domingo, 13 de agosto de 2017

EL PAÍS DE LAS ÚLTIMAS COSAS


Después de la banalidad nórdica de Jungstetd, me encaminé con paso firme hacia El país de las últimas cosas.
La verdad, no soy fan de las novelas distópicas o slipstream, pero la calidad de Auster refulge aun en este género tan complicado.
Quizás no fue buena idea leer El País de las ultimas cosas en este momento del año en el que nos anuncian nuevos recortes de derechos sociales, nuevos recortes de democracia, porque por un momento me vi vagando por las calles hasta encontrar refugio en una Biblioteca Nacional que nadie usa y sirve de alojamiento.
La novela consigue transmitir la angustia de una civilización agotada, de seres no-humanos que sobreviven o no....
Muy bien escrita, aunque reconozco que no es mi favorita entre las novelas de Auster.

El país de las ultimas cosas (fragmento)
"Éstas son las últimas cosas —escribía ella—. Desaparecen una a una y no vuelven nunca más. Puedo hablarte de las que yo he visto, de las que ya no existen; pero dudo que haya tiempo para ello. Ahora todo ocurre tan rápidamente que no puedo seguir el ritmo. No espero que me entiendas. Tú no has visto nada de esto y, aunque lo intentaras, jamás podrías imaginártelo. Éstas son las últimas cosas. Una casa está aquí un día y al siguiente desaparece. Una calle, por la que uno caminaba ayer, hoy ya no está aquí.
Incluso el clima cambia de forma continua: un día de sol, seguido de uno de lluvia; un día de nieve, luego uno de niebla; templado, después fresco; viento seguido de quietud; un rato de frío intenso y hoy, por ejemplo, en pleno invierno, una tarde de luz esplendorosa, tan cálida que no necesitas llevar más que un jersey. Cuando vives en la ciudad, aprendes a no dar nada por sentado. Cierras los ojos un momento, o te das la vuelta para mirar otra cosa y aquella que tenías delante desaparece de repente. Nada perdura, ya ves, ni siquiera los pensamientos en tu interior. Y no vale la pena perder el tiempo buscándolos; una vez que una cosa desaparece, ha llegado a su fin.
Así es como vivo —continuaba su carta—. No como mucho, sólo lo suficiente para mantenerme en pie, no más. A veces me siento tan débil que me parece que no podré dar otro paso. Pero lo logro, a pesar de los períodos de abatimiento, me mantengo activa. Deberías ver qué bien lo hago. En la ciudad hay muchas calles por todos lados, pero no dos iguales. Pongo un pie delante del otro, luego el otro frente al primero, y sólo espero poder volver a repetirlo todo otra vez."

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