espaciales, cada emoción que nos impacta, cada amenaza que combatimos permanece indeleble. Y nos convierte en lo que somos.

Días de Nevada (fragmento)

«También yo quería entrar en el mundo real, y por un momento lo logré.
Los dos caballos salvajes que estaban frente al Chevrolet Avalanche se pusieron a girar como en un carrusel, y con ellos el de Cornélie, el caballo negro de Franquito y otros caballos que formaban parte de mi pasado. Pensé —solo por un momento, ya lo he dicho— que aquella era la imagen de mi vida, y que me sería fácil poner junto a los caballos, o en su lugar, criaturas humanas: la mujer que leía el Reader’s Digest, el hombre que en el hospital se sentía enjaulado como un mono, José Francisco, Didi, Adrián, L., yo mismo, Ángela, Izaskun, Sara... Una vuelta, dos vueltas, tres, cuatro, y así hasta que el carrusel se parase. Pero ¿Dónde estaba el centro? ¿Dónde el eje en torno al cual giraba todo?»

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