viernes, 18 de agosto de 2017

EL TESTIGO INVISIBLE


He estado los últimos días inmersa en los recuerdos de Leonid Sednev, recorriendo esos días que estremecieron al mundo y que Carmen Posadas narra con una mezcla de rigor histórico y crónica sentimental.
Me ha gustado, lo que me reafirma en que, a veces, buscamos fuera lo que tenemos en casa....me refiero a otra novela (inmensamente publicitada) que narra unos hechos similares, La casa del propósito especial, en mi opinión la novela de Posadas es muy superior literariamente a la de Boyne; y desde luego mucho más entretenida y creíble.
Para el que quiera repasar los últimos días de los Romanov, desde la mirada de un "invisible", la recomiendo.

El testigo invisible (fragmento)

EL CÓDIGO DE GRISHA IVANOVICH

Montevideo, 13 de abril de 1994
Un viejo refrán dice que nadie es un gran hombre para su mayordomo. Otro aún más viejo, supongo, sostiene que no hay que servir a quien sirvió ni pedir a quien pidió. Yo, por mi parte, digo que ninguno de estos retazos de sabiduría popular los acuñó quien más puede saber de ello : un criado. También puedo asegurar que, si nosotros nos hubiéramos inclinado más por la pluma a lo largo de los siglos, la Historia incluiría capítulos más interesantes. Por fortuna para ciertos protagonistas de ella y lamentablemente para ustedes, rara vez hemos sentido tal inclinación. Algunos, porque se contentaron con la pequeña gloria de relatar lo que vieron a modo de chismes, dimes y diretes. Otros, como yo, porque nuestra gloria mayor ha sido, precisamente, evitar que se sepan. ¿Lealtad? ¿Discreción? ¿Orgullo de gremio? Mi tío Grisha, que prefirió morir a manos de los bolcheviques antes que revelar el mecanismo que abría la cámara que guardaba los mayores tesoros del palacio de los Yusupov, decía que los tres eran su código, su razón para callar. La mía, contradictoria como todo en mi persona, es prosaica y a la vez romántica. He callado hasta ahora porque lo más valioso que poseo es fruto de un robo. Pero callé sobre todo porque los grandes secretos son como los hechizos, se desvanecen cuando uno los cuenta, y yo este lo quería solo para mí. No sé qué habría pensado tío Grisha de todo esto, posiblemente arquearía una ceja, la izquierda, al escucharme. Mi tío no era un criado inglés de esos que todo lo expresan con una mínima contracción muscular, pero el elevamiento de la ceja izquierda es un lenguaje universal entre nosotros, todo un esperanto.

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